Luego de pasar un 2022 entretenido, sorpresivo y con experiencias intensas me dije “ya estuvo suave. Tomaré el control de mi vida”. A esta sabia conclusión llegan cada año millones de personas.
De las acciones controlables para el 2023 se encuentra la decisión de leer más libros de autores michoacanos y darles a conocer a ustedes, abnegados lectores, mi opinión. Mi lectura de escritores nativos o avecindados en la entidad ha sido azarosa y seguro seguirá igual, pero quiero leer sus novelas, crónicas, relatos y chance algún ensayo como un compromiso personal con quienes leen mis escritos. ¿Cómo ven? Mis opiniones tendrán el único fin de promover su lectura aprovechando la poca o mucha influencia lograda entre las personas que me leen a través de la revista Revés y en mi muro feisbuquero.
Como todo michoacano digno de ese gentilicio lo sabe, en nuestra tierra hay una abundancia de todo: de palomas mensajeras, de cafés y de gazpachos, pero sobre todo de puestos de tacos. En ese escenario no podían faltar los “hacedores de cultura”. Buena parte de mi vida ha transcurrido con la ligera sospecha de un superávit, una sobreoferta en el rubro de los creadores de cosas artísticas y mi especulación encontró asidero cuando Caliche Caroma, alma justiciera si las hay, dio a conocer una lista de creadores implorándole al gobernador una pizca de sentido común a la hora de nombrar al relevo de Gabriela Molina en la Secretaría de Cultura (SECUM).
Como todos sabemos, ese galimatías conocido como “la SECUM” ha sido dirigido -casi todo el siglo XXI- por puros invertebrados. Desde mi punto de vista, sólo una jefa de esa cosa indescifrable se salva: Sandra Aguilera.
Pues bien, los artistas abajofirmantes del documento le proponían al gober, con el debido respeto, algo sencillo pero novedoso: poner, al frente de la SECUM a un ser vertebrado, el que sea. Hay más de cinco mil especies en el mundo para escoger. Podía ser un pez, una rana, algún tipo de pajarraco e incluso un homínido (los artistas estaban con un ánimo flexible y conciliador) porque ¿saben ustedes? La SECUM, en su formato actual, no tiene sentido. Está periclitada. No importa qué hagan, ni cuánto trabajen. Esa institución y las nuevas formas de expresión artística deambulan en universos paralelos. No se tocan pues.
El mandatario, obvio, no los peló pero se puso a valorar los porcentajes rigurosos de lealtad y capacidad prescritos en el Manual Oficial de Procedimientos. Cuando ajustó esas variables decidió el reemplazo en favor de quien, a su entender, reúne los porcentajes correctos.
La lista, sin embargo, me sirvió para preguntarme si hay explicación en relación a tanto creador y tan poca relevancia o reconocimiento en el ejercicio de tan nobles actividades. ¿De qué vive un músico o actor si no hay un mercado para desplegar las alas y apantallar al mundo desde Michoacán? Obvio: de apoyos y becas per secula seculorum o hasta que la edad los retire.
De entre los oficios consignados en el “expediente Caliche”, el de escritor es el más modestamente representado. Apenas llegan a diez los abajofirmantes, pero hay muchos músicos, bailarines, actores, promotores, cineastas. De todo.
Como consumidor de mercancías culturales (porque eso son), lo veo así: de vez en vez uno se apersona para ver una producción teatral con personal michoacano, compra un cuadro de un pintor local o escucha algún concierto. Por todo eso se paga (o debería pagarse). Yo lo hago, pero no tengo registrados milagros vinculados a un michoacano comprando un libro de un escritor michoacano… y sí es poeta, menos. Hay lo que se conoce como una asimetría en el consumo.
La famosa lista cuenta con poco más de 170 artistas. Me parecen demasiados, pero seguro son más. Muchísimos más. Centenas más. Si producimos de todo en abundancia ¿por qué no pasa nada? ¿Por qué no hay temporadas triunfales de una puesta en escena con boletos pagados y artistas locales? ¿Por qué los músicos que soñaron con ser miembros de una orquesta sinfónica se decantan por la cumbia, la balada y tocan en bares o plazas públicas?
¿Por qué no se consideran esos cambios como una forma de éxito en el marco de la cultura del algoritmo? Para terminar: ¿por qué en décadas de auspicio institucional no se creó el mercado (sí, el mercado) para lo que no cesamos de cacarear como “esencial para el desarrollo de los pueblos”? (VER NOTA AL FINAL DE ESTE TEXTO).
A ver, hállenle.
