Por Mar Proud
Recientemente tuve la oportunidad de salir un poco de la rutina y hacer un pequeño viajecito. Mi destino fue la histórica ciudad de Berlín. Desde hace muchos años tenía la curiosidad de ir y ver la ciudad en donde se gestaron hechos tan atroces como fueron los que sucedieron durante la Segunda Guerra Mundial.
La ciudad es majestuosa, los edificios prácticamente todos nuevos hacen que la ciudad parezca maqueta de arquitecto. Todos perfectamente alineados, limpísimos y con un diseño sumamente bien pensado. Ésta es la parte de Berlín del este o Berlín oriental (osteberlin) que estuvo separada de Berlín occidental por el famoso Muro hasta 1989.
Ese lado de la ciudad está lleno de bares de súper moda, tiendas muy chic, locales de arte por todas partes. Restaurantes bastante buenos y claro, los clásicos puestos callejeros que venden salchichas alemanas con catsup sabor curry y papas fritas. A las 3.00 de la mañana, muchas chelas encima y hambre voraz, no hay persona que se resista a ellas.
La gente es de lo más cordial, amable y amigable, contrario a las concepciones que se tiene de los alemanes. Son sonrientes y platicadores, y con ayuda de unas cuantas chelas, ¡hasta chistes cuentan! Cabe mencionar que visitamos varios bares y el resultado siempre fue el mismo, locales que se acercaban divertidos al grupo de turistas que vitoreaban al tomar cerveza alemana.
El lado histórico de Berlín es sumamente triste e imponente. En la estación principal existe un monumento a los niños que salieron de la capital alemana hacia Inglaterra en los llamados kindertransport, escapando los horrores de la guerra.
Pero de igual manera hacen mención de los trenes que salían desde esa misma estación a los diferentes campos de concentración en el interior de Alemania para ser asesinados en cámaras de gas. No pude contener las lágrimas pensando en el sufrimiento de tanta gente durante el período de la segunda guerra y de las madres al saber que sus hijos viajaban hacia la muerte.
Después visitamos lo que queda del muro de Berlín y la sensación de tristeza, asco, dolor es inevitable al pararte frente a él. El lugar es prácticamente un basurero, restos de comida, botellas, papeles son la decoración principal. Está claro que el lugar no inspira absolutamente nada a los alemanes, y no los culpo, es un recordatorio permanente de la división de una ciudad que causó demasiado dolor a toda una nación.
No pude evitar sentarme a pensar en los miles y miles de personas que murieron sin razón. De las madres a quienes les arrancaron a sus hijos de sus brazos. De los ancianos que seguramente aterrorizados entraban a las cámaras de gas rumbo a la muerte. De los «cerebros» que originaron todas estas atrocidades y se sintieron orgullosos de ellas.
Espero que nuestro planeta no vuelva a pasar por algo similar, aunque lo que vivimos ahora no es del todo distinto. Gente matando gente por dinero, drogas, territorio. ¿Será que los seres humanos podamos aprender a vivir en comunión con los demás y respetarnos? Sinceramente, espero vivir para verlo.
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