Por Néstor Cánchica
Hoy tocó mercado, a duras penas hemos conseguido aguantar hasta fin de mes, es la meta que nos hemos puesto mi mujer y yo; hacer mercado una vez por mes. Solo somos nosotros. Al momento llevamos casi tres meses sin salir, más o menos desde el veintinueve de febrero; bueno, hemos salido a por víveres tomando las precauciones pertinentes; las que nos han dicho, así que con excepción de hoy, algunas tres veces sí que hemos salido, además, yo llevaba al menos una semana sin salir antes de que se decretara la emergencia; llevo ventaja.
En varios aspectos llevo ventaja, me considero casero y mis actividades, pintar y escribir, tienen la particularidad de que se pueden hacer desde casa, y encima, me encontré con Geraldine, una mujer guapa que amo, con la que me he llevado excelente desde que la conocí. Ya van a ser quince años, ¡carajo! Cómo se nos va el tiempo…quiero creer que en su caso es igual, aunque ahora, en estos encierros, sale la verdadera casta de todos, sobre todo de aquellos que jamás se habían tomado un momento para hablar consigo mismos, ésos descubren que no saben quiénes son.
Por eso digo que llevo ventaja. Hace unas semanas atrás, las primeras dos del encierro, viví momentos aterradores, de la nada empecé a sentir cierta dificultad para respirar. Al principio me pareció algo normal y se lo atribuí a que siempre están quemando maleza a los alrededores, pero para el segundo día ya no había humo de quemas y la dificultad era mayor, lo cual hizo que no pudiera seguir ocultándoselo a mi mujer.
El tercer día todas mis alarmas se habían encendido, a duras penas podía tomar de cuando en cuando una bocanada de aire y había logrado dormir algunos cuarenta minutos a lo sumo repartidos en dos noches. Hay un mecanismo de defensa (según supe) que nos despierta cuando caemos dormidos en esos estados de asfixia; Apnea de sueño, lo llaman. Ese mismo día la dificultad ni siquiera me permitió comer y al llegar la noche estaba aterrado, aunque haciéndome el fuerte, sentado en el borde del sofá fingiendo ver fútbol, y cuando mi mujer se descuidaba me alzaba prácticamente en puntillas para coger algo de aire. A eso de las once de la noche Geraldine, que para el momento se hallaba sentada a mi lado sin despegárseme, también alarmada, no pudo evitar llamar a María Esperanza, su mejor amiga y para fortuna nuestra doctora.
«Si sigue así hay que sacarlo al centro médico más cercano…» Escuché que dijo. La verdad fue como una sentencia anticipada de que lo peor había llegado. No es que sea un tipo alarmista o hipocondriaco; me considero todo lo contrario, pero a todo este asunto de la pandemia hay que sumarle el gentilicio, somos venezolanos y vivimos acá. Esto, créanme cuando lo digo, no es cualquier cosa; tenemos al menos siete años en caída libre. No quiero enumerar los muchos males que nos aquejan (la mayoría de la gente en el mundo los conoce).
Lo cierto es que estaba y estoy convencido, de que si hubiera tenido que salir a algún centro médico no lo cuento. Primero hubiera ido a dar a algún lugar público donde no hay ni lo básico (agua y a veces ni electricidad), mucho menos eso que llaman en las televisoras extranjeras “Test de descarte”, esto sin mencionar que quienes nos gobiernan vienen maquillando las cosas desde hace bastante tiempo, con un discurso que ya nadie cree pero que persiste en sus bocas, y en cuanto al Covid-19, simplemente no existe para ellos, es decir que ni llegó ni llegará.
Por tanto sabía que una vez allí me aislarían y muy seguramente no dejarían que nadie me visitara por miedo al contagio, y ahí quedaría solo a mi suerte. «Esperemos a ver cómo pasa la noche y mañana veremos…» Terminó diciendo la doctora y decidí en ese instante que debía calmar los nervios a como diera lugar.
