Colombia, cocaína, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), mercenarios y glifosato son los ingredientes para un coctel-documental revelador. Colombia: veneno contra veneno es el primer trabajo del periodista y director francés Marc Bouchage. El filme, de 52 minutos y realizado de forma independiente, ha recorrido festivales internacionales y sorprendido al público por su rigor periodístico en su investigación y al tejer una historia compleja con sencillez y dinamismo: el combate a las drogas ilícitas con ayuda de químicos de Monsanto aplicados por mercenarios de la empresa privada DynCorp, el testimonio de víctimas por las aspersiones y las declaraciones de funcionarios y policías antinarcóticos hacen del filme un valioso documento para entender una cruda realidad de un país asolado por la guerra, el narcotráfico y la injerencia estadounidense.
El joven periodista, tras recibir el premio Pukañawi al Ojo Internacional en el Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos de Sucre, en Bolivia, y estrenar su película en México, en el marco del Festival Internacional de Cine de Celaya (FICC), habla de los obstáculos que tuvo que sortear para hacer una obra autofinanciada y cómo ha sido recibida en diferentes países del mundo.
Colombia: veneno contra veneno es un trabajo periodístico y cinematográfico que demuestra que tanto la complicidad de los gobiernos como el interés económico de empresas multinacionales afecta la vida de miles de personas, víctimas invisibles en el escenario mundial cuyos derechos humanos son violentados sistemáticamente.
Hace 30 años comenzaron las aspersiones aéreas con glifosato. En 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al glifosato como agente cancerígeno, pero Colombia insiste en su ejecución. ¿Qué hay detrás de estas decisiones?
Realmente no sé lo que hay detrás. Tendrías que preguntar directamente al gobierno colombiano y a los responsables políticos del país que siguen a favor de las fumigaciones aéreas con glifosato. Pero claro que hay algo, y que alguien tiene intereses en eso -y no solamente en Colombia- cuando vemos todavía hoy la insistencia para fumigar, pese a los estudios de universitarios colombianos que explican que no son eficientes.
Como lo has evocado en tu pregunta, en marzo 2015 la Organización Mundial de la Salud ha evaluado el glifosato. Su agencia especializada sobre el cáncer (el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC)) ha pedido a 17 científicos de once nacionalidades que son independientes, es decir, que no tienen conflictos de intereses y que, entre otros, no tienen vínculos con Monsanto y otras empresas que producen y venden este químico, de pasar revista a los estudios científicos publicados en revistas científicas sobre el glifosato. La conclusión fue que el glifosato es ‘cancerígeno’, probable para el ser humano. Tras esa conclusión, Colombia tomó la decisión de prohibir las fumigaciones aéreas con glifosato. El primero de octubre del 2015, las fumigaciones aéreas fueron oficialmente interrumpidas en Colombia. Pero el mismo día, en la prensa colombiana, el general Palomino, director de la Policía Nacional, anunció que el glifosato continuaría siendo utilizado para erradicar coca, de manera manual, por policías a pie.
¿Qué buscas mostrar con tu documental y cómo lo ha recibido la gente donde se ha exhibido?
Con ese documental quiero mostrar una realidad. La que está detrás de una comunicación oficial que presenta desde varias décadas esas fumigaciones como un éxito y el mejor enfoque para erradicar la coca. Colombia es el único país productor de droga en el mundo que utiliza las fumigaciones para erradicar los cultivos declarados ilícitos. Los gobiernos colombiano y norteamericano utilizaron las fumigaciones como arma de guerra contra el narcotráfico y también para debilitar las FARC, que lograban resistir, en parte, gracias a la ayuda del dinero generado por el narcotráfico. ¿Pero a qué costo?
Me parecía importante contar esa historia y dar la palabra a los políticos, a la Policía Antinarcóticos, pero también a las víctimas de esas fumigaciones para que los colombianos puedan entender mejor lo que ocurrió en su propio país.
Soy director pero, sobre todo, soy periodista. No soy un juez, tampoco alguien que quiere dar una lección a Colombia y/o a los colombianos. Sólo quiero explicar lo que se descubrió durante la investigación y comunicar esas informaciones para que después la gente puede hacer su propio punto de vista sobre la realidad de las fumigaciones.
