“Si Dios no existe todo le está permitido al hombre”, sostenía Dostoievsky en una de sus novelas más leídas: Crimen y castigo. Nietzsche, en cambio, distinto a Dostoievsky, no cuestionó ni afirmó la inexistencia de Dios. A través de Zaratustra, personaje central de sus reflexiones, anunció la buena nueva: “Dios ha muerto”.
Las implicaciones políticas y sociales de la sentencia nietzschiana son diversas. Sin embargo, de las consecuencias más observables son, sobre todo, la irrupción de lo relativo y la decadencia de lo absoluto y, con ello, de todas las figuras de autoridad. La muerte de Dios vaticinada por Zaratustra trajo tras de sí una incredulidad y una paulatina muerte de las sociedades aristotélicas, es decir, aquellas en las que en el centro figuraba el Sol- Rey y alrededor de él los planetas cortesanos en busca del favor del astro céntrico.
Sin embargo, decir y asumir la muerte de Dios es asumir que durante algún tiempo éste fungió como una figura tutelar que legitimaba e intervenía en la existencia humana. Asumir su muerte es, al mismo tiempo, asumir estar en el más absoluto de los desamparos y es renunciar a la idea de un destino escrito por un alguien externo y superior –ya muerto- para nuestra vida y lo que hagamos de ella. Lo anterior trae, por lo tanto, una idea de humanidad distinta como una humanidad que tiene el deber de crear, para sí, su propio destino (Villoro, 2010)
Sin pretender catalogar a Nietzsche como un existencialista -fue más bien un nihilista- sus escritos permiten pensar la existencia humana, según mi muy personal interpretación, a partir de tres conceptos: libertad, crítica y creación.
Como menciona Ricardo Sánchez Becerra en ¿Tú qué sabes de la muerte de Dios?, “Nietzsche quiere creadores”, ¿qué significa lo anterior? Significa que, si Dios, como Discurso Legitimador ha muerto, no hay destino y la vida, tu vida, nuestra vida, es una suma de enmarañados actos acrobáticos en un mundo en el que, al parecer, no hay verdades absolutas.
Sin embargo, lo preocupante para el doctor Mario Teodoro Ramírez del relativismo que surge de la máxima nietzschena, es precisamente la inhabilitación de la idea de lo absoluto. Cuando Nietzsche menciona “No hay hechos, sólo interpretaciones”, podemos caer no sólo en un relativismo extremo, pues las interpretaciones de un solo fenómeno pueden ser múltiples sino también en un antropocentrismo peligroso pues si bien hay objetos que dependen de nuestra interpretación para existir hay muchos otros que no. Como ejemplifica Ramírez Cobián en el seminario sobre Ontología Contemporánea que dicta en la Facultad de Filosofía: la interpretemos como la interpretemos, una cebolla siempre hará lloriquear nuestros ojos, es decir, tiene una existencia con independencia del sujeto.
Lo anterior nos deja en un río bifurcado en dos corrientes: una, la más fácil, dejar correr por donde el agua del libertinaje y la irresponsabilidad social nos lleve, pues finalmente no hay ejemplos a seguir toda vez que Dios, la figura más importante, ha muerto; o el camino difícil de la reflexión y el de los hombres y mujeres (la idea del súper hombre) que no necesitan de figuras tutelares en tanto que son capaces de pensar y de actuar por sí mismos sin la necesidad de que haya “alguien” que los premie o castigue.
El sueño de la Ilustración y, junto con ella, el de la Revolución Francesa, fue ése: entrar a la mayoría de edad en que pensamiento y razón gobernara la vida cotidiana de los, ahora sí, ciudadanos del mundo. La Revolución francesa, después de todo, llevó a cabo el síntoma más evidente de la muerte de Dios: el asesinato del Rey: no había hijos predilectos de Dios o no los había más, no había representantes de Dios en la tierra, no había sangre azul: libertad, igualdad y fraternidad.
Una de las consecuencias de lo anterior, para Elizabeth Roudinesco (2007), fue la de la secularización del Estado que ha ido fortaleciendo, con el paso del tiempo, una sociedad en desorden. Para Roudinesco, parece ser claro que la muerte del padre lejos de haber originado una sociedad de la libertad en donde la razón sea la fuente de dicha libertad ha dado paso a una sociedad del desorden en donde la sinrazón se muestra en la aparente y radical validez de todos los discursos: muerto el padre, cualquier palabra es palabra.
Elizabeth Roudinesco, en La familia en desorden, refiere que la muerte de Dios trajo consigo la muerte de su soberano en la tierra y esto a su vez trajo varias consecuencias políticas y sociales que se pueden evidenciar en el desorden. Una de las primeras y más evidentes fue que el sistema político necesitó transformarse y abrir paso de un sistema político del orden, la monarquía absolutista, a un sistema político fundamentado en la libertad: la democracia.
Recordemos que el lema libertador de la Revolución francesa fue: libertad, igualdad y fraternidad. Considero que, para que la democracia sea un régimen que garantice la libertad propia y ajena debe ser un régimen que funcione, por sobre todas las cosas, a partir de la crítica y, por lo tanto, de la razón. ¿Qué tanto se practica esta premisa en la actualidad? No lo sé, pero las evidencias sociales no son muy alentadoras: violencia, feminicidio, cosificación, etc.
Muerto el padre, los hijos toman el mando. En la actualidad pareciera que no hay nada sobre o por encima del ser humano. Nuestra sociedad es una sociedad altamente antropocéntrica en la que, obviamente, son más importantes las comodidades y necesidades del ser humano y no la del resto del mundo. Sin embargo, también parece posible pensar que si no cambiamos pronto nuestra antropocéntrica manera de relacionarnos con el mundo natural, pronto estaremos en peligro de extinción por nuestras propias acciones.
Se trata, me parece, de rehabilitar la idea de lo absoluto a la que tanto le tememos después de siglos de dominación en nombre de una idea superior al ser humano con la idea, al mismo tiempo, de rehabilitar la esperanza de un futuro mejor.
Referencias.
– Villoro, Luis (2010) El pensamiento moderno. México: Fondo de Cultura Económica.
– Roudinesco, Elizabeth (2007) La familia en desorden. México: Fondo de Cultura Económica.