El pasado 6 de agosto tuvo lugar la primera presentación en público del libro Posibles dioses. Antología del teatro michoacano contemporáneo, una investigación del periodista y escritor Omar Arriaga Garcés que además reúne siete obras para teatro. Les dejamos el texto íntegro que el maestro Alfredo Durán leyó durante la presentación de la antología, agradeciéndole la comparta con nuestros lectores.
Dice Omar Arriaga Garcés, compilador de este libro, que “su gran aprecio por el teatro y por su muy personal contribución al arte escénico del estado, es por lo que concibió y publicó Posibles dioses. Antología de teatro michoacano contemporáneo; dice también que “para esta compilación no hay una temática general en sí, y que lo único que encontró es que los siete autores reunidos son autores vigentes en el estado de Michoacán, los cuales están publicados cronológicamente, desde el que nació primero hasta el más joven”. “Tampoco es una cuestión académica, es sólo por el gusto, siguiendo el criterio de la subjetividad, pues son autores que tienen que ver con un teatro de búsqueda que trata de construir la realidad” (‘Laboratorio de Gestión y Vinculación Cultural: RedLab’, 2 de agosto de 2018).
Empezaremos diciendo que a veces confundimos teatro con drama. Drama con dramaturgia; trabajo dramatúrgico, con adaptación o con intervención. Pero no es éste el espacio para definirlos ni tampoco para hablar de las formas dramatúrgicas que hoy en día llamamos “teatralidades”, “forma expandida”, “biodrama”, “narraturgia”, “posdrama”, “liminalidades”, “performance”, etcétera.
Somos tan recurrentes al usar los términos arriba descritos para cuando hacemos teatro, que es necesario acotarlos para comentar el libro que ahora presentamos: seguimos nombrando teatro no al hecho ocurrido en cualquier espacio escénico producto de la materialización de los elementos dramatúrgicos escritos en un texto, sino al texto escrito destinado para ser llevado a escena.
La teatralidad según Alberto Villarreal es un “procedimiento que devela algo que no podría ser visto en condiciones normales” y, desde esa perspectiva, “a los códigos que asume una comunidad para preguntarse qué es lo que en la conciencia está cambiando”. De ahí que la teatralidad esté vinculada a los campos del comportamiento humano (‘Proceso’, 18 de noviembre de 2015).
Viene a colación esta referencia porque los dramaturgos reunidos en este libro, escriben efectivamente como miembros de una comunidad, una comunidad con la que se identifican, creando conciencia del lugar donde radican, y abriendo posibilidades de representación para los textos producidos.
Mencionaré también algunas anotaciones que hice para la introducción, ya que debido al poco espacio que requiere un libro para su introducción, a veces es posible que se caiga en imprecisiones. En ese sentido, faltó mencionar a algunos personajes que formaron parte de la historia teatral michoacana tales como los maestros Mario Enríquez, Alfredo Mendoza, Wilebaldo López, Fernando López Alanís o el gran dramaturgo michoacano nacido en Tepalcatepec: Sergio Magaña; o a los actores que dieron vida a una época romántica del teatro michoacano: Manuel Guízar, José Solís, Sofía Rojas, Graciela Morales, Felipe Rodríguez y muchos otros que sentaron las bases para lo que ahora conocemos como teatro michoacano.
Por ejemplo, se añade en la introducción al maestro José Manuel Álvarez como dramaturgo, cosa que no está nada mal; el problema es que José Manuel antes de empezar a escribir fue un gran director. De hecho, montó debido a su experiencia -cuando vivió en la Ciudad de México- obras de Camus, de O’Neil o de Ionesco.