Mientras en la televisión pasaban Master Chef España, le pedí a mi mujer un trago « ¿Estás seguro?» Recuerdo que preguntó con la preocupación viva en los ojos. «Sí, me siento un poco mejor y eso me ayudará a dormir». Mentí, pues lo que quería era noquearme con alcohol y si amanecía, como había dicho María Esperanza, pues veríamos. Pensé en Soylent green, Hangar dieciocho, La vida de los otros, El jugador, Pedro Páramo, El otoño del patriarca, American Gods, en mujeres, en sus pies, en mis difuntos padres, mis hermanos, los hijos de mis hermanos, en mis amigos, mis cuñados, pensé en Reinaldo, en Claudia, en Kiddo (que es Renata), en Andrés, en si los volvería a ver y al parecer, mi idea surtió efecto, pues al segundo trago había cabeceado algunas tres veces y le dije a mi mujer que si me dormía, en la posición que fuera, ni se le ocurriera moverme. Yo estaría bien y “descansando”.
Así logré por fin conciliar el sueño algunos cincuenta minutos casi seguidos. A las cinco de la mañana estaba activo boceteando una nueva pieza y corrigiendo alguno de los cuentos de mi segundo libro de relatos, igual respiraba con dificultad pero en el día la cosa era más llevadera. A eso de las ocho mi esposa salió en busca de unos antibióticos fuertes que le había recomendado su amiga y por fortuna los encontró cerca. Era un tratamiento de cinco pastillas, una por día. Confieso que tras tomar la primera, la mejoría fue evidente, de hecho logré pegar el ojo algunas tres horas ininterrumpidas en la tarde y la noche la dormí completa.
El resto de los días del tratamiento me sentí normal aunque con el miedo habitándome y fue allí cuando empezamos a discutir si tenía, si había tenido o no el mencionado virus. Geraldine alegaba que sí, pues una semana antes del confinamiento habíamos ido a la boda de unos queridos amigos, e insistía en que allí estuvieron personas que recién llegaban de Italia y España; cosa que en efecto fue así. Esto sin decir que mi mujer había perdido el sentido del gusto casi por completo por algunos días y tenía ciertos malestares corporales.
Sin embargo, al terminar los antibióticos (que tomamos ambos) me sentía tan bien que estaba seguro me había curado del todo, pero ocurrió que un día después volví a experimentar dificultad respiratoria, ya no tan intensa pero ahí seguía. El cerebro, que en ocasiones pasa totalmente de nosotros, me hizo tejer cualquier cantidad de hipótesis acerca de lo que me pasaba; todas malas por supuesto. Así, en esa incertidumbre aterradora, pasé al menos dos semanas más, en las que un día estaba bien y el otro no, pero para mi suerte al fin me normalicé del todo y seguí viviendo el encierro con un ánimo renovado.
Según yo había sentido en el hombro el huesudo dedo de la muerte tocándome, solo que no tuve el valor de voltear: aún no estoy listo; quizá nunca lo estamos. Los demás días que vinieron a continuación parecían sacados de una máquina fotocopiadora, me sentía como Bill Murray en Groundhog Day.
Me levantaba, vaciaba el cuerpo en el baño, montaba un café y luego, según las señas, hacía el desayuno o esperaba a que mi esposa lo hiciera, pintaba si era el caso, y seguía corrigiendo uno tras otro los cuentos de Pasajero a Frankfurt +7, que con el confinamiento se convirtió en +8, +9 hasta terminar en +10, donde paré para no seguir agregándole relatos, pues las ideas me llovían e iba a resultar que terminaría escribiendo dos libros o quizá, y esto nadie la sabe aún, tres o cuatro. Entre tanto leo, leo varios libros a la vez, mi editor, Roger Michelena, está al pendiente de proveerme libros en formato electrónico que sabiamente escoge para mí «Chaval, en su correo». Eso dicen sus mensajes.
Desde que leyó mi primera novela siempre me ha llamado así: Chaval o El Chaval, ¿les mencioné que corro con ventaja? Bueno. Mi mujer parece gozar de cierta calma la mayoría de las veces, aunque algunos días los pasa enteros pegada de las noticias, solo que tiene el suficiente tino de no compartírmelas. Yo trató de evitarlas porque las que he visto me han descompuesto, la cantidad de muertes en Italia, en España, los cadáveres desperdigados por las calles de Ecuador y algunas locales que poco tenían que ver con el virus pero si con violencia, que se ha hecho moneda de curso corriente en nuestro país.
