El amor es un velero, sí, un velero que se fuga a la distancia, un velero multicolor en cuya danza apacible se vislumbra una esperanza. ¿Cuál esperanza? El sueño de tierras ignotas, de crepúsculos inéditos, de playas insospechadas. Ese amor que, según Rilke, nos aguarda en el puerto final. “Aquel amor permanece fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue su primera y profunda soledad”, escribe en sus Cartas a un joven poeta.
Nada es producto del azar. El dolor punzante, inherente, de las rupturas amorosas nos prepara para contemplar ese Gran Amor que, cual océano vastísimo, se nos tiene deparado en el porvenir.
Así, el amor vence los parámetros del tiempo. No es un segmento definido e inflexible, es decir, una escalera de eslabones exactos. Hoy la mirada transida de nostalgia. Hace meses la caminata nocturna en el Park Way de Bogotá, Colombia. Hace años la mañana trémula en Guanajuato. No. El amor es el río pretérito en cuyos vertederos se sacia el presente. En cualquier momento uno puede bañarse en sus aguas. ¿Cuál es el límite? ¿Hay acaso límite?
El amor son los versos insuperables de Catulo: “Vivamos, Lesbia mía, y amemos; /el rumor de los viejos más severos / juzguémoslo todo de un centavo”. O lo que es algo parecido: la ruptura de toda convención, la belleza de lo simple, la noche en calma de los enamorados.
El amor es la música originaria de las palabras. Los cuentos de los hermanos Grimm, la poesía expansiva de Whitman, los bellos nocturnos de Villaurrutia, los poemas marítimos de Odysseas Elytis. El amor es la afirmación del instante, el ajuste de nuestro atolondrado corazón al reloj indómito de la naturaleza, ahí donde los ahoras se suceden como peces diversos.
O la sonrisa confiada de una bailarina de ballet en un cuadro elemental y, por lo mismo, profundamente bello. La piel trigueña, la mirada luminosa, las facciones finas, el cabello bañado por la luz del crepúsculo. O la tarde remota en que dos amigos, ebrios de recuerdos, improvisaron una canción titulada “Un crucero sin nostalgia”. Un crucero que surca la ruta de los días con la incomparable sensación de empezar de nuevo. Eso es el amor. Eso es el tiempo.
Imagen: Flickr/Not So Dusty
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