En 1928, durante el congreso por las olimpiadas de Ámsterdam, el abogado francés Jules Rimet propuso la organización de un torneo internacional de futbol. La razón: las olimpiadas ya no las contemplarían para 1932.
Previamente, desde mediados del siglo XIX, durante la era victoriana y la supremacía inglesa, el futbol se convirtió en un deporte internacional. Ya los británicos lo jugaban, aunque hasta antes de la segunda mitad del siglo XIX, no había reglas unificadas. En algunos casos los jugadores podrían llevar el balón con las manos, otras veces se permitía taclear al oponente. Ahí también nació el rugby como un gemelo violento del futbol.
Cuando se crearon las 13 reglas hubo un poco más de orden, al tiempo que se fundó una asociación de futbol en Inglaterra. Sus reglas eran un tanto diferentes a las actuales, para empezar, el partido se separaba en dos tiempos de 45 minutos con un descanso de 5 minutos.
Gracias al imperialismo, los marineros que viajaban a otros países llevaron, además de anglicismos, este deporte, de tal suerte que se extendió más allá de Europa, llegando a Sudamérica y África.
Pero como lo he afirmado en otros textos, un país puede decir que toma en serio un deporte cuando crea una asociación al respecto. Se empezaron a crear asociaciones de futbol por todo el mundo, desde Francia, Bélgica, México… pero fue hasta 1904 cuando en Francia optaron por ir más allá de los límites territoriales de la Galia. Así se creó la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación).
Primero Inglaterra
Desde 1908, el futbol se había integrado de forma oficial a las olimpiadas. Evidentemente esta competición la ganó Inglaterra. En 1912, de nuevo Inglaterra. Bélgica sorprendió en 1920 (por lo de la Primera Guerra Mundial), pero entonces Uruguay llegó a la medalla de oro en 1924 y 1928.
Al obtener el apoyo de otros funcionarios, como de Henri Delaunay, secretario de la Federación Francesa de Futbol, el presidente de la FIFA consiguió avanzar en sus esfuerzos para la creación del torneo independiente, pero la sede era otro conflicto.
Para resolver el asunto de la sede, los países que presentaron sus candidaturas para ser anfitriones fueron Hungría, Italia, Holanda, España, Suecia y Uruguay.
Este último realmente quería tener el primer Mundial en sus manos. Quizá porque había obtenido mucha popularidad el futbol en su país después de que su selección fuera dos veces medallista olímpico. También podría ser para no tener que viajar hasta Europa, aunque ya lo había hecho antes, o quizá por una cuestión más de la imagen del presidente en turno ante las elecciones que se aproximaban.
El punto es que ofreció de todo para hacerse del mundial: pagaría todos los gastos operativos del torneo; si hubiera ganancias, las repartiría en la FIFA; si hubiera pérdidas, las asumiría por completo.
Aun con eso, los países europeos no estaban conformes con la idea, tanto que decidieron quitar sus candidaturas y apoyar directamente a Italia.
Al final, la Federación Uruguaya de Futbol los convenció argumentando que en 1930 ese país conmemoraría el centenario de su Constitución, y los demás tuvieron que aceptarlo, aunque no parece que haya sido de buena gana.
La Italia de Musolini se retiró y Uruguay quedó como único candidato. El 18 de mayo de 1929, en Barcelona, se oficializó el evento.
Se estipuló también que el Mundial sería abierto a todos los países que pertenecían a la FIFA por aquel entonces. Es decir, unas 44 naciones.
Boicot europeo
Uruguay sabía que no todos asistirían, así que acordó con la FIFA que, solo en caso de que fueran más de 30 naciones las que acudieran, se podrían hacer eliminatorias para la participación.
La deprimente realidad es que, como si se pusieran de acuerdo, varios países europeos decidieron no participar. Italia, España, Suecia, Holanda, Hungría y Alemania fueron los primeros en decir “no”, esto bajo varios argumentos que iban desde tener miedo a lo peligroso que sería el viaje, hasta que en esa zona de América hacía mucho frío. Luego se les unieron Checoslovaquia y Austria. Desconozco si ellos también argumentaron lo del frío, espero que no.
