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Home»Columnas»“Que no somos iguales”… la leyenda del Comandante Oropeza
Columnas

“Que no somos iguales”… la leyenda del Comandante Oropeza

Jorge AmaralBy Jorge Amaral6 julio, 2014Updated:6 julio, 2014No hay comentarios7 Mins Read
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Además de cantera rosa y un montón de iglesias, Morelia cuenta con un policía que hasta hace poco era visto como una auténtica leyenda urbana. Se trata del comandante Oropeza,  quien recientemente fue noticia por arrestar a un par de peligrosos y malvados motociclistas mal estacionados.

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Imagen: Guadalupe Divina

 Por Jorge A. Amaral

Hace tiempo me contaron una leyenda urbana de Morelia, la cual dice que si se es detenido por un agente de Tránsito, basta mencionar al comandante Oropeza para de inmediato neutralizar cualquier acción del elemento, ya sea la mordida o la multa. Con tantos relevos que ha habido en la Dirección de Seguridad Ciudadana de Morelia (creo que tres en esta administración) y en la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, yo estaba seguro de que ese tal comandante Oropeza no era sino un mito moreliano, como la mano que se asoma a través de la reja del Centro Cultural UNAM o el duende de la fuente del Conservatorio de las Rosas. Pero no, ese agente sí existe, es de carne y hueso y es todo un guardián del orden y la observancia a la justicia.

Morelia es un paraíso novohispano, un remanso de cantera rosa que se distingue por la calidez de su gente, su bella arquitectura colonial, sus tradiciones, su infraestructura hotelera y deportiva y la suma de voluntades que hacen un Morelia más seguro.

Eso diría este texto si fuera un boletín del Ayuntamiento o yo fuera un mirrey indicando cuál es el rumbo, pero como no lo es y yo estoy a años luz de ser un mirrey, basta decir que Morelia, con todas sus virtudes, se ha caracterizado por tener gobiernos omisos, cuando no idiotas.

Digo esto porque desde Chavo López recuerdo el interés que la administración ponía en la zona de Camelinas; para el señor López Orduña Morelia era sólo su zona sur y para las demás áreas sólo había baches y semáforos innecesarios en algunas avenidas, lo mismo que para Fausto y lo mismo que para Maluco Lázaro Medina. En materia de seguridad no andamos tan bien, ya que mientras los robos a casas habitación, de vehículos y motocicletas, los asaltos a transeúntes y a negocios y las ejecuciones (apenas hace unos días, a las 11:30 de la noche, me tocó ver un asesinato en una gasolinera de la salida a Quiroga) siguen presentes y constantes aunque el Ayuntamiento se empeñe en decir que en la capital del estado no pasa nada y que la inseguridad que nos aqueja se debe sólo a un error de percepción.

Quizás el Ayuntamiento tiene razón, quizá nosotros somos bastante necios y por eso no reconocemos los grandes avances en materia de seguridad que se han dado en la ciudad, y es que nos concentramos tanto en minucias, que no vemos los excelentes resultados que ha dado la labor del comandante Oropeza. Durante esta semana, este héroe de azul se enfrentó a una horda de salvajes y peligrosos motociclistas, peores que los Hell Angels, que tenían sumergida a la ciudadanía en el miedo y la zozobra al estacionar sus motocicletas en lugares indebidos, como si eso no sucediera en todo el puto Centro de Morelia, como si muchos franeleros (no digo que todos, hay gente que se salva, sobre todo en la 20 de Noviembre, El Charro y a don Jairo, por ejemplo) no fueran unos gánsteres de las calles, como si a las afueras de los colegios los padres de familia no se estacionaran en doble fila.

El Comandante...
El Comandante…

No exagero, las imágenes del operativo ahí están y en ellas se da constancia de la agresividad con que este mítico comandante arremete contra los dueños de las motos, incluso contra un transeúnte de la tercera edad al que los agentes someten como si fuera un peligroso delincuente.

