¿Pueden pensar las máquinas? Fue la pregunta original que se planteó Alan Turing (se persigna mientras dice su nombre) en su ensayo Computing machinery and intelligence. Probablemente es una de las preguntas más hermosas que se hayan escrito el siglo pasado. No pensamos lo suficiente en la belleza de las preguntas. Debería haber una categoría estética para los cuestionamientos. Alan Turing, sin embargo, tuvo que sustituir su propia pregunta por una menos filosófica, más puntual y también más factible de ser contestada: ¿existirán computadoras digitales imaginables que tengan un buen desempeño en el juego de imitación?
Para llevarse a cabo el juego de la imitación hacen falta tres jugadores, a quienes llamaremos A, B y C; y dos habitaciones. El jugador A será el juez y estará afuera de las habitaciones. Las habitaciones están ocupadas cada una por uno de los jugadores restantes. Pero no se sabe quién está en cuál. El único medio de comunicación entre los jugadores de las habitaciones y el juez son textos escritos con máquina de escribir. De los jugadores que están en las habitaciones, uno de ellos jugará a imitar al jugador que está en la otra habitación, el otro jugador se limitará a ser él mismo. El juego se gana si el imitador engaña al juez. En un resumen muy burdo se trata de que una persona trate de hacerse pasar por otra.
Alan Turing proponía que en una de las habitaciones estuviera, en lugar de un jugador humano, una máquina tratando de engañar al juez. En última instancia, lo que Alan Turing se preguntaba es si habrán computadoras capaces de hacerse pasar por seres humanos en una conversación. El texto fue publicado en 1950, hace casi siete décadas. Desde entonces, se conoce como Test de Turing a las pruebas en las que una máquina intenta hacerse pasar por ser humano.
En 1966 se creó un programa llamado ELIZA, que fue el primero en engañar a seres humanos. Incluso se dice que a algunos les costó trabajo convencerse de que habían conversado con una máquina. Posteriormente se han creado varios programas que son capaces de engañar a seres humanos. Desgraciadamente no he encontrado registro de las conversaciones en las que las máquinas engañaron a los seres humanos. Me encantaría ver el nivel de la conversación que sostuvieron. ¿Se alburearon? ¿Hablaron del clima? ¿Se mandaron memes? ¿Nudes?¿Compartieron anécdotas de la fiesta del fin de semana? ¿Hablaron sobre teorías de la muerte de Valentín Elizalde?
¿Qué tipo de preguntas se le podrían hacer a una máquina para desenmascararla?
Uno de los aspectos hermosos del Test de Turing es que es subjetivo. Cada juez decidirá qué preguntas hacer y tendrá sus propios criterios para determinar si está ante una máquina o un ser humano. Los programas lograron engañar a algunos humanos, pero en realidad a un porcentaje muy muy bajo. Para que una máquina pase el Test de Turing debe tener el mismo porcentaje de engaños logrados que tiene un ser humano, el 65% o uno superior.
Como todos sabemos, hasta la fecha ninguna máquina ha demostrado ser capaz de pensar. Me gusta suponer que si algunas máquinas han pasado el Test de Turing es porque han sido entrevistadas por gente tonta. Nuestras máquinas aún no han demostrado la capacidad de defender una postura respecto a un tema complejo como el final de Evangelion o por qué Adal Ramones nos gustaba hace 17 años. Ahí la llevan, nos dan la hora, nos dicen cómo llegar a la casa de nuestro amigo que vive en otra ciudad, nos ayudan a comprar boletos de avión y un par de otros temas sin mayor complejidad. Los ingenieros siguen trabajando en la construcción de un auténtico pensamiento robótico. Aunque el Test de Turing ha sido desestimado por diferentes críticos, no deja de ser interesante y estimulante el planteamiento de que una máquina tenga que demostrarle a un humano su capacidad de pensamiento.