Lo he presentado en varias ocasiones en Colombia y los colombianos me dicen que no sabían que la realidad era así. Debido a la polarización del país y de la opinión pública por causa del conflicto entre el gobierno y las FARC, el sufrimiento de las víctimas de las fumigaciones fue invisible para el grueso de la sociedad. En el filme, la gente descubre los testimonios de las víctimas, pero también la parte de los mercenarios de la compañía estadunidense DynCorp, que son los encargados de las fumigaciones, y cómo se comportan en Colombia. Recuerdo que tras una proyección en Bogotá, un exmilitar que estaba presente en el auditorio vino felicitarme por el documental. Me sorprendió y me contó que luchó varios años contra la guerrilla en el sur del país y que vio de cerca los mercenarios de DynCorp y cómo actuaban. Me dijo: “puedo confirmar que lo que revelas en el documental es verdad”.
¿Plan Colombia es sinónimo de muerte y dinero? Me refiero que, pese a los daños comprobados a la salud y al medio ambiente, los Estados Unidos y Colombia no han dado marcha atrás.
Sí. El Plan Colombia es sinónimo de guerra, de muerte y dinero. Cuando fue firmado en 1999 entre los presidentes norteamericano Bill Clinton (Partido Demócrata) y colombiano Andrés Pastrana (Partido Conservador), fue oficializado bajo el nombre Plan Colombia: Plan para la Paz, la Prosperidad y el Fortalecimiento del Estado. En realidad, fue un plan de guerra contra la droga y el plan antidroga más importante organizando en un país productor.
El objetivo de este plan era doble: reducir la producción de drogas ilegales en un 50 por ciento en un plazo de 6 años y mejorar las condiciones de seguridad, recuperando amplias zonas del territorio colombiano que se encontraban bajo el control de grupos armados ilegales. Había fumigaciones con glifosato ante el Plan Colombia pero después de su firma, las aspersiones fueron intensificadas en todo el territorio colombiano y generalizadas hasta la frontera ecuatoriana.
Buena parte del plan fue financiado con dinero colombiano, es decir, con el dinero de los impuestos de los colombianos. Y son presupuestos enorme. Las escasas cifras dadas a conocer públicamente lo demuestran: el gobierno de Estados Unidos desembolsó, en promedio, 472 millones de dólares por año, entre 2000 y 2008, en subsidios para el componente militar del ‘Plan Colombia’. Y el gobierno colombiano, por su parte, invirtió cerca de 712 millones de dólares por año en este mismo componente. Una parte de este dinero sirve para pagar los herbicidas y los mercenarios estadounidenses.
El plan debía durar solamente 6 años. En 2016, el presidente colombiano Juan Manuel Santos fue a Washington para celebrar con el presidente Obama el décimo quinto aniversario del ‘Plan Colombia’ hablando de ‘éxito’. Y como Colombia estaba a punto de firmar la paz con la guerrilla, decidieron seguir este apoyo cambiando el nombre de Plan Colombia por Paz Colombia. Un nuevo plan que siempre tiene un componente antinarcóticos.
¿Cuál es la situación actual con respecto al uso de glifosato en Colombia y la frontera con Ecuador y en otras partes del mundo?
Desde el 2 de enero del 2017, la policía colombiana ha empezado la fumigación manual con glifosato contra los cultivos de coca. Según el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, el herbicida se aplica fundamentalmente en las regiones de Catatumbo (noreste, fronterizo con Venezuela), y Nariño y Putumayo (suroeste, limítrofe con Ecuador).
Hoy, en Colombia hay una presión enorme sobre el gobierno para reanudar las fumigaciones aéreas con glifosato. Esa presión viene de responsables políticos nacional como el fiscal general de la Nación, Néstor Humberto Martínez o Álvaro Uribe, expresidente colombiano. Es un tema que también es un argumento de campaña electoral. Para las elecciones presidenciales 2018 hay varios candidatos que están a favor de las fumigaciones y, por lo menos, uno que propone retomar las fumigaciones aéreas sobre cultivos ilícitos: el exvicepresidente Germán Vargas Lleras (Partido Cambio Radical).
La presión para fumigar viene también, y sobre todo, de los Estados Unidos. No ha bajada esa presión desde la firma del Plan Colombia en 1999 hasta el día de hoy. Ultimo episodio: en junio pasado, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, reveló ante el Senado de su país que la administración del presidente Trump le ha pedido a Colombia reanudar la fumigación aérea para controlar el gran crecimiento de los cultivos ilícitos.
En el mundo, el tema de la utilización del glifosato preocupa. En muchos países del planeta (en Estados Unidos, en Sri Lanka, en Argentina, en Francia…) hay testimonios de víctimas de este herbicida que dicen tener cáncer, malformaciones y otros problemas. Actualmente, hay un debate muy importante en la Unión Europea para saber si autorizan nuevamente la venta del herbicida por 10 años más en los 28 ochos países de Europa. Francia, Bélgica, Italia… no están de acuerdo