Rimet convenció a Yugoslavia, Bélgica, Rumania y, desde luego, a Francia, de asistir a la competición.
Por fin, el 18 de junio los rumanos abordaron el Conte Verde, un trasatlántico italiano que ya llevaba siete años en funciones. De Génova se trasladó al puerto de Ville-Franche Sur Mer a poco menos de 200 km para dar lugar al abordaje de los franceses, después haría una tercera parada en Barcelona para recoger a los belgas y algunos funcionarios de la FIFA, entre ellos el presidente.
Simultáneamente, los yugoslavos embarcaron en Marsella a bordo del SS Florida, esperaron por bastante tiempo a los egipcios para viajar juntos, pero estos no llegaron. Resulta que, aunque la selección de Egipto no tenía mal rendimiento, trasladarse hasta Marsella fue un acto caótico. Presuntamente el mal clima los demoró y aunque pidieron se les permitiera llegar más tarde, dando por perdido el primer partido, la FIFA no lo permitió.
Luego de aproximadamente una semana de viaje, llegaron a Río de Janeiro para que subieran los brasileños, y por fin, el cuatro de julio, llegaron a Montevideo, cargando desde luego el trofeo Jules Rimet (me refiero a la copa, no al hombre), que era una pequeña estatuilla de oro macizo que representaba a la diosa Niké cargando una copa. Ese trofeo, por cierto, duró hasta el Mundial de México 1970, cuando lo ganó Brasil y luego alguien se lo robó.
En la capital uruguaya ya estaban los estadounidenses y los mexicanos: su viaje también había sido difícil. Sobre todo, para estos últimos. La selección mexicana partió de Veracruz, y en lugar de viajar al sur, fueron a la Habana, luego a New York para reunirse con los estadounidenses y abordar el SS Munargo.
Curiosa organización
En fin, al momento no se sabían los grupos, esto precisamente por ese afán antiquísimo de no avisar con tiempo la ausencia. Para evitar problemas por la inminente cancelación de varios países, Uruguay determinó que el torneo se haría en el momento en que todas las naciones invitadas llegaran. El caso de Ecuador fue ejemplo de lo que Uruguay trataba de anticipar, cuando pocos días antes envió un telegrama para informar que no asistiría por falta de apoyo económico por su gobierno.
Al encuentro acudieron 13 naciones contando el anfitrión, y los grupos se conformaron por numeraciones:
Grupo 1: Argentina, Chile, Francia y México.
Grupo 2: Bélgica, Estados Unidos y Paraguay.
Grupo 3: Uruguay, Perú y Rumania.
Grupo 4: Bolivia, Brasil y Yugoslavia.
Se confirmaron tres estadios para los encuentros deportivos. En un principio todos se disputarían en el Centenario, pero como aún no estaba listo, se buscaron otras dos locaciones. El estadio Parque Central con una capacidad de 20 mil personas y el Pocitos, diseñado para apenas 1 000 personas.
El estadio Centenario que estaba en construcción se preveía para 90 000 personas.
Debido a que había cuatro grupos, pero la mayoría eran de tres equipos, se dispuso que quien tuviera más puntos en cada grupo pasaría a eliminación directa.
El partido inaugural lo jugó Francia contra México, donde el galo Luis Laurent hizo el primer gol de la historia, condenando a México y a todos sus descendientes a la derrota.
De los tres partidos jugados, Argentina ganó dos y empató uno con Francia. Francia ganó uno. Chile ganó dos y México no ganó ninguno.
Del grupo dos, Yugoslavia ganó dos partidos, Brasil uno y Bolivia ninguno. Pasó Yugoslavia.
Del tres, Uruguay ganó dos, Rumania uno, y Perú ninguno.
Del último grupo, Estados Unidos ganó dos, Paraguay uno y Bélgica nada.