En este momento del texto, nada me entusiasmaría más que hacer algunas propuestas de cuestionario para evaluar la capacidad de pensamiento de la inteligencia artificial. Pero antes de viajar al universo paralelo en el que yo soy el presidente de la Comisión del Pensamiento Humano y soy el único encargado de determinar si estamos ante un ser pensante o no, detengámonos y hablemos del Alzheimer.
La enfermedad que mata las neuronas viene a cuento porque de alguna manera supone el camino opuesto en la construcción de una conciencia. Si por un lado los ingenieros están trabajando arduamente en la construcción de una máquina capaz de pensar, por el otro, hay una enfermedad que está destruyendo las células de un órgano biológico capaz de pensar.
Voy a desviarme un poco más, pero prometo volver a lo del test.
En los últimos años he sido testigo de cómo algunas personas cercanas se deterioran físicamente hasta la muerte, por enfermedad, por vejez o ambas. Por primera vez me esforcé en imaginar con un nítido realismo cómo podrían ser las circunstancias previas a mi muerte. ¿Sufriré deterioro lento? ¿Dependeré de alguien más? ¿Causaré molestias? ¿Seré una carga? ¿Seré capaz de serle útil a los demás? ¿Estaré inhabilitado para crear? ¿Debería suicidarme antes de que eso suceda tal como hizo Hemingway? ¿Podré cuestionarme estas cosas? ¿Mi cerebro funcionará bien? ¿Conservaré mi personalidad y mi visión de la realidad? ¿Seguiré siendo yo? ¿Llegará el momento en que sólo queden algunas facultades mentales pero no las suficiente para afirmar que soy un ser pensante? ¿Deberían aplicarme el Test de Turing? ¿Quién debería aplicármelo?
Año 2059. Centro de interrogatorio número 3 de la clínica Turing Bartleby. Un Gabo de 71 años enfermo de Alzheimer se encuentra en una habitación sentado frente a una silla vacía que será ocupada por un androide idéntico a él que recién abre la puerta y se presenta.
—Buenas tardes, señor Gabo Andrade. Soy el androide Gabo Bartleby.
—Buenas tardes, Gabo Bartleby.
—¿Sabes qué haces aquí?
—En realidad no, señor Bartleby.
—Hace tres años contrataste nuestro servicios.
—¿Qué servicios?
—Los servicios Turing Bartleby consisten en crear una copia de ti mismo cuya única función es evaluar si el deterioro causado por el Alzheimer que padeces no ha causado un daño tal que ya no seas tú mismo. La única persona que puede saber si eres tú o no, eres en efecto tú mismo. Para ser precisos, soy yo, una copia de ti cuando apenas tenías una par de semanas con tu enfermedad diagnosticada. Cuando tú eras más tú.
—No recuerdo esa parte, pero suena a algo que haría yo.
—No te preocupes, que no recuerdes esa parte no significa que no seas tú.
—¿Qué pasaría si detectas que yo ya no soy yo?
—Tendrías que morir.
—Entiendo, también suena a algo que haría yo. ¿Y cómo moriría?
—Feliz
—¿De qué manera podría morir feliz?
—Comiendo tacos.
—Claro, sí suena a mí.
—A ver. No quiero ser grosero, pero tú no defines qué es algo que harías tú o no. Eso lo decido yo. En cualquier caso, en efecto, sí es algo que harías tú, de hecho lo hiciste.
—Bien. Entonces, ¿me vas a hacer algunas preguntas o cómo funciona esto?
—Pues sí.
—Empecemos.
—¿Canción favorita?
—Depende, ¿para qué?
—Bien. Para meter a alguien en la cajuela de un carro.
—”Flashing Lights”.
—¿Por qué querrías meter a alguien en la cajuela de un auto?
—Para poner “Flashing Lights” de fondo.
—Todavía eres tú. Nos vemos en 3 meses.
—OK. Muchas gracias.
—De nada.
—Una duda.
—Dime.
—¿Te resulto igual de desagradable como tú me resultas a mí?
—Creo que sí.
—Qué fastidio. Ojalá pronto deje de ser yo.
—Opino lo mismo.
¿Ustedes qué se preguntarían para saber si aún son ustedes mismos?