El acto primordial de asombrarse -thaumazein-, afirma sin dudar Steiner en La idea de Europa, es platónico y aristotélico y por ello el viejo continente y después Estados Unidos han tenido un desarrollo tecnológico más acelerado que el resto del mundo.
Ese asombro al que se refiere Steiner no es otro que la antigua curiosidad de los anales, que en el dicho popular “mató al gato”, aunque el gato tenía más vidas, según narran los cronistas; la curiosidad que después se despliega frente a los fenómenos cuando algo tiene que resolverse.
Resolver algo es ya parte de esa encrucijada que es el thaumazein -asombrarse- y que entonces plantea que las cosas son problemas y que el hombre debe hacer algo frente a lo otro; como se ha dicho hasta el cansancio, lo otro es principalmente todo lo que no se conoce.
Imagino a quienes ante la aparición del lago o el océano opusieron la corteza de un árbol y se dieron cuenta que flotaba, y asombrados se imaginaron uniendo más pedazos para encontrar mayor resistencia a las aguas.
Y un procedimiento similar podía aplicarse a distintos casos a mayor escala cada vez. Asombrarse resultaba útil y provechoso, y estas palabras son por supuesto imprecisas y vagas.
Menos alegre que Steiner es Borges al referir que en el canto XXVI de la Commedia, de Dante, Ulises -sí, el personaje de la Ilíada y protagonista de la Odisea– contaba cómo navegó con los marineros que le quedaban al sur de Gaeta durante cinco meses para buscar el conocimiento sobre el mundo, hasta que un día vieron en el horizonte una montaña inmensa cuando de pronto una tormenta hundió su barco.
La montaña que vieron en la Commedia Ulises y los navegantes era el Purgatorio, y su playa estaba prohibida a los vivos. Por tratar de llegar a ella una vez divisada en el horizonte, el barco se va a pique.
Esta imagen la usa Borges para comparar a Dante con el personaje de la Ilíada y la Odisea, pues siendo hondamente religioso el poeta de Florencia compara a su amada Beatriz con la virgen y habla del cielo y del infierno como de lugares en los que ya ha estado, lo que podría ser una blasfemia; también él pisaría una playa prohibida y eso habría podido atormentarle.
La curiosidad aquí, el asombro, llevan a Ulises a hundir su barco y a Dante a vivir en una forma de vida que todos conocemos hoy día pero a la que nadie parece temer ya: la incertidumbre.
Otro florentino, Roberto Calasso, escribió que el crimen de Edipo no ha sido haber matado a su padre y haber cometido incesto con su madre propiamente -incluso dando a luz dos hijas-, sino el hecho de preguntar demasiado, curiosear, sobreinterpretar.
Al sobreinterpretar Edipo dio con la respuesta al enigma de la Esfinge que planteaba a los hombres en el camino cuestiones como problemas a resolver para no quitarles la vida; apenada porque un mortal pendejete como Edipo supo la respuesta, la Esfinge se arroja desde un peñasco.
Tiresias, un adivino que conoce el porvenir, ha ido al oráculo de Delfos a indagar con el dios Apolo por qué hay peste en la ciudad de Tebas. Una vez que ha regresado de su viaje se niega a decirle al rey Edipo los motivos, porque sabe que éste ha matado a su padre y que Yocasta, la esposa del soberano asesinado, es su madre, y que por ello el dios molesto envía la peste. Quiere salvarle.
Pero Edipo, ciego complemente, lo increpa y le culpa; le dice que seguramente ha cometido algún crimen que no quiere que se sepa para no ser juzgado. Pregunta una y otra vez. El adivino monta en cólera y enuncia que el asesino del rey -Layo, padre de Edipo- es el rey actual, Edipo-. Y, cuando Edipo por fin cae en la cuenta de sus crímenes, se saca los ojos.
La Esfinge se destruye porque Edipo responde el enigma; Edipo se saca los ojos porque pregunta demasiado.
No parece que el acto de asombrarse -thaumazein- posibilite sólo los avances en el orden científico, sino que tiene algunos otros alcances insospechados escondidos, pero supongo que a más de alguno le parecerían pura literatura.