La Segunda Guerra Mundial es una fuente inagotable de historias y con el paso del tiempo se ha convertido en una especie de género cinematográfico que sigue reflejando la existencia de heridas que aún no cierran. Resultan especialmente interesantes los relatos que se desarrollan en suelo francés, debido a las características particulares que tuvo el desarrollo del conflicto en dicha nación europea.
Una de las más recientes aportaciones fílmicas al tema es la coproducción franco-canadiense Un saco de canicas (Un sac de billes, 2017) noveno largometraje para cine que dirige el quebequense Christian Duguay, cuya filmografía poco memorable incluye varios trabajos para televisión, además de algunas lamentables incursiones en la industria hollywoodense. La cinta se estrenó en Francia a mediados de enero y fue vista por casi millón y medio de espectadores, a México llega restringida al circuito de arte por medio de la distribuidora Zima Entertainment.
Situada en la Francia ocupada entre los años de 1941 a 1944, la película sigue los pasos de los hermanos parisinos Joseph y Maurice, judíos de diez y doce años, respectivamente, quienes se ven obligados a huir de diferentes ciudades francesas y ocultar su identidad para huir del asedio alemán. Los esporádicos encuentros familiares y la ayuda desinteresada de desconocidos contrastan con la mezquindad de los colaboracionistas y la brutalidad del ejército ocupante que pondrán a prueba la capacidad de supervivencia de la familia.
La cinta está basada en la novela homónima de tintes autobiográficos escrita por el francés Joseph Joffo (con ayuda de Claude Klotz), publicada por primera vez en 1973. En poco tiempo la obra se convirtió en un éxito de ventas y más tarde fue traducida a dieciocho idiomas (en español está editada por DeBolsillo). Hay que mencionar que previamente fue llevada al cine en 1975, dirigida por Jacques Doillon, en aquel entonces un joven cineasta y que a la fecha sigue activo. Originalmente la nueva versión sería dirigida por Olivier Dahan (conocido por una interesante cinta biográfica de la cantante Edith Piaf), pero al final los productores se decidieron por el director canadiense.
Si bien la puesta de Duguay es claramente convencional (suele suceder en los guiones en donde tantos escritores meten mano), refleja a su manera el carácter hasta cierto punto inocente de la novela. Este es el relato de un niño que recuerda a su manera una serie de sucesos que afectaron completamente su entorno. No se muestran aquí a detalle los crímenes flagrantes ni las penurias de la población civil, la película eligió un tono y se instaló en él, una Francia luminosa y colorida donde un par de niños se pueden mover a sus anchas con veinte mil francos en los bolsillos.
Es verdad que adolece cierta complacencia, pero al menos debemos reconocer que evita caer en el melodrama más abyecto, gracias a un conjunto de actores que dan vida a unos personajes hasta cierto punto superficiales, además de valores de producción ciertamente respetables, lo que nos hace pasar por alto algunas incorrecciones históricas que por lo demás no influyen en el desarrollo de la historia. La nueva versión de Un saco de canicas cumple con su cometido: puede entretener al exigente y al mismo tiempo conmover al espectador más sensible sin arriesgar demasiado y apegándose a las convenciones.