Pero a José Manuel se le relaciona mucho con los montajes de la obra ‘Don Juan Tenorio’ e incluso alrededor de la historia del montaje hay otra imprecisión: esa obra fue traída por primera vez en los años setenta desde la Ciudad de México por un programa del gobierno federal: Fonapas (Fondo Nacional para Actividades Sociales). La obra traía como protagonista a Luis Couturier y en el reparto, si bien recuerdo, como Capitán Centellas traía a Manuel Guízar. La obra se representó por dos años consecutivos y fue entonces que José Manuel siguió la tradición, tomando la adaptación o los cortes, como se quiera llamar, que le hizo Salvador Novo cuando lo presentó en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
En ese entonces, y fiel al concepto que Villarreal hace de la teatralidad, José Manuel empieza a escribir obras para ser representadas. En la mayoría de ellas habla de su propia comunidad, de su identidad como michoacano. Por aquellos años llegó Rodrigo Villamil.
Villamil venía de la Ciudad de México, donde había estudiado en la Escuela Nacional de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes, insertándose como profesor en el Cedart “Miguel Bernal Jiménez” de la ciudad de Morelia. Como dramaturgo, pues de esto se trata, no produjo nada, pero vale decirlo: conmocionó a la entonces comunidad teatral michoacana con sus montajes, que tenían como característica salirse de los escenarios convencionales para representarlos en pequeños espacios o foros alternativos. Montajes memorables fueron ‘Los perros’ de Elena Garro, ‘La vida y obra de da lo mismo’ de Enrique Ballesté, o ‘No puedo imaginar el mañana’ de Tennessee Williams. También por esa época llegaron Roberto Briceño, Teresita Sánchez, Fernando Ortiz y el grupo La Mueca, que de alguna manera vinieron a darle un impulso al quehacer michoacano. Obras como ‘El mendigo y el perro muerto’ de Brecht, ‘El extraño jinete’ de Michel de Ghelderode o ‘Una tal Raymunda’ de Delfina Careaga, fueron un parteaguas de la escena michoacana debido al discurso y a la nueva forma de hacer teatro.
También se hizo la adaptación de ‘Los dos hidalgos de Verona’ de Shakespeare con el grupo Contrapeso, la cual ganó una beca de producción del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para ser dirigida por Augusto Albanés, brasileño y especialista en Commedia dell’Arte, que vive en la ciudad de Colima. Por ese tiempo, a mí se me “ocurrió” proponerle al recién llegado director del entonces Instituto Michoacano de Cultura, Jaime Hernández Díaz, la creación de un departamento que se dedicara a la producción, formación y creación de nuevos públicos para el teatro y la danza. El departamento tuvo como nombre “Artes escénicas” y de allí surgieron grandes festivales de teatro, de títeres y de danza así como muestras nacionales y regionales.
En ese tiempo, también y gracias a la gestión de un grupo de profesores de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, se fundó la Licenciatura en Artes donde la carrera de teatro, una de las cuatro licenciaturas impartidas tiene como finalidad legitimar al profesional del teatro dentro de una sociedad que anteriormente sólo lo había visto como una persona de oficio.
De esta pequeña introducción se desprende el porqué de este libro: los autores aquí publicados, tanto maestros como alumnos, han pasado por sus aulas. Mención aparte tiene Teresita Sánchez, pero debo mencionar que todos han compartido el teatro conmigo, ya sea como compañeros de escena, o han sido dirigidos por mí. Eso viene a reforzar mi concepción de que el estudio del teatro legitima e inserta a un profesional del teatro dentro de una sociedad en la cual tiene derecho a trabajar, percibiendo ingresos sin ningún menoscabo de su propio quehacer. Ya que de por sí, el estudio del teatro exige una preparación más allá de su propia práctica sobre la escena, pues obliga al futuro profesional a estudiar materias relacionadas con la historia del arte, la filosofía, la estética y la sociología.
He aquí pues mis comentarios:
BAJO EL DINTEL, de Roberto Briceño Figueras.
El dintel es una viga que sostiene el muro de una puerta y que sirve para adornar en cierto sentido la entrada de una casa. En la entrada de esta casa se encuentra parado un hombre y toca a la puerta. Es la pareja de la mujer que ahí vive. El hombre se ha ausentado por once años. La mujer lo ve con sorpresa, echándole en cara todas las vicisitudes que ha pasado durante su ausencia: “No puedes imaginar el infierno en que se convierte la vida con una duda de ese tamaño”, dice, para más adelante calificarse de: “Soy un agujero de soledad y alcohol”. Efectivamente, la obra construida bajo la tradicional estructura dramática habla de las grandes soledades que tiene el ser humano. Hablar de soledad es hablar de una realidad constante, es hablar de una prisión de la que no fácilmente podemos salir.
