26 de noviembre. 2015. Tarde llegué a la maldita edición número trece del Festival Internacional de Cine de Morelia, no por gusto sino por un bajísimo presupuesto en los bolsillos para estar los diez días en la capital michoacana, pues por falta de un trámite burocrático quedé fuera de los apoyos que dan a periodistas.
A lo lejos me enteré de la “hecatombe” por la noticia de la ausencia de Guillermo del Toro a la inauguración; también de la presencia de Peter Greenaway en los primeros días de esa fiesta fílmica. El director de películas como Libro de cabecera (1996), insiste que: “el cine ha muerto”, aunque lo vemos conversar con la prensa cinematográfica acerca de temas cinematográficos en un festival de cinematografía y sobre su última obra cinematográfica: Eisenstein in Guanajuato (Holanda, 2015) filmada en locaciones de la ciudad de Guanajuato. Aquí surge una pregunta que quedará en el aire: ¿Por qué no se presentó en el Guanajuato International Film Festival (GIFF) en lugar del Festival Internacional de Cine de Morelia?
Se ensayan respuestas como la expuesta por el periodista Sergio Raúl López, publicada hace meses en la revista de Los Cínicos: “El Festival de Morelia les ofreció no solo buen trato sino buena distribución –merced a uno de sus organizadores, que no solamente socio Cinépolis–, lo que les hizo tomar una decisión tan contraria al agradecimiento natural que aparentemente le tendrían al festival que contactó a Greenaway con Guanajuato”. Así la rapiña en los festivales.
La fiesta ambulante como “lágrimas en la lluvia”
Fue la noche del miércoles 28 de octubre entrando a una sala de cine para ver el corte final de la película Blade Runner, de Ridley Scott, como me recibió la Morelia cinematográfica. El periodista y amigo Francisco Valenzuela veía esa filme de culto y ahí me estaba esperando… “como lágrimas en la lluvia”. El editor de esta revista me hospedaría en su casa para estar presente en la última parte del festival.
Luego fuimos a la fiesta de Ambulante y una documentalista me dijo, desconcertada, que el festival tenía un trato diferenciado entre los realizadores de ficción y no ficción, por aquello de los hoteles donde los hospedan, a los primeros les tocan hoteles en la zona rosa y los segundos en la zona roja de la ciudad. Pensé yo que sucede lo mismo con críticos de cine y periodistas: unos tienen gafette amarillo —con hotel, comidas y acceso a películas— y otros verde, —sin beneficio en taquilla, ni hotel, ni comidas, ni nada, qué caray—. Más adelante una realizadora de animaciones, me dijo que en este festival no gana el mejor sino el que tiene más amigos en el jurado. También me comentó que la música de la fiesta seguro no era de un DJ profesional sino de algún amigo del festival: un tal Gil Cerezo, vocalista de Kinky, me comentan.
Te prometo Anarquía en Morelia
Al día siguiente vi la nueva realización de Julio Hernández Cordón, a quien saludé a las afueras de la sala de prensa, a un lado del Teatro José Rubén Romero. Te prometo Anarquía (México, 2015) es una historia sobre el México bravo de hoy, la vida absurda de personajes absurdos con pensamientos absurdos, tal vez el filme más mexicano del guatemalteco-mexicano-estadounidense. Dos jóvenes que además de amigos skatos son amantes. Ellos donan sangre por mil pesos para narcotraficantes y le dan a la mona para olvidarse de su inútil existencia.
En este largometraje destaca no sólo la música diversa (Jazz Bandana, Los estrambóticos, Three Souls in My Mind, entre otras), sino la fotografía de María José Secco, quien nos muestra encuadres de la ciudad de México con intenciones poéticas (es el verdadero Güeros, pensé al mirarla en una enorme sala de Cinépolis). Salvo su final, un poco alargado, Te prometo Anarquía es un filme trascendente de la todavía corta pero sustanciosa filmografía de Julio Hernández Cordón.
La anarquía además está en las calles de Morelia. En las fachadas rosas de esta ciudad se miran pintas con leyendas como: “Resistencia”, “15 de octubre no se olvida”, “Fue el Estado, 43!”, “Aborto libre, muera el sistema”, “Muerte al Estado”, “La represión continúa, la lucha también”, “Ratas, Santander”.
Es casi día de muertos, las mujeres, hombres y niños salen pintados de calaveras —que más bien parecen osos panda—. Ahí también hay un Miguel Hidalgo con la cara espolvoreada de blanco y los ojos pintados de negro, el cura zombie está desparramado en una banca del Jardín de Las Rosas, está marcando su celular, derrotado.
