Por la gracia de Dios. Crítica
“La mayoría de los hechos, gracias a dios, ha prescrito”. Esas fueron las palabras del cardenal francés y arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, cuestionado en marzo de 2016 sobre los abusos sexuales cometidos por el cura Bernard Preynat entre 1970 y 1990. La frase del cardenal Barbarin fue recibida con indignación no solo por las víctimas, sino también por todas aquellas personas que esperaban algo más que los seis meses de prisión con exención de pena (es decir, sin pisar la cárcel), que recibió el prelado por encubrir el comportamiento del cura agresor.
La frase inspiró en primera instancia el libro Grâce à dieu, c’est prescrit: L’affaire Barbarin, de la periodista francesa Marie-Christine Tabet (aún sin traducción al español), y posteriormente el título para la nueva película de François Ozon, Por la gracia de dios (Grâce à dieu, 2018). La cinta fue presentada oficialmente en el Festival de Cine de Berlín, en donde se alzó con el Gran Premio del Jurado y además de verse en actualmente en cartelera, forma parte de la 67 Muestra Internacional de Cine.
Todo comienza cuando Alexandre, católico practicante y padre de cinco hijos, se entera de que el cura Preynat vuelve a Lyon. Regresan a su memoria los frecuentes abusos que sufrió a manos del sacerdote durante su infancia. Sorprendido de que aún ejerza su oficio rodeado de niños, Alexandre se pone en contacto con las autoridades eclesiásticas para advertirlos del peligro. Decepcionado por la respuesta evasiva de la iglesia, decide acudir a las autoridades, así como localizar a otras víctimas del cura pederasta, lo que pondrá al descubierto una intrincada red de complicidad y encubrimiento.
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Probablemente esta sea una de las obras más contenidas del cineasta francés. Ozon se aleja de las estridencias y de su ironía característica para ofrecer una película que raya en lo documental. Aunque es en apariencia un drama convencional, su estructura narrativa se divide claramente en tres segmentos diferenciados de las víctimas de Preynat. Alexander, sobrio e introspectivo, entabla un diálogo epistolar con la jerarquía católica, presentado con una elegante voz en off.
El segmento de François es en cambio más ágil, enérgico y ateo convencido, forma el grupo “Libertad de palabra” para abrir un debate público sobre el tema. El caso de Emmanuel es más oscuro, enfermo y mentalmente inestable, no logra sobreponerse a su trágico pasado.
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La cinta nos sitúa en la perspectiva de las víctimas. Desde sus miedos e inseguridades, desde su indignación y su búsqueda de justicia. Ozon acierta al mostrar las diferentes maneras en que sus personajes enfrentan la vergüenza y el enojo, así como en las distintas dinámicas que se dan al interior de las familias, ya sea que se unan o se distancien. Aborda con mesura un tema complejo: el abuso sexual en niños y jóvenes al interior de comunidades fundamentalmente masculinas.
Quizás le sobren algunos minutos, pero fuera de ello no hay nada que reprochar a lo nuevo de François Ozon. Una aproximación convincente al encubrimiento sistemático de curas pederastas en el seno de la iglesia católica, que busca tratarlos como personas enfermas y no como criminales. Bernard Breynat confesó y espera juicio. Después de décadas de abusos, hace apenas unos meses fue expulsado del estado clerical. Barbarin, el encubridor, sigue siendo obispo de Lyon, el papa Francisco no aceptó su renuncia, aunque para efectos prácticos hay otra persona que ejerce el cargo. Los abogados de Breynat intentaron impedir el estreno de la película, pero la justicia francesa desestimó el caso debido a que el propio cura admitió abiertamente decenas de abusos. Definitivamente hay que verla.