Por Silvia Fernández
Trabajar en casa no es nuevo para mí. Desde hace seis años he tenido la fortuna de poder elegir ir a la oficina o quedarme en casa para trabajar. Al principio aquella flexibilidad me resultaba oro, porque vivía con mi entonces novio y me permitía trabajar mientras esperaba al técnico del teléfono o el cable. Además, me daba la oportunidad de ir al mercado en mi tiempo de comida, todo para que cuando él volviera a casa pudiéramos hacer lo que fuera y desentendernos de esos pendientes. Ha sido muy conveniente y cómodo administrar mi tiempo.
Durante todo ese tiempo la gente siempre me decía la típica frase: “qué envidia, tú que puedes”. Pero últimamente me doy cuenta esa misma gente con trabajos que pueden encajar en esta modalidad y que ahora están viviéndola, no es tan feliz. Tal vez la promesa de no bañarse las mañanas frías si no es necesario y quedarse trabajando en pijama no es para todos. Para trabajar cómodos en casa, hay que tener horarios, cierto nivel de disciplina y personalidad a la que no le importe perderse días de extroversión.
Esta comodidad tiene garras afiladas, pero casi imperceptibles, y sucede que todo puede resultar un gran distractor si no hay la suficiente disciplina. Es en ocasiones también tentador para cancelar planes, dar vueltas constantes a la alacena para descubrir si desde la séptima vez que la abrimos -hace tres minutos- ha aparecido un chocolate nuevo, unas piñas con chile o unas gomas de mango con chile. Nos volvemos sedentarios en niveles cómodamente peligrosos.
Llevo seis años aprendiendo a conocerme el modo “Godín” en casa y saber si por la carga de trabajo ese día resultará mejor trabajar en silencio absoluto, con música, buscar un podcast o sólo hablar con los gatos. Aprendiendo además a calcular a qué hora pasa gritando frases ininteligibles el señor del gas (la verdad creo que nunca grita “Flamamex” como debería y se divierte gritando “la mameeé”). O el del fierro viejo, los tamales o el camión de los aguacates, para cerrar o no las ventanas a la hora de mis llamadas programadas.
También aprendí que en la fonda de la cuadra de enfrente siempre llegará alguien con marimba o a cantar; aquella es mi señal para pensar en la hora de la comida y qué prepararé para cuando el hambre llegue. Me sé los sonidos de mi calle muy bien, sonidos que han ido desapareciendo estos días de aislamiento y le van dando más espacio a los pájaros que viven en las copas de los árboles frente a mi balcón. Me gusta esa calma, tanto como me gusta saber que esta es una oportunidad que la gente está tomando para tejer cadenas de apoyo local donde la gente se acerca a sus negocios de confianza para comprar bonos y ayudar con los gatos del personal, el local y lo que vaya a venir.
Cadenas de gente que está poniendo sus contenidos abiertos con transmisiones en vivo por las mañanas de las rutinas del día. La receta saludable para la tarde, la lista de actividades para entretener a los críos en la casa. Las editoriales que están liberando textos gratuitos, la chica que cuenta cuentos en línea y que da un respiro a quienes están en el hogar trabajando, y además tienen que hacer malabares de horarios y actividades de casa. Gente que usa las redes sociales para publicar sus dibujos y conocer el trabajo de los demás. Individuos que bajan los costos de sus talleres en línea. Quien conoce a sus vecinos porque se ofreció a apoyarles con las compras y quienes han empezado a mantener más contacto por medios digitales con otros afuera para ayudar a superar los ataques de ansiedad o pánico.
Al final, los siguientes nueve meses son inciertos, y puede ser que todo se sienta muy irreal, pero será un periodo de aprendizaje del entorno cercano y de recordar cosas que habíamos olvidado de nosotros y de la vida simple, pero feliz. De bajar el ritmo, respirar lento y apreciar esos metros cuadrados por los que hemos –seguramente- pagado un dineral. Podremos redescubrir si estamos viviendo con o sin la gente adecuada, sabiendo que pocas cosas son tan importantes como la salud y la tranquilidad.
Ciudad de México, Marzo del 2020