Hablar de soledad es también estar solo frente a una computadora bajo un proceso de investigación. ¿Cuántas horas nos pasamos escribiendo solos frente a una pantalla cuando hacemos o escribimos teatro? Es un proceso como bien lo dice Miguel, el protagonista, que conlleva al científico a aislarse del mundo. La gran peripecia después de una larga discusión sobre la situación en que caen los personajes a causa de la ausencia, hace que Yamileth, la mujer abandonada, cambie de vida.
Obra de grandes oscuros personales, Briceño inyecta a sus personajes de una sabiduría y de una soledad aplastante que define el tema de la obra: cuántas veces aun en compañía nos sentimos solos, abandonados.
APOLATL. AGUA ESTANCADA, de Teresita Sánchez.
Como todo un animal escénico, Teresita Sánchez es una persona con una gran intuición y una sabiduría cuya experiencia la ha regalado al teatro para elaborar su discurso. Esa experiencia le llevó a construir este poema dramático que se desprende de la estructura convencional para construir un texto de acciones oníricas donde la muerte y el destino juegan el papel que llevará el ritmo de las acciones.
Basado en el hecho real y doloroso de una madre que ha perdido a sus hijos en circunstancias diferentes, la obra se sintetiza con la siguiente frase que sale de la madre: “Si se sobrevive a la herida mortal de perder dos hijos, quiere decir que hay algo que hacer en esta vida”.
LÓREAS (Fábula más bien helénica para dúo de cuenta cuentos y estatuas extraviadas), de Sergio Monreal.
Sergio Monreal es un estudioso de la tragedia griega y también de otras tragedias, las cuales parafrasea con un gran sentido del humor y con un rico lenguaje construido a través de los años de una escritura constante, la cual comparte como un obseso en tono y ritmo desde el sitio mismo donde sitúa la obra.
A partir de la tragedia, organiza internamente muchos temas tanto en lo teórico como en su propio sentido de percibir la vida pues, a partir de ella, entiende su devenir con el cual escribe sus obras. Y si bien para cualquier director de escena es un reto traducir su pensamiento, Sergio colabora gentilmente con ellos explicando el discurso presentado.
Hombre de escena desde muy joven, Sergio ha sabido escribir sus obras desde la sabiduría misma que le da el conocimiento de los materiales que se usan en escena, tanto en recursos humanos como en los elementos que visten la obra.
En la obra aparece Lóreas, un tiempo después de la guerra de Troya. Lóreas, tal vez precursor del poeta Homero, ha perdido su pensamiento y su lugar en la isla de Lemnos, donde según la mitología griega fue adorado el dios Vulcano y donde también fue abandonado Filoctetes, cuyo arco y flechas acabaron con la vida de Paris, después de que el héroe fue rescatado por Ulises y Neoptólemo.
Monreal retrata a Lóreas como un simpático poeta olvidadizo acompañado por su músico Tordínides, tratando de escribir una historia que se ha olvidado: “Canta, oh Musa…”, recurriendo al principio de la ‘Ilíada’; o bien, entrena con elocuente verso su próxima historia: “Si a través de las espumosas sendas del océano llegara a abrirse con memorias frescas algún alma extraviada…”, “… si a mis ojos abiertos y avizores le fuera concedida la merced de mirar rezagarse el horizonte con la silueta de un mísero viajero…”, “Si en las virginales arenas de esta isla olvidada aparecieran impresas otras huellas, otras huellas que no fuesen tus piesotes planos y desparramados…”.