En mi recorrido por la vida he pasado periodos en los que me tocó vivir en pueblos, barrios y hasta en cerros, así que he sentido de cerca las carencias y miserias. He visto la violencia de que somos capaces en los estratos más bajos, entonces no tengo que echar mano de mucha imaginación para saber lo que está ocurriendo en las zonas deprimidas. Como dije, desde hace algunos años de vaina se puede mal comer y si a esto le agregas la escasez de agua y luz, pues tenemos entre manos un coctel que poniéndole una sombrillita bien podría titularse “Infierno sin retorno”, así que trato y sigo tratando de no empaparme del asunto, quiero mantenerme ecuánime en la cabeza, prefiero pensar en positivo, quiero que Geraldine me perciba así.
Desde pequeño he tenido ese problema, he sido y sigo siendo un “optimista patológico”; nadie me lo enseñó, simplemente vine con ese defecto de fabricación. En eso de lo positivo, cuando noto mis reservas demasiado bajas, me contacto con mis amigos más cercanos que debido a estos tiempos se han convertido en los más lejanos. Por cierto, en el grupo siempre hay alguien que no es ni tan cercano ni tan amigo, alguien que nos heredaron y pese al poco caso que le hago sigue pegado ahí, le llamo: “Aypapá”, es el amigo de un amigo que cuando vio que la mierda iba llegando al cuello hizo maletas y se fue a Miami.
Este personaje me escribe con frecuencia; con demasiada diría yo. Empieza sus mensajes siempre de la misma forma «¡Ay papá, ahora si se terminaron de joder!, acabo de leer que se va a ir la electricidad en todo el país; ya no solo en el interior». Después de dar el tubazo o el gran titular, saluda dizque con cariño y me pregunta cómo estoy. Como es costumbre desde hace algunos años, digo que bien. Es un bien que los venezolanos tenemos identificado, es un bien que trascendió hace rato lo diplomático y políticamente correcto, o el deber ser, como me reprende mi esposa cuando me escucha decirle alguna verdad a alguien «Sí, Néstor, no es lo correcto, pero es el deber ser». Y aunque confieso me molesta, debo admitir que soy mejor persona por su causa.
Volviendo a lo de “Aypapá”, hay cosas de las que me he enterado que ocurren acá mismo, que de otra forma no habría sabido. «¿Supiste que en El Guarataro mataron a un viejo en su casa, y la familia se lo fue comiendo de a poco? ¿Te enteraste que un chamo de quince años mató a martillazos a su padrastro mientras dormía porque los golpeaba a todos? Parece que como era alcohólico y no tenía qué beber, se volvía monstruo ¿Supiste que está a punto de estallar una guerra en Petare…?» De ese talante son las noticias de “Aypapá”, siempre muy malas y siempre de Venezuela; a veces me pregunto si de verdad está en Miami.
Mis demás amigos son un caso muy diferente y por cierto, de cuando en cuando me dan alguna pequeña alegría que me motoriza, que me hace reavivar la llama de la esperanza. Hace algunas semanas por ejemplo, Caning Jaramillo (Malasia, Kuala Lumpur), me envió fotos al e-mail «¡Tigre! Revisa el correo que te envié una vaina, no te lo había dicho antes porque estaba cuadrando algo mayor, pero con este peo…»
Es un tipazo Caning, hace miles de cosas, ahora está incurriendo en el cine ya no como actor sino como productor y director; con mucho éxito por cierto, se fue hace algunos años, fue de los primeros en irse y de las personas que más extraño, siempre se refirió a mí con un cariño especial, jamás me dijo Néstor o Cánchica como todos los demás, siempre me ha llamado: Príncipe, Rey, Verdugo, Padrecito o Tigre.
La sorpresa eran unas fotos tomadas en un salón de clases de la Universidad de Malasia, donde aparecen jóvenes con mi primer libro de cuentos proyectando en video bing «Es la clase de español, Tigre, se están leyendo y estudiando tus cuentos. Por cierto, Tigre, escogí uno para hacerlo cortometraje, ¿Si estás de acuerdo?» A esto por supuesto digo sí, me motoriza, me hace pensar que saldremos de este encierro fortalecidos, mejores personas aun a pesar de todo esto.
