Miércoles 18 de diciembre del 2019, frío, cielo despejado. Arribamos junto con mi acompañante a las 11:30 de la noche a la taquilla-dulcería del cine más “popular” de este país. El objetivo: presenciar la premier de la última entrega de la saga más legendaria y emblemática de todos los tiempos, Star Wars.
De a poco, la efervescente feligresía se iba congregando en el lobby del cine, a la ansiosa espera del capítulo 9 de la creación de George Lucas; playeras con las imágenes más representativas de la marca Star Wars, Yodas, Chewbaccas, Stormtroopers, sables de luz, máscaras, desfilaban en la sala de espera.
Por su parte, el corporativo del cine, gran magnate cuasi monopólico de la industria mexicana, sabe del monstruo de 9 cabezas que está albergando; llaveros a 55 pesos, 3 diferentes vasos que se encienden a modo de sable láser a 179 pesos cada uno. Negocio redondo.
El demográfico que se dio cita para la premier era peculiar, no era como una función “normal” de día para ver Star Wars. Como dijo mi acompañante: “es como ir al estadio”. Y sí, cuando vas al estadio y eres local, en un Clásico, con las gradas llenas y todo es camaradería. Yo le agregaría al ejemplo del estadio como cuando vas a un concierto, y aunado a eso, incluso, a una convención. Todo era una combinación sui generis de rockeros, otakus, fanáticos, nerds y alguno que otro colado “de la peda”.
Luego de ser parte del consumismo exacerbado de una sala cine y de los precios estratosféricos (porque sin palomitas y refresco, pues, no sabe), nos instalamos en nuestros lugares. El reloj marcaba las 12 de la noche y tuvimos que presenciar 15 largos y soporíficos minutos de publicidad.
Por fin, se apagaron las luces y los nervios se asomaban, como cuando papá va al festival de su hija y quiere que todo salga bien, que no vaya a cagarla, y que si la caga, no sea tan feo, pero que si eso pasa, realmente no pasa nada, es su hija.
Todo oscuridad. Una voz en la penumbra dice: “Lucas Film”, en referencia a lo que aparece primero en las películas de la saga. Y ahí estaba, en grande, en silencio y en verde Halloween la pantalla iluminada con el “Lucas Film Ltd”. Y de pronto, los primeros acordes de John Williams, trompetas, trombones, trompas y violines, entre otros, inundaron la sala con júbilo para dar paso a las grandes letras bordeadas en amarillo de STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER, mientras los asistentes coreaban, aplaudían y gritaban extasiados, y supongo, más de alguna lágrima.
Muchas emociones, temores, grandes batallas memorables, así como algunos homenajes, nostalgias, Jedis, Siths, Wookiees, Ewoks, Tatooine, regresos, se encargaron de amenizar y llevar a muy buen puerto la novena entrega y última de la galáctica saga. Un Adam Driver callando bocas, mismas que lo hicieron pedazos en el Episodio VII. Daisy Ridley más entregada, a sabiendas que carga con un personaje destinado a perpetuarse. Las leyendas acudiendo al llamado de la fuerza, haciendo su aporte: Carrie Fisher (RIP), Harrison Ford y el gran Mark Hamill. Sin duda, un cierre digno.
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