Una serie de personajes mitológicos se encuentran petrificados en la isla. No sabemos si son náufragos de la embarcación de Ulises o están allí por algún accidente; pero, con una increíble facilidad para el diálogo y la construcción dramática, Sergio nos adentra en sus propios confines, dándose licencia para introducir en la obra elementos singulares con los que se insultan los personajes: “un soldado lelo, una bruja deprimida y una merolica borracha”, introduciendo mexicanismos que nos identifican fácilmente como aquella canción: “Lo que pudo haber sido y no fue…”, recordando al Carballido de ‘Medusa’ o al Shakespeare de ‘La tempestad’. La obra es ampliamente recomendada por lo que sería imprudente contar el final.
LA VERDADERA HISTORIA DE ASCLEPIODOTO Y SU PRIMO HOMOBONO… (O el porqué del sistema Trump), de José Luis Pineda Servín.
Quiero empezar el siguiente comentario con un tweet que publicó hace poquito una exalumna de la Facultad Popular de Bella Artes, que luego siguió a su marido a la Ciudad de México para continuar sus estudios en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA y finalmente hacia los Estados Unidos de América, donde en un accidente de tránsito, el marido falleció: “¡Para mí, el dichoso sueño americano fue la peor de las pesadillas! Cuento los días para volver a mi tierra”. Muchas veces la realidad supera la ficción, más si el texto no tiene la contundencia necesaria para convertirlo en realidad para la escena. En ese sentido, e inspirada en ese “sueño americano”, la obra se inscribe en la ilusión del protagonista para conquistar los Estados Unidos y que algún día pueda ser presidente del mismo.
Tal como lo han hecho muchos dramaturgos, entre ellos Sergio Magaña (‘Ana la americana’) o Celestino Gorostiza (‘El color de nuestra piel’), la obra gira alrededor de la discriminación que hacemos los mexicanos por nosotros mismos, sobre todo cuando tenemos el mismo color de piel. Evocando al modelo actancial que pone al protagonista en la línea de salida para alcanzar la meta deseada y engañado por la propaganda nacionalista del “país de las libertades”, además de cerrar los ojos al valioso patrimonio que supone un rancho con todo y sus animales -casa en el bosque, avioneta, cuatrimoto y lancha (porque se supone cerca de un lago), graneros, etcétera-, que incluye una carta de despedida a una novia descrita con trenzas, reboso y enagua; que echa tortillas en un comal y que rasura sus bigotes de mujer peluda; Asclepiodoto emprende la aventura hacia los Estados Unidos sin escuchar los consejos de sus familiares que le dicen que allá sólo son presidentes los güeros, no importa que ya hayan tenido a Obama.
Escrita para la escena y sin importar su clasificación genérica, en el desarrollo vemos las vicisitudes del protagonista desde que atraviesa la frontera hasta su encuentro con un patrón de apellido Trump, el cual de manera figurativa podría ser el mismísimo presidente de los Estados Unidos.
A LO MEJOR TE ENCUENTRO (Y cuando te encuentre voy a abrazarte mucho), de Manuel Barragán.
Con un lenguaje demasiado coloquial porque así lo decide el dramaturgo, Manuel va tramando el enamoramiento, la vida en pareja y el postrer abandono del marido a su mujer Malena, que busca al esposo que ha sido levantado por la delincuencia organizada y del cual queda embarazada.
Contada en doce secuencias, que significan los doce meses del año, la obra -escrita en forma narratúrgica- cuenta con el acierto de ser construida bajo el esquema de la estructura de la obra tradicional; a saber: planteamiento, desarrollo, clímax y desenlace, al tiempo que nos adentra en los usos y costumbres de la gente de campo. Escrita con un lenguaje certero y divertido, y por qué no decirlo: yendo mucho más allá de los clichés caricaturescos con los que otros escriben sobre la gente de campo, la obra nos hace reír pero también pensar y sentir muy de cerca la tragedia cotidiana que sufre la gente de pueblo, pues el mismo Manuel, desde sus orígenes, cuenta con pelos y señales la vida vivida para descargarla en su escritura.
RESPIRA Y CHUTA (Mi vida en fuera de lugar), de Verónica Villicaña.