Ya en semifinales Argentina goleó a Estados Unidos 6-1, y Uruguay por exactamente la misma diferencia, aplastó a Yugoslavia.
Final en el Centenario
El periódico El mundo dedicó, entre anuncios de rastrillos Ben-Hur y Emulsión Scot, narraciones del Mundial:
El cuadro yugoeslavo que aprovechando la indecisión de los primeros momentos anotó el primer tanto de la tarde, siendo luego fácilmente superado por los players uruguayos que no hubieron de esforzarse para conseguir la abrumadora victoria final.
Decía siempre ensalzando a sus paisanos.
La final sería en el estadio Centenario, y varios jugadores no querían asistir. Los que habían sido hermanos rioplatenses se encontraban bajo un cruento odio. Cuenta Luis Prats que los uruguayos acosaron a los jugadores argentinos con un ataúd que tenía los colores de la bandera de Argentina, y por otro lado los argentinos apedrearon el consulado uruguaya.
Llegó el 30 de julio de 1930, la fecha de la final, muy poético todo. El estadio estaba abarrotado. El árbitro asignado para el partido fue el belga John Langenus, quien ya se había ido porque pensó que solo estaría en la semifinal, cuando le avisaron que debía regresar a la final, se topó con grupos de hinchas enardecidos y apasionados, incluso en sus memorias dijo “la gente casi me aplasta, todos querían ver la final”, no obstante, alcanzó a llegar al partido con su short, saco y corbata.
Para ese torneo cada equipo llevaba su balón. El de los uruguayos era un balón de piel con cortes rectangulares, con un tiento para cerrarlo y una vejiga de puerco dentro, mientras los argentinos tenían uno de cuero argentino, igual con vejiga y tiento, pero de cortes en forma de “T”. Echaron un volado y ganó Argentina.
Todo el primer tiempo, Argentina se mostró superior. Se fueron a descansar con un marcador 2-1 a favor de los argentinos, pero al regresar el marcador se movió. Estuvo muy cerrado. Metían gol los uruguayos, luego los argentinos, luego los uruguayos. Entonces, a seis minutos del final, cuando el marcador iba 4 a 2 a favor de Uruguay, el árbitro pitó el final del partido, y se fue corriendo del estadio. Uno podría pensar que lo hizo por la putiza que le esperaba por parte de los aficionados argentinos, pero él dijo que la razón era más simple: su barco ya iba a zarpar rumbo a Bélgica y tenía que irse o quedarse varios días.
Desde entonces, los árbitros
Evidentemente, los argentinos no lo tomaron bien. Las peleas no faltaron, los linchamientos menos. La prensa decía: “Nos han quitado el campeonato, merced de un referee parcial”. Nadie quiere a los árbitros.
Ese día quedó marcado para los argentinos, quienes ya tenían cierto pique con los uruguayos, si no me creen nomás acuérdense del primer gol olímpico.
Jules Rimet regresó a Europa y ante las preguntas de la violencia que hubo en la final, solo respondió:
El entusiasmo en Sudamérica por el futbol es exagerado. Se sabe que allí no existe otra distracción, es futbol y política. La gente se entrega por completo al futbol y entiende el juego como una lucha apasionante.
Razón sí tenía, pero quién sabe, quizá su comentario se originaba de saber que los europeos tenían mucho que no podían ganarle a un equipo americano.
Fuentes
Fabbri, A. & Guevara, S. G. (2017). Historias secretas de los mundiales. Capital Intelectual.
Galeano, E. (2015). El fútbol a sol y sombra (Nueva Edición): Incluye un capítulo sobre el Mundial de futbol Brasil 2014 (fifth). Siglo XXI Editores, S.A. De C.V.
Sánchez Santiago, M. (2015). Jules Rimet y el origen de los mundiales de fútbol (1930-1954). AGON International of Sport Sciences.
Mundo Uruguayo 1930, 31 de julio. Del match Yugoslavia Uruguay. Mundo Uruguayo. Pág. 29