En ese inquisitorial trance me encontraba cuando me tomó por asalto el espíritu de John Kennedy y su marmórea frase: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
La disyuntiva estaba perfilada: o me esperaba a que la 4T llevara hasta sus últimas consecuencias “las contradicciones del neoliberalismo” y con ello el arribo al paraíso feliz feliz feliz de la mano de Claudia Sheinbaum… o me ponía a hacer algo en corto, en confianza y sin prometer paraísos a futuro.
Opté por lo segundo y heme aquí con ganas de chismearles: llevo varias décadas dedicándole a la escribidera las mejores y peores etapas de mi vida. En tanto tiempo como escribidor me han publicado unos… siete libros.
¿No es apantallador?
Pues sí, pero no, porque si alguien me conoce, no es por los libros publicados, sino por ocurrencias como esta bajo su mirada. Si alguien dice “me cae que Raúl es escritor”, es por textos como este, pero no por leer mis libros. De esos siete libracos, sólo dos se pueden conseguir sin problema gracias al “capitalismo rapaz y miserable” de la plataforma de Amazon (Dios bendiga a Jeff Bezos). Los demás… pos sepa Dios dónde estarán. Ya no existen. A nadie le preocupan. Ni a mí.
Lo mismo le pasa a la mayoría de mis colegas. El pueblo lector sabe del oficio de sus héroes, pero no lee sus libros por tres motivos: no son fáciles de encontrar, no existen ya o a nadie le importa el asunto. Esta última es la opción más popular.
(En esta línea, algunos se preguntarán a qué hora voy a ocuparme de Ray Loriga. Les pido paciencia).
Ustedes no están para saberlo, pero yo sí para contárselos. En algún momento de mi vida fui profesor y durante esa fase laboral lo supe: era el feliz poseedor de una cualidad muy apreciada entre mis alumnos. ¿Cómo les diré? Podía pasar toda la hora hablándoles de una novela en donde el tema de la clase se reflejaba de manera más seductora que en un libro de Historia.
Esa forma de dispersar (verbo de moda) el conocimiento tenía de lo más entretenidos e interesados a los estudiantes. Al final, unos dos o tres se acercaban y pedían los datos de la tal novela para leerla. Así fue por muchos años y en cada semestre lograba rescatar cuatro o cinco individuos de las garras de la No Lectura.
Eso estaba chido.
En los últimos quince años, con el auge de las redes sociales (revistas electrónicas, los muros feisbuqueros), esa costumbre la he llevado a cabo con los mismos resultados y puedo espetarles una Verdad Ecuménica: cuando a uno le gusta lo que hace y además a otros les gusta lo que uno hace, por seguro se logra convertir en lectores a algunos tozudos. No se necesita recibir beca, ni salario, ni apoyo institucional. Es cosa de hacerlo y ya.
Aquí voy a abrir unos corchetes con información impertinente, digresora y contextualizada. Abro corchete: [por motivos de salud, desde septiembre pasado me retiré de la lectura. Todos lo sabemos: cuando a uno le duele el cuerpo no dan ganas de leer, pero de los libracos leídos en el 2022 hubo dos realmente notables para mis parámetros lectores: Umami, de Laia Jufresa -una feliz recomendación de Edurne Farías- y Anatomía de un instante, de Javier Cercas. ¡Por los clavos de Cristo! ¡Qué cosa tan chida es el libro de Cercas, se los juro! Sobre todo para los interesados en el tema de la transición a la democracia en España, los pactos de la Moncloa y vainas de ese talante. Fin de los corchetes].
Ahora bien: ¿cómo se dio el milagro de leer los libros mencionados arriba? Fácil: por recomendación de otras personas o por noticias en revistas electrónicas, en programas de radio, periódicos o amigos lectores. No hay otra forma.
Hace unos días, Salvador Munguía, mejor conocido como El Licenciado Munguía, pasó por mi casa y se puso a chismear sobre la vida de Ray Loriga. El leguleyo Salvador andaba desatado: me dijo que hace año y medio al Ray le salió un tumor en el cerebro. A causa de eso perdió un ojo y ahora deambulaba por Madrid con parche y toda la cosa. No sólo eso, también se quedó sordo de un oído. Yo estaba con cara de “no mames, ¿te cae?”. Al final me habló de la más reciente novela del neo pirata: Cualquier verano es un final, se llama. Me gustaron sus maledicencias sobre Loriga y le pregunté si ya estaba a la venta. Me dijo “no, sale el 12 de enero” (o sea, el jueves próximo). ¿Qué hice? Lo anoté entre mis pendientes de lectura. Precios: versión Kindle, 159 pesos; versión en papel, 380 pesos.