Luego pienso en mi patología optimista y no puedo evitar que se me salga un suspiro involuntario. En estos días me escribió Juan Carlos Rosillo (Chile), otro querido amigo. Nos conocimos hace un montón de años en “Tiempo Fuera” su programa de radio de la 99.1 fm, y contra todo pronóstico me hizo mi primera entrevista en confinamiento a través de una aplicación llamada Zoom, con la que me enredé como el viejo que recién estrena su medio siglo. Confieso que de no haber sido por mi esposa (Santa Geraldine), simplemente no hubiera sido posible la entrevista.
Creo no salió tan mal después de todo, aunque lo positivo fue el subidón de ánimo que me produjo. En medio de esto los días siguen pasando, las uñas, los pelos y la barba ya no son míos, son sin duda de algún náufrago perdido en el Caribe, la higiene se va a segundo, tercero y amenaza con irse a un cuarto plano, pues es cada vez más aislada; total que las dificultades van en aumento. Los ahorros son casi inexistentes a este punto, aunque, he de agregar, contamos con ayudas, igual nos vamos restringiendo hasta de lo más básico.
El agua dura treinta minutos los días que llega, el internet es lento e intermitente y cuando pensábamos que las cosas no podrían ir y a peor ¡zas!, reaparece “Aypapá”: «¡Ay papá, ahora si se terminaron de joder!, me acabo de enterar que se les acabó la gasolina, ¿ahora cómo van a hacer?» Esto lo acota de una forma que parece le divirtiera; ojalá no sea así, ojalá solo sea yo, ojalá solo sea yo… Para colmo y como siempre, “Aypapá” tenía razón, ahora, en medio de la pandemia y el encierro, en medio de que aquí si no tienes dólares estás condenado a morir, también nos quedamos sin gasolina.
Sí, en el país con las reservas de petróleo más grandes e infinitas del mundo, como les gusta gritar a éstos. Mis tubos de pintura y los metros de lienzo también juegan en mi contra, me preocupan, se van restando prácticamente solos y por tanto, he empezado a pintar más pequeño e incluso, hace poco, fui sorprendido con un aluvión de comentarios negativos en un grupo de Facebook en el cual publico mis obras desde hace poco (hacía tiempo de la última vez que me había pasado esto), por un retrato de Frida Kahlo, el cual, según la “Crítica Especializada” de ese grupo, consideraron poco femenino y muy parecido a la descendencia de cierto mandatario nuestro; esto sin mencionar la sarta de groserías y mensajes agresivos de que fui objeto; aunque para qué negarlo, también hubo quien defendió la obra.
Hubo quien dijo que la libertad es el principal ingrediente que conforma a un artista; estoy de acuerdo. Como hago siempre vi lo positivo: el arte debe producir emociones. Estas no fueron las mejores, claro está, pero fueron emociones al fin; además es la “crítica especializada”; los que de verdad saben de estas cuestiones. Pasado el temporal seguí pintado, si no pinto me vuelvo loco, bueno, un poco más, la verdad sea dicha; a mí no me voy a mentir.
Esta vez partí a la mitad un pedazo de lienzo que parecía escondérseme en un rincón, medía un metro de alto por uno sesenta de ancho, y con uno de los pedazos me embarqué en la aventura de crear “La Divina” María Callas. Con ella hay historia reciente, en mi tercera novela (aún sin publicar) tengo una rutilante viuda, sibarita y cosmopolita de edad madura e insólita belleza, heredera de una incalculable fortuna que viaja por el mundo comprando exquisitas obras de arte y acostándose con los jóvenes más hermosos que se le cruzan. La historia está ambientada en la década del sesenta y ella es fanática de las óperas interpretadas por María Callas, así que, a cuenta de artista y amigo personal de “La Divina”, pues me metí en su retrato; espero no sea demasiado bombardeado, veremos…
Días mas tarde y para mi desgracia, descubrimos con terror que “Aypapá” tenía razón una vez más. ¡Petare estalló! Se trata del barrio más grande y peligroso de Caracas, que como todos sabemos maneja desde hace tiempo armamento de guerra. De repente se formó una balacera insólita que parecía no tener fin, donde según las noticias, buscaban a un peligroso malandro que está acabando con la paz del pueblo; incluso publicaron su nombre con foto incluida, y nos dimos cuenta se trataba del mismo individuo que años atrás nombraron jefe de una mal llamada Zona de Paz, imagínense, las zonas de paz ahora son para hacer la guerra, y la gente, como siempre, situada en medio; ya nos lo había advertido Mary Shelley en su “Moderno Prometeo”, si te dedicas a la fabricación de criaturas y encima resulta que poseen libre albedrío, no esperes se comporten como te plazca.
