Mi hermano ha sido un misterio en cuanto a su tiempo. Entre sus trabajos y reuniones uno pensaría que jamás tiene tiempo para desarrollar hobbies. Sin embargo, siempre que pido una recomendación de películas o alguna pregunta sobre largometrajes, él tiene la respuesta idónea. No importa si la película salió hace treinta años, o diez, o una semana, o si se estrenó el mismo día por la mañana. En este caso así fue. Gracias a las plataformas de streaming que modificaron cómo se ve cine y televisión, lo cual de por sí ya es un tema que da mucho de qué hablar. Hoy, el proceso para ver una película de estreno se abrevia bastante.
Mientras yo comía tostadas con crema, mi hermano, como si un rayo le hubiera caído en la cabeza, preguntó «ya viste Soul«. La respuesta era un evidente no, pues apenas habían subido la película hacía un par de horas.
Existían más razones para no desear verla. La verdad es que, entre tantos anuncios que se han hecho de la película, imaginé que se trataría de una más de Disney y Pixar. De esos largometrajes con moralejas aburridas, musicales, romances forzados e historias viciadas por lo políticamente correcto (que es una forma políticamente correcta de decir «mamón»). Cuando di mis argumentos, mi hermano me miró fijamente, tomó mi hombro y sentenció: «No, la película es buena». Luego se comió unos pistaches que tenía en su mano.
Su mirada absorta en recuerdos de la película me llamó la atención. Así, decidí ver la última obra de Peter Docter (en la cuenta de streaming de mi hermano, claro) con un prejuicio ya establecido. Es más, la puse pensando que si no despegaba a los veinte minutos la abandonaría.
Me equivoqué.
No es la primera vez que pasa, me equivoco con mucha frecuencia. La película muestra premisas filosóficas dignas de ser apreciadas. Es más, si dijéramos que es una película para niños, no nos referiríamos a los niños de ahora, sino a los niños que lo fueron en los noventa y ochenta.
Intentaré aquí evitar cualquier tipo de spoiler, esa práctica siempre me ha parecido despreciable, y mostrar solo los puntos que me llamaron la atención en la película, sin embargo, no prometo que no ocurra algún dato de la historia, a fin de cuentas, como dije, me equivoco con frecuencia.
Las ideas innatas
Las ideas innatas, que en su momento Arístocles colocó influenciado por los orientales, se desarrollan en la película. Según la historia, hay un mundo donde seres cuánticos, o así se presentan ellos, asignan peculiaridades psicológicas a los próximos bebés; sin menor idea del bien o el mal, solo les determinan una actitud, podría ser que un bebé fuera un sociópata, soberbio, indiferente al dolor ajeno, asesino potencial, pero, como los seres cósmicos (o Jerry) lo dicen, eso es problema de la tierra. Así pues, un tanto deterministas, los humanos venimos a la tierra ya predispuestos a cómo vivir. Aunque como lo reafirman en el largometraje “todo es hipotético”.
Los mentores
La película utiliza un viejo recurso narrativo donde se contrasta a un adulto, un tanto amargado, con un niño inocente. El recurso se ha utilizado tanto en películas como en textos continuos. De esta manera conocemos a Veintidós, una no nacida que debe encontrar su chispa antes de iniciar a vivir, el problema es que esa pasión debe ser inspirada por personas que ya han muerto, mismas que eran destacadas en su área.
Probablemente esta metáfora sea referida a la incesante búsqueda de una pasión, cosa que solemos hacer muchos; cuando no sabemos cómo vivir, nos acercamos a mentores, tenemos diálogos con gente muerta (desde luego hablo de los libros, no de la Ouija) o simplemente buscamos un couch de vida; entre los notables que intentaron inspirar a Veintidós están Arquímedes, Copérnico, Lincoln, La madre Teresa, Gandhi, George Orwell, Carl Jung y Muhammad Alí.
Todos los anteriores tenían dos cosas en común: por un lado, sus pasiones hicieron que trascendieran eventualmente, y sobrevivieran a la muerte (también eventualmente), y por otra parte todos eran humanos, así que Veintidós los ve de esa forma: solo humanos, con defectos, inclusive odiosos. De esa manera no importa a quién idolatremos, en realidad todos fallaron en algo, la figura del único mentor que la inspira está, irónicamente, en alguien que le importa un carajo ser ejemplo para los demás.
Camus y el choque con el absurdo
La película no resuelve dudas existenciales, ni siquiera lo intenta, sino que genera más, sin embargo, no se tuvo que usar un animador o director de fotografía darketo que grabara todo en blanco y negro para mostrar la idea del absurdo. Así como una persona no tiene por qué vivir en depresión para darse cuenta que la vida no tiene un sentido definido. La cotidianidad basta para entenderlo. Joe Gardner, el protagonista, lo entiende, aunque como muchos también lo niega.
Hay un viejo cuento chino que relata la historia de un tal príncipe Ye, mismo que admira a los dragones, le fascinan, tiene sueños húmedos con ellos, los dibuja, pero cuando se le aparece un verdadero dragón le faltan esfínteres a Ye, sale despavorido y el dragón entiende que a Ye no le gustaban los dragones, sino solo algo parecido que los representaba.