Me dio tanto coraje ver esas imágenes, y más porque en esta ciudad es sumamente común, sobre todo al sur de la ciudad, ver las camionetotas buchonas pasarse los semáforos, dar vuelta donde no se debe, con sus tripulantes visiblemente bebiendo y manejando de forma, no peligrosa, bastante pendeja, y los agentes hacen como que no ven; pero si en mi carro viejo me cachan hablando por teléfono, de inmediato me paran en busca de un Morelos, y si es policía federal, con Sor Juana no la hago. Por cierto, el abuso del comandante sí fue severamente castigado: 24 horas de arresto (en la Policía, arresto es no dejarlo salir al finalizar la jornada) y seguirse de largo con su turno. ¡No la jodan!, no era para tanto, con un llamado de atención y obligarlo a disculparse y darse la mano con los motociclistas hubiera sido más que suficiente, por eso son como son, caray.

Mientras los delincuentes hacen de las suyas, mientras hay colonias que han decidido atrincherarse para protegerse, hay agentes que, además de los abusos a los ciudadanos, arremeten contra los periodistas. Que a un curioso lo hagan retirarse de una escena del crimen se entiende, no tiene nada qué hacer ahí, incluso corre peligro; pero si se trata de un reportero, a quien además golpean e insultan, estamos ante un caso de abuso de autoridad ya que sólo hace su trabajo, a él le pagan por tomar la foto o grabar video o hacer la nota porque ni usted ni yo podemos estar ahí.

El 29 de junio, durante la detención de un sujeto en la colonia Tres Puentes después de que intentaran robar en una casa, llegaron los medios de comunicación a cubrir el suceso. Cuando un fotoperiodista de La Voz de Michoacán hacía su trabajo, un mastodonte de la Policía Estatal arremetió contra el reportero gráfico aventándolo, golpeándolo y lanzándole insultos.

En el video difundido por Agencia Esquema se puede apreciar la prepotencia del policía y cómo en un momento, quizá por tanta grosería recibida, al reportero se le ocurre llamar “culero” al agente, quien se indignó como si le hubieran levantado un falso y, entre empujones y amenazas, le dijo al periodista: “A mí no me llamas ‘culero’ porque no somos iguales, pendejo”.

Esa frase, esa bendita frase me ha estado dando vueltas durante dos días, y es que ese “no somos iguales” me dejó consternado. Esa actitud refleja que se sienten superiores a los civiles por el simple hecho de portar un uniforme, sabiendo que tienen el tolete, la pistola y la patrulla de su lado, lo que les da la impunidad para cuanta tropelía se les ocurra; pensemos, por ejemplo, en la cantidad de desaparecidos que han sido levantados por policías.

“A mí no me llamas ‘culero’ porque no somos iguales, pendejo”, pues no, definitivamente no son iguales, y es que, como dijera una ex compañera de trabajo: “Cuando he tenido enfrente a un policía ha sido sólo para amenazarme”. No digo que todos sean así, hay policías buenos, serviciales y leales a su investidura como agentes del orden; también, como se ventiló a raíz de los despidos masivos en la Policía Estatal, muchas veces las mordidas no son para los elementos, sino, como los mismos agentes denunciaron, para sus mandos medios, quienes supuestamente les imponen tarifas diarias. Pero lamentablemente por unos pierden todos, y más con una historia de décadas de abusos y corrupción en todos los niveles, donde El Negro Durazo es de los casos emblemáticos.

Cierro este texto con lo que dice Molotov en “Hit me” y que enmarca perfectamente esta situación:

Aunque no sepa leer, no sepa hablar,

él es el que te brinda la seguridad,

así lo tienes que respetar

porque él representa a nuestra autoridad.

Postdata: A ver si entre todo lo que le “encontraron” al doctor Mireles aparece por ahí la justicia social.

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Jorge Amaral

Morelia, 1980. Melómano, amante de la cocina y poeta rehabilitado. Con grandes dotes para el albur, además es narrador ocasional, cronista y articulista. Anduvo por el rumbo de Filosofía, tuvo un centro botanero, ha sido obrero, carnicero, Godínez, funcionario, grillero y vendedor de micheladas. De oficio periodista, escribe donde se deje. Demasiado joven para vaca sagrada, demasiado viejo para joven promesa.

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