A propósito del teatro juvenil y el tema de la sacudida que implica el desatarse de los dogmas sociales y familiares, una chiquilla apodada con el nombre de “La chicharita” busca el emancipamiento -y aquí otra vez la fórmula del modelo actancial- de los estándares que nos imponen los padres y la misma sociedad, donde según las reglas “las niñas deben dedicarse a las labores propias de las niñas”, es decir: estudiar, tocar el piano, hacer ballet, gimnasia, etcétera, y no a otra actividad a la que tradicionalmente se dedican los niños: el futbol.
La protagonista cede a las exigencias de papá, pero a escondidas practica el futbol, no nada más como una contradicción al padre, sino por una pasión por la que quiere vivir.
Evidentemente y como buena escritora, Verónica enfrenta a la protagonista a toda clase de obstáculos para llevar a cabo sus anhelos. “La chicharita” logra vencerlos, luchando, soñando, superviviendo: “Esta no es la Selección Mexicana -dice-. Este no es el mundial. Este es mi equipo y ésta soy yo. Soy este momento. Este segundo antes de disparar el balón, con mi corazón latiendo fuerte. Soy la adrenalina de este segundo, el sudor de mi espalda; el vértigo de mi estómago. Soy todas las miradas de un estadio. El miedo a las miradas, el miedo a la dura mirada de mi padre que al fin me está viendo jugar, pero esta vez nadie me va a detener, mi papá no me va a detener… respiro… disparo”.
PINGÜINOS, de Hasam Díaz.
A sus 29 años, Hasam Díaz se ha convertido en uno de los más brillantes jóvenes dramaturgos de México. Actor, iluminador, dramaturgo y director, ha tenido una constante participación en la escena nacional en las disciplinas en las que se desenvuelve. Maneja elencos, cursos de dramaturgia y dirección en diferentes partes del país. Basado me supongo en varios de sus maestros de la escena nacional, que manejan con solvencia el realismo urbano de México, la obra gira en torno a cuatro jóvenes (dos parejas) que se reúnen y platican en una noche de fin de año, cuya escena me remite a ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’, de Edward Albee. ¿Por qué esta reminiscencia? Porque Hasam, con lo que escribe, parece que tiene muchos más años de edad de los realmente tiene.
Con algunas copas encima y en la “noche más fría del año”, llena de pingüinos para ambientar la ocasión, y que son puro signo, se va tejiendo la trama en la que se enfrentan los personajes de la obra. La fórmula es clara: A, B, C y D en situaciones y conflictos que los enfrentan para desnudarlos, someterlos, sacando a relucir sus personalidades y terminar desahuciados, muertos para comenzar nuevamente sus vidas:
“Liliana: Estoy aliviada más bien. Como si me quisiera quitar mil kilos de encima, ya no me siento culpable”.
“Ximena: Los dos aceptamos que podríamos estar con alguien más si lo queríamos.
“Xavier: Sí, para tener la relación fresca. Para no podrirnos.
“Ximena: Si tu pareja no hace nada de su vida. Y se la pasa quejándose del país tratando de cambiarlo con un click, lo que menos se te antoja es llegar a besarlo…
“Ximena: Lloré mucho y tú no te diste cuenta. Dormimos juntos y tú no lo notaste.
Cuando estaba por llegar a la clínica para abortar, pensé en cuál podría ser su nombre, y empecé a sonreír. Luego me imaginé su rostro, de qué color serían sus ojos, sus manos, sus pies. Ya no pude hacerlo, regresé a casa. Lo quiero tener, pero no contigo. Es obvio que tú tampoco. No quiero compartirla. No te preocupes por hacerte cargo de ella, yo sé que no la buscabas y la verdad me quiero ahorrar cualquier problema contigo. Madres solteras hay muchas, y no seré la primera ni la última, ¿para qué chingarnos más la vida si ya tuve el mejor regalo que pudiste haberme dado? Es mejor así”.
Morelia, Michoacán; 7 de agosto de 2018