¿Lo ven? Así es como uno sabe de novelas, ensayos, crónicas, relatos o chismes. Por la promoción voluntaria e involuntaria, pero eso no pasa con los autores locales.
Otro dato lector: el año pasado leí cinco libros de sendos amigos avecindados o vinculados a Morelia. Unas crónicas de Gustavo Ogarrio; una novela de Jaime Martínez Ochoa; una crónica familiar en torno al alcoholismo por parte de Gris Rodríguez y otros dos francamente muy buenos. Me refiero a una biografía novelada de Martha Parada y unos relatos de Adriana Pineda. Excelentes esos dos volúmenes y ¿saben? están a punto de ser lanzados no al mercado (no existe) sino a ver qué pasa.
Vamos a ponernos intensos: ¿ya se está preparando el entorno para cuando nazcan esos bebés? ¿Se habla en los medios de la inminencia de su aparición? ¿Saben en dónde se publicarán? ¿Habrá oferta de ejemplares al público o todo será secreto? ¿Encontraremos copias en librerías y puestos de periódicos? ¿Ya se entrevistó a las autoras como para animar a los lectores? ¿Saldrán en la tele?
Pos sepa.
Acciones de ese talante son algunas tareas que un nuevo ente o artefacto cultural podría facilitar como parte de su política y objetivos (por piedad, desparezcan a la SECUM; no sirve en estos tiempos).
En verdad os digo: ni Jitanjáfora, ni Silla Vacía, ni Morevallado, ni Arquera… es más: ninguna editorial local tiene para gastos de mercadeo -y algunas de ellas ni ganas de tenerlos. Si alguien piensa que toda la promoción de los productos de Anagrama o Tusquets son por la “extraordinaria calidad de sus productos”, están mal informados o viven en el mundo de los “otros datos”. Tampoco propongo una cruzada contra esas transnacionales porque es una lucha perdida desde el inicio de los tiempos.
La “alfaguarización” de la literatura es un hecho consumado y en retozona expansión, pero siempre hay lugar para propuestas diferentes, rentables desde la romántica y setentera “resistencia”. Mauricio Bares y Lilia Barajas son una muestra del éxito editorial desde los márgenes y convocan, a quienes acuden a su editorial en busca de consuelo (o sea, la eventualidad de ser publicados) a convertirse en “activistas de sus propios libros”. NITRO/PRESS, la empresa de Bares y Lilia, es una muestra de éxito con escritores alejados de la alfaguarización. Va un abrazo desde este espacio a Mauricio.
Preguntas incómodas: ¿hay buenos escritores o escritoras michoacanos? Sí. No muchos, pero los hay. ¿Por qué no he leído a más autores nativos? El problema debe ser mío. No los encuentro. Sus libros “no me los topo”, no sé de sus ficciones. Nadie les da seguimiento. No hay la clásica y necesaria lista de “los mejores libros publicados en Michoacán en el 2022”. Los libros, en Michoacán, sólo le importan a una secta y a esa secta me atengo. Parte de mi tiempo lector será para esos libros arrumbados.
Nada de ponerme acá, muy conocedor ni considerarme el non plus guau del género opinador. La mía será la de un lector que disfruta leer novelas, ensayos, crónicas, relatos. No me ocuparé de la poesía ni del cuento porque ambos géneros me resultan complicados y a mi augusta edad puedo ser sincero: no me interesan para el objetivo aquí reseñado. Sí, ya sé, soy un naco químicamente puro por pensar de esa forma.
Leeré obras ya publicadas, de inminente aparición o recomendaciones de amigos a quienes respeto como lectores.
En este mes sale la primera opinión. Es sobre mi querido Sergio Monreal, cuya novela (inédita) terminé de leer ayer y es perentorio tomarme un café con él.
NOTA: Las acciones esenciales de un ente cuyo fin es promocionar, difundir y fomentar la cultura implican mantenerse a distancia de la noción de mercado como escenario para comercializar o rentablizar los trabajos artísticos, pero es necesario replantear la forma en que las tareas institucionales se llevan a cabo (o apoyar por siempre a quienes a esas actividades se dedican). Debe regularse este campo de la intervención estatal. A fin de cuentas, un artista aspira a vivir de su vocación musical, actoral o de gestión. Lograrlo requiere talento y habilidad para posicionarse en el mercado de trabajo de esas actividades. El tema es complejo y en ello radica parte de la absoluta ineficacia de la SECUM en su concepción actual. No tiene sentido su existencia.