Así seguimos acá, en lo mismo, en el absurdo, pues desde hace un tiempo la normalidad venezolana es esa: el absurdo; nuestra única certeza es la incertidumbre. Entre tanto no todo es tan malo, el mundo no se reduce solo a mi país, por allí se oyen voces de optimismo, al parecer están cerca de encontrar una vacuna en China, Alemania, Estados Unidos o, ¿será mas bien Francia…?
Una vacuna que según “los expertos” eliminará o neutralizará el virus, así dicen los que saben; espero la hallen y alcance para todos. Espero que nosotros, los países más deprimidos por las razones que sean, también tengamos derecho y acceso a esa milagrosa vacuna que nos sacará de este encierro para comenzar de nuevo como mejores personas, digo yo, esto quiero creer, el optimismo patológico que me aqueja, al parecer, no piensa dejarme nunca.
¡Ah, esta sí es la última!, tres días antes de hoy, mientras me percataba que mi último tubo de Blanco de Titanio estaba a obra y media de fenecer (sin él, como dice Geraldine entre risas, entraré en mi periodo oscurantista), me dijo mi esposa: «¿Lilu, viste que se fue el satélite de la televisión…?» «No Lilu, no me había dado cuenta…» Dicho esto ¡Zas! Otra vez, “Aypapá”: «¡Coño, ahora si se terminaron de joder! Directv acaba de cerrar relaciones con Venezuela, ¡se acaban de ir pal’coño!» Adivinen, otra vez tenía razón.
¡Uff…! En este momento acabamos de llegar de hacer el mercado, ayer pudimos cargar la batería del carro con la ayuda de un vecino y mi mujer, después de seis horas de espera, logró llenar el tanque con Gas, su carro cuenta con este sistema (Santa Geraldine de nuevo), así que nos pudimos movilizar. Tras descargar y descansar unos minutos nos conectamos a Youtube, hay buena señal de Wifi, colocamos música por supuesto y nos servimos un buen trago de ron con papelón y limón.
Suena la salsa más que otros géneros (la sangre latina), sin embargo yo pongo de todo, ahí nos respetamos siempre, así que con la agilidad de un Cunaguaro salto de Cheo Feliciano a U2, de U2 a Roberto Carlos, de Roberto a Stevie Wonder, de Stevie a La Lupe y de La Lupe a “Looking Up” de Michel Petrucciani (éste también aparece en uno de mis cuentos, tenemos historia). Mientras me dejo llevar por la música empiezo a cocinar y mi mujer se percata que dejé abierto Facebook, Instagram y mi correo electrónico, por tanto de cuando en cuando aparecen nuevos mensajes o comentarios en la pantalla «No pasa nada». Le digo «Sí, pero te están llegando mensajes al Messenger…»
Dejo de cocinar un momento y me asomo, sí, me escriben de México. Hay un proyecto literario, me invitan a participar, se trata de un libro que está a punto de salir, digo sí, me comprometo, me motorizo, tengo poco tiempo, me motorizo más, empiezo a pensar en qué y cómo escribirlo.
Dos tragos más tarde creo tener listas las primeras líneas, enseguida me llega el tono ¡Lo tengo!, ya sé por dónde ir, ya sé por donde disparar las primeras flores, pero eso será mañana, ahora vigilo la carne molida que hace borbotones y vigilo muy de cerca a Geraldine, quien amenaza con robarme el turno para la música; tiene sonando “Volveré a mi tierra” de Nella Rojas, y cuando empieza a escuchar a Nella se emociona mucho y usualmente me roba turnos. Yo tengo en la cabeza “Mata Siguaraya”cantada por Oscar D’Leon ¡Gañote e’voz, caballero! Me gusta mucho, me gusta cantarla, así que me pongo pilas, escribiré mañana, hoy que tocó mercado no, mañana…
Caracas, Venezuela, mayo del 2020
Imagen superior: Fiona Dodsworth/Flickr