Bueno, el día cero llegó la semana pasada y Donald Trump ya es presidente de Estados Unidos. Ahora sí, El Coco está la Casa Blanca y no le voy a hablar del negro panorama que se avecina, ya hay especialistas encargados de eso; tampoco le diré de los riesgos económicos y sociales que corre México ante la política exterior que plantea Trump manejar con México, esa, estimado lector, es bronca del gobierno mexicano, cuya estabilidad no debería depender del flujo del agua en Washington.
Primero le cuento la anécdota: el jueves, en el periódico, estábamos en la edición previa a la toma de posesión, y en la contraportada el editor puso una imagen de Trump con un micrófono en la mano, seguramente dando uno de sus incendiarios discursos, el caso es que por la mueca y todo lo que este sujeto representa, a la hora de revisar la plana tracé con lapicero una burbuja de diálogo, puse alrededor del sujeto algunos garabatos emulando notas musicales y dentro del globo escribí la frase “I did it my way!”. Eso fue el jueves por la noche, y el viernes, viendo las primeras imágenes del baile de gala, me di cuenta de tres cosas: 1) Trump no sabe bailar; 2) Melania y Donald, en un día trascendental en sus vidas, eran dos témpanos, y 3) la canción con la que decidieron abrir el baile fue, precisamente, My way.
El que yo haya escrito eso en la hoja de prueba no fue casualidad: Donald Trump se peleó con medio mundo, se echó enemistades por todo el orbe y molestó a muchos, y eso le funcionó. Con un discurso radical, con grandes matices de racismo, proteccionista y muy altanero, incluso políticamente muy incorrecto, ganó la elección, y eso fue posible gracias a que no votamos usted y yo por él, no votó por él Vicente Fernández ni AMLO; no, fue un sector que –al final es una cuestión de identidad– vio en el discurso de Trump la posibilidad de retomar su lugar como primera potencia mundial. Vaya, el magnate hizo una campaña a su manera y a su manera gobernará. A ver si le funciona.
De este lado claro que nos preocupa, y mucho, lo que el nuevo presidente gabacho vaya a hacer, y es que no tenemos un gobierno sólido con una economía que pueda sortear esa clase de obstáculos. En realidad tenemos un gobierno servil y mediocre con una economía sostenida por hilos, y por eso nos preocupa lo que pase en Estados Unidos, porque de ello depende la estabilidad de este país. Pero eso no significa que a Donald Trump deba preocuparle; él, como lo ha manejado siempre, se concentrará en que las empresas produzcan en Estados Unidos, que generen empleos allá para la clase trabajadora de allá, no es su trabajo preocuparse por la economía mexicana o por el desempleo o por qué harán los migrantes repatriados. Y si lo ponemos así, lejos de lo que a nosotros conviene o no, de verdad, ya quisiéramos que Peña protegiera así a los mexicanos y nuestros empleos, que de verdad se propusiera erradicar amenazas como el crimen organizado, que junto a los políticos corruptos es el peor enemigo de este país.
Trump, a su manera, inicia un mandato que definirá muchas cosas y pondrá a prueba a muchos gobiernos, como el mexicano, y a su manera burda y torpe, como cuando bailó con su esposa, gobernará un país en el que seguramente muchas cosas van a cambiar, y ni modo, nosotros, de este lado de la frontera, no podremos hacer nada, salvo decidir si seguiremos soportando a la bola de parásitos enquistados en el aparato de gobierno en todos sus niveles y poderes o si en 2018 tomamos cartas en el asunto y boleta en mano le damos un giro a este país. Y bueno, Dios bendiga a América, pero a nosotros que nos agarre confesados.