Otra película y otra fiesta están todavía pendientes.
¿Epigmenio Ibarra en la fiesta de Televisa Cine?
Hay otra fiesta y es la de Videocine, pero no nos dejan entrar a los periodistas porque es con pulsera. Entonces vemos desfilar en la entrada de la mezcalería Tata a personajes defensores de las mejores causas del país. Ellos llegan en autos de lujo.
Ahí está el que hemos visto subir a las tarimas del partido político Morena para acompañar a su presidente legítimo Andrés Manuel López Obrador, me refiero a Damián Alcázar, aquel que lanzó una Oda al Senador y Diputado vende patrias, el 8 de septiembre de 2013: «Soy un actor, no sé hablar, pero sí pensar; sé sentir, conozco a mi gente”, recuerdo haberlo escuchado gritar ese domingo en la Alameda Central de la Ciudad de México frente a seguidores y afiliados al Movimiento de Regeneración Nacional, —quienes debían pasar lista de asistencia—.
“Usted no sabe que el suelo mexicano, lo ha defendido el pueblo con su sangre, él ha forjado esta nación mano con mano, con dignidad, con sufrimiento y con hambre… Y usted tan fino y bien comido, sin recato, aprueba leyes en su contra, mentecato”, Alcázar con el corazón hinchado de sentimientos nacionales, lanzaba su discurso a la Carmelo Vargas, ese gobernador que el director de cine Luis Estrada presentó en su Dictadura Perfecta, el cual él mismo encarnó.
Epigmenio Ibarra también entró a la fiesta; el mismo que estuvo al lado de Damián Alcázar tomándole video y fotos con el celular durante ese discurso en defensa del petróleo, rodeado de políticos —tan finos y bien comidos, pero sin corbata— sobre ese escenario a lado del Hemiciclo a Benito Juárez. Sí, ahí estaba en plena fiesta de Televisa el mismísimo productor de series televisivas, ese agudo crítico del presidente Enrique Peña Nieto y de la mafia en el poder representada por… Televisa.
Otros más como el Zapata de esa televisora, Tenoch Huerta, están ahí celebrando, bailando, chupando. En algún momento de la noche un video institucional muestra las varias épocas de esa distribuidora: Pasan del Chanfle —filme con el que iniciaron en el año de 1978— hasta Las Aparicio, la película por la que están ahí Epigmenio y sus 43 influyentes actores y actrices —como la bella Ana de la Reguera que porta un vestido rojo entallado que la hace ver espectacular—.
La fiesta va bien, los mezcales y las cervezas artesanales —así como las de la industria cervecera mexicana—, se reparten entre las celebridades ahí reunidas. Todos están ahí, no nos falta ninguno. Es que nosotros, los periodistas sin pulsera, también pudimos entrar. ¡Gracias Televisa!
Otras películas del festival…
Durante los escasos días del festival en Morelia en los que pude estar, además de asistir a sus fiestas y cócteles, vi algunas películas en las que las enfermedades terminales, el deterioro físico, la vejez y la muerte, fueron tema eje en sus historias. Ahí están La Tierra y la sombra (2015, Brasil-Chile-Colombia-Holanda, Países Bajos) del colombiano César Augusto Acevedo. Una familia vive en el campo, mermada por la enfermedad del hijo de dos ancianos; ella acostumbrada a sentarse en una banca donde da la sombra de un gran árbol que la cubre; él es un anciano que regresa después de 17 años, es ahí cuando deja libre a su caballo; el niño, hijo del enfermo, le gustaba silbarle a las aves para que bajaran a comer y su mamá, una mujer joven, es como la casa que al final deciden abandonar.
Acevedo ganó la Cámara de Oro en Cannes por este filme y comentó después de la proyección en Morelia, que se la dedicó a su madre ya fallecida: “todo partió a raíz de la muerte de mi madre y la soledad que me provocó la ruptura de mi familia”. Para Acevedo esta película fue como una forma de hacerle frente al olvido y volverse a encontrar con ellos para poder despedirse. Es como esa canción que acompaña a la historia: “Amor se escribe con lágrimas”.
Confesiones de una modelo (1970, EUA), del invitado de honor Jerry Schatzberg, es un filme de los años setenta. Relata el deterioro emocional e intelectual de Lou Andreas Sand, una bellísima modelo y su recorrido por las distintas relaciones con los hombres de su vida. La belleza muchas veces es una maldición, ella es el objeto del deseo de eso machos que la quieren poseer. Pocos saben que en su cabeza algo terrible está sucediendo. En el psiquiátrico ella le advierte a su doctor que se ve fatal, él le responde: “y como te sientes”. A veces hay mujeres hermosas que entre más despeinadas son todavía más bellas y esa era la desgracia de esta mujer.