De la misma forma, las personas anhelamos cosas y eventos que cuando suceden no nos llenan, no nos son suficientes, se nos van como agua entre los dedos, esto genera un vacío: es el choque con el absurdo. Nos damos cuenta, con decepción, que la vida no es justa y que tampoco le importa nuestro concepto de justicia. Como el argelino lo dejó ver: es el momento en el que los fuertes sobreviven y los débiles se suicidan.
No es sencillo afrontar el choque con el sin sentido de la vida, pero resulta necesario para sobrevivir, tal como a Joe Gardner lo hizo.
La pasión por la vida
En esa búsqueda por la pasión, o la chispa, la mayoría de los Jerry se desarman de risa de los humanos porque según ellos somos “básicos”. Al parecer, ellos conocen un misterio de la vida que nosotros ignoramos o negamos, quizá por su simplicidad.
En más de una ocasión aseguramos que nacimos para algo, que tenemos un talento que es preciso ser descubierto y explotado. De esta forma le hacemos un favor al mundo, es nuestro propósito en la vida, pues. Y lo que más pega de que los Jerry se rían del montón de changos que creen en un propósito de vida es que quizá los Jerry quizá tengan razón al burlarse.
Tal vez no hay propósito, pero el hecho de que la vida no tenga chiste no implica que no tenga gracia. A lo largo del viaje de Joe se nos insinúa que en realidad la vida es una caminata en el desierto con el sol siempre en el cenit, no sabemos por dónde vamos, ya olvidamos a dónde nos dirigíamos, pero tenemos dos opciones, o nos recostamos a morir por deshidratación, o seguimos caminando disfrutando de la arena entre los dedos de los pies.
A fin de cuentas, citando al mismo Camus “Así saco del absurdo tres consecuencias que son mi rebelión, mi libertad y mi pasión. Con el solo juego de la consciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte, y rechazo el suicidio” (El mito de Sísifo, 1942/1981, p.33)[1].
Rebelión para negarme a todo aquello que se nos desee imponer; libertad con todas sus consecuencias lógicas, pero… ¿pasión? ¿Pasión por qué o para qué? Para nada en realidad, pasión por vivir, si acaso. Pasión por el sentido que se desee enfocar a la vida, conscientes del mismo vacío que conlleva.
Deseos y obsesiones
En una sitcom vieja que relataba la vida de cuatro alienígenas que llegaban a La tercera roca del Sol y se hacían pasar por humanos para aprender de las estupideces que hacemos las personas e intentar descifrar por qué las hacemos (tarea por demás inútil). Dos de ellos, el comandante, disfrazado de profesor universitario, y el experto en inteligencia, acuden a la casa de una doctora de la Universidad, compañera del comandante y por la que este siente una enorme atracción únicamente explicable por el enamoramiento.
En la secuencia, el personaje de Joseph Gordon-Levit le recrimina al comandante: “Míranos, dos líderes en nuestro planeta perdiendo el tiempo en sueños sin sentido”. El comandante reacciona para excusarse “No es un sueño, es una obsesión, hay una diferencia”.
Es verdad, entre un sueño, o deseo, y una obsesión hay grandes diferencias. Aún el más puro de los filántropos puede convertirse en un sociópata cuando lleva al extremo su pasión, es decir, cuando le asignó un sentido a su vida, pero no fue consciente de vacío que esta implicaba. Podemos entender que esta es otra de las metáforas que utiliza Soul. Cuando transformamos nuestros deseos en obsesiones, terminamos por aceptar la vida, pero negamos la muerte, conceptos incompatibles. Nos volvemos monstruos.
El gran después
Quizá la figura retórica más fuerte que aparece en la película es la que da título a la misma. Soul, el alma, y es que como afirman los personajes hay un mundo entre la vida y la muerte donde todo es hipotético. Ahí habita el alma o, en otras palabras, la consciencia. No solo se llega ahí en el lecho de muerte, sino que el alma o la consciencia revisten lo que somos, y lo que somos muere con nosotros.
A ese lugar al que nos dirigimos al morir, donde ya nada es hipotético porque simplemente ya no hay nada, se le asigna el nombre de El gran después. Nombre justo porque no podemos asegurar que haya nada en ese después. Así, simplemente es un concepto abstracto, al que llegaremos querámoslo o no. Una verdad evidente que la película nos recuerda en estos tiempos donde los humanos hemos pasado a ser los animales más frágiles del planeta, porque con tantas opciones para caer es difícil no morirse.
De forma resumida, mi hermano tenía razón, la película es buena. Con eso me refiero no a aspectos técnicos que un animador o director podría identificar. Hablo en realidad de que es entretenida; una película que no es para niños, no desde mi perspectiva, pero que es muy disfrutable. Un crítico ducho en filosofía y en el séptimo arte sabrá decirles más que yo sobre el tema, pero, por mi parte, les aseguro que la película les dará poco más de una hora con cuarenta minutos de entretenimiento y profundas reflexiones.
[1] Camus, A. (1981). El mito de Sísifo (Trad. Luis Echávarri). Madrid. Alianza Editorial (Trabajo original publicado en 1942).
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