Por Jorge A. Amaral
–Apúrate a comer porque nos vamos.
–¿A dónde?
–Chupícuaro.
–¿Jaripeo?
–Tú apúrate.
Ante la determinación de mi padre me apresuré, a pesar de que ya tenía planeada una tarde sabatina de televisión y cama.
Me gusta ir a los jaripeos, al menos me divierten más que el futbol y las lecturas de poesía. Pero más que las plazas de las ciudades, como en Morelia, que tiene la Monumental, el Pabellón Don Vasco o El Relicario, lo mío son las plazas de rancho, con cerca de piedra o corrales improvisados con paneles tubulares, cerca del ruedo, where the action is.
Hay pueblos y rancherías donde el tiempo parece no haber transcurrido, y es que actualmente, con el auge del Movimiento Alterado y las bandas de viento transmutadas en infames grupitos de música pop (El Recodo, por ejemplo), cualquiera se imagina un cartel compuesto, por ejemplo, por Saúl El Jaguar, La Adictiva San José de Mesillas y la Banda Zirahuén y su nefando Toro pinto, el son más monótono con la letra más idiota que he escuchado.
Pero no, en Chupícuaro el cartel para el “bailazo de feria” lo componían un grupo norteño de quién sabe dónde, El Tiempo (Reynalda como gran éxito en 1990) y nada más ni nada menos que Acapulco Tropical “interpretando El cangrejito playero y todos sus éxitos”, decía el animador.
Llegamos, las gradas metálicas que se habían instalado estaban a reventar. De inmediato supe por qué mi papá había querido ir. En el escenario tocaba una banda de paisas míos que cambia de nombre cada que se les antoja, ahora se llama La Reina de Santa Rita. Los toros eran de otros paisanos y en el ruedo andaban mis casi hermanastros El Neto, El Borracho y El Chapulín en calidad de jinetes. Así me fui encontrando amigos y gente conocida en un rancho al que nunca había ido.
Retomando el tema del lento paso del tiempo en estos pueblos, la banda seguramente lo intuyó puesto que teniendo entre su repertorio lo más discutido del Movimiento Alterado y lo más cursi de los gruperos sensibles, optaron por manejar sones más tradicionales, como El sinaloense, La vaquilla, Juan Colorado, El son de los aguacates, Arriba Pichátaro, El olotito o La cuichi.
En cuanto a las rancheras, no pudieron faltar las que hiciera famosas Antonio Aguilar, como Tristes recuerdos, Lamberto Quintero o Cuatro meses, y en las cumbias, cosas de gran tradición como El Ahualulco, Palillos chinos, El pato asado, La cumbia del soldado y el infaltable, tanto que si no se toca no es jaripeo, El toro mambo, una de esas que nunca dejarán de ser de mis favoritas dado que sus solos, primero el de trompeta y luego el de timbales, me marcaron desde la infancia.
Muy buenos toros, jinetes regulares, y es que El Neto, encargado de la cuadrilla de jinetes, me dijo: “¿Cómo quieren buenos jinetes si mira los toros que train y a nosotros nos van pagando 500?, en otros lados, a estos toros no les montan por menos de mil 200 pa’ cada jinete”. El Llaverito de San Agustín cayó a mis pies, en un trancazo que cimbró el suelo, lo peor fue que al caer, su clavícula izquierda impactó de lleno contra uno de los tubos.
Los rescatistas se acercaron, vieron que no tenía nada de gravedad y regresaron a la ambulancia. El Neto cayó de nalgas, El Chino Morales se hizo bola en las patas del animal y así, uno a uno, mordieron el polvo tras salir despedidos de los lomos de aquellas bestias llenas de poder. Frente al regocijo de los ganaderos, la reiteración de El Neto ante la firma de otro contrato para la siguiente semana: “Quieren buenos jinetes, yo se los traigo, pero ya les va a costar mil 500 por cada uno”. Todo eso mientras, una a una, las latas vacías de cerveza caían al suelo y las nuevas llegaban.
La noche cayó sobre los cerros que circundan esa plaza de toros, y con la noche, la sensación de embriaguez y la certeza de que el camino de poco más de media hora a mi pueblo sería emocionante, sobre todo en el estrecho tramo que atraviesa el Lago de Cuitzeo. Así, en ese pueblo al parecer atemporal, al menos la tarde había transcurrido con fluidez. Salud.