Me & Earl & the Dying Girl, del mexico-americano Alfonso Gomez-Rejon, es otro filme que vi tras la invitación de un amigo cineasta, ahí se cuenta la vida adolescente de un cinéfilo. Un chico que, por obligación de su madre, tiene que ver a una de sus compañeritas de la escuela, ella tiene cáncer en fase terminal. Aunque desde un principio era posible dilucidar cuál sería el desenlace, lo interesante de esta cursi-comedia-negra son los videos que ese joven, amante del cine, realizaba con un amigo, en los que parodiaba sus películas favoritas, como las de Martin Scorsese, con quien tiene cierta relación en la vida real el director de esta película que seguro será una éxito en taquilla en México. Me & Earl & the Dying Girl recuerda a otras películas del cine independiente estadounidense como Pequeña Miss Sunshine.
El domingo, cuando el festival había terminado, me metí a ver Almacenados (México, 2015), de Jack Zagha Kababie. La historia de un hombre viejo que trabaja en un almacén donde no pasa nada. Un joven es contratado para ayudar a este señor que requiere ayuda para labores que consisten en esperar a que lleguen pedidos de mástiles para barcos. La labor es esa: esperar. Pero pasan los días de la semana y los cargamentos nunca llegan hasta finales de la semana. Perder el tiempo tiene su arte. Almacenados es una de las películas que estuvieron en la competencia de ficción mexicana, en donde ganó el filme Yo, de Matías Meyer.
Los comentarios, dicho sea de paso, a la película de Meyer no fueron favorables entre críticos y público. Destaco el que leí en el blog de Ernesto Diezmartínez donde apunta la escopeta y dispara lo siguiente: “Parece una broma cruel -un mariachazo más, pues- que el jurado que presidió Laurent Cante le diera el premio principal a Yo (2015), de Matías Meyer, una de las peores cintas de la competencia, tanto estéticamente como éticamente hablando”. El crítico de cine sinaloense agrega que: “El premio al Mejor Primer o Segundo Largometraje -¿y por qué no tercero, cuarto o quinto?- fue otro mariachazo más: El Placer es Mío (2015), de Elisa Miller. Menos mal que Cantet y compañía le dieron un mínimo premio de consolación -una mención especial- a Te Prometo Anarquía, con un muy bonito diploma incluido”. (Puedes leer la crítica completa aquí)
Recuerdo que Diezmartínez me comentó en los pasillos del FICUNAM, a principios de este año, que la selección de películas mexicanas estaba terrible, algo similar a lo que ahora dice del FICM. Es que hay filmes que intentan hacer instalaciones de arte contemporáneo y creen que sus “video-ensayos” son películas importantes. Qué lejos se ve una fórmula secreta como la de Rubén Gámez en nuestros tiempos, la cual fue filmada hace cincuenta años.
Red de periodistas del DF, cómanse un Snickers
Con franqueza he de decir que no me gustan del todo esas redes de periodistas en favor de reconocer al gremio. Menos cuando los que intentan dirigirlas fingen fraternidad e interés por sus pares, cuando en perspectiva han demostrado lo contrario, ellos lo saben muy bien.
Este es el caso de la Red Mexicana de Periodistas Cinematográficos, que entre sus fundadores están César Huerta, periodista de El Universal, y Juan Manuel Badillo, dueño de una página que no existe llamada según www.cinex3.com.
En lo personal, no me inspiran ni admiración ni confianza, ya que mientras no necesitaron del “gremio” para legitimarse, eran burlones e ignoraban a los compañeros que simplemente les cayeran mal, sin más.
Ahora que requieren de ellos hacen labor política.
Veo en redes sociales que el Vocal de la Red… César Huerta dice que “si no nos reconocemos nosotros mismos ¿quién?”. El comentario es ilustrado por una foto donde están un grupo de periodistas, todos ellos abrazados, “todos compañeros de batallas”, apunta Huerta, mientras celebran a Sonia Riquer por los años de conducir el programa de radio Gente de cine.
El Premio Guerreros de la Prensa, que lo organizan ellos mismos y que se da en varios festivales (como Guadalajara y Morelia) y que consiste en votar en una urna puesta en la sala de prensa de los periodistas “acreditados” al festival en turno, no tiene criterio alguno más que escupir tu voto por la película que más te lata —aunque tal vez ni la hayas visto—.
La Red Mexicana de Periodistas Cinematográficos y el Premio Guerreros de la Prensa son pura simulación; un interés de grupo o de tres personas —o de una que necesita chamba—. Beneficio para su Comité Organizador, es decir, Juan Manuel Badillo, de la página que no existe; el Vocal, Jorge Caballero, del diario La Jornada; y el otro Vocal, César Huerta, de El Universal.
Los Miembros Honoríficos, algunos de ellos incluidos en esta edición del Festival de marras, son Sergio Raúl López, editor de la Revista Cine Toma y Manuel Almazán, editor de la Revista Cine Magazine, entre otros medios. Agregar que esto de los miembros honoríficos es reciente, se ve que necesitan apoyos más allá de su grupo y aliados y sabemos lo que significa tener al editor de la revista Cine Toma entre ellos, pero amigos, no se engañen, saben muy bien que no representan nada más allá que tener un título nobiliario de ocasión festivalera. Tomarse la foto pues.
En el programa de Marquesina 22, conducido normalmente por Julio López, están reunidos Manuel Almazán, Jesús Chavarría, Juan Manuel Badillo, Gerardo Gil Ballesteros y Sergio Raúl López para celebrar que esa red de periodistas —de la ciudad de México cabría agregar— es un gran apapacho para el “gremio». Ahí, por cierto, el comentarista de cine Gerardo Gil Ballesteros presenta la revista de cine más importante del país, la Revista Cine Toma, frente a su editor, Sergio Raúl López, diciendo con mucha seguridad que la publicación es mensual. Habría que recordarle a Gil que es bimestral, que cumple siete años y que tiene más de cuarenta números y es que ese es el problema fundamental de todo esto, que los periodistas no nos leemos entre nosotros, porque sólo nos interesa desparramar nuestro ego de figuras públicas y mirarnos el musgo en el ombligo y no necesariamente la discusión y la reflexión real de nuestro quehacer como periodistas más allá de nuestros cuates.
Compañeros periodistas: mejor cómanse un Snickers.
Los actores y los políticos en la clausura del festival
El último cocktel del festival finalizó con una imagen para la posteridad. Cuauhtémoc Cárdenas Batel brincando en un elevador de Casa Grande en el centro de Morelia. Lo acompañan un grupo de actores y actrices, como Cecilia Suárez, que cae al suelo (no sabemos si de borracha o de la emoción, o de ambas). Cárdenas Batel salió molestísimo antes de que el ascensor se cerrara, los ahí reunidos gritaron al unísono su nombre. Cuauhtémoc bajó por las escaleras furioso.
Algunos días de muerte en Morelia
La última vez que vine a Morelia fue por una feria del libro. La muerte del Hijo del Perro Aguayo en el inicio de la primavera me hizo recordar esa melodía que canta Yuri: La maldita primavera. Ahora regreso por su festival de cine y de nuevo la huesuda se hace presente con las flores amarillas y decenas de personas disfrazadas de Jaime Duende, Super Girl o de los payasos diabólicos.
Hasta Tim Burton y el Sombrerero Loco estuvieron ahí. Es noviembre y en las fiestas morelianas se dejan ver vampiros que bailan canciones de Luis Miguel. El Chómpiras y un hombre televisión se alcanzan a tomar una foto conmigo. En una Comercial Mexicana lucen altares de muertos dedicados a personajes como Julio Regalado, el narcocantante Joan Sebastián, y hasta el comediante del humor blanco Chespirito.
Así fueron algunos días en Morelia, donde me encontré un par de revistas, de la colección CLÍO, con la biografía de Pedro Infante escrita por el también lamentablemente fallecido crítico de cine Gustavo García, quien murió por complicaciones de salud el 7 de noviembre de 2013.
Mucha muerte y mucha anarquía —en la tierra de la Sinarquía— en esta edición del Festival de Cine de Morelia, maldita por el número trece y con la que cumplo además diez años de asistencia. Esta fue tal vez la más desangelada de todas, aunque Alejandro Ramírez, dueño de Cinépolis, diga que hubo 40 mil asistentes en esos días y que todo mejoró. Una autocrítica no les vendría mal a este festival que se vanagloria de no gastar mucho dinero porque los cineastas que pisan este evento fílmico se llevan su prestigio para siempre, a pesar de que les paguen una noche de hotel para presentar sus películas y otra previa para llegar a Morelia.
Una periodista dice que “ve gente muerta en las calles”, otra periodista le responde: “yo en cambio veo gente poco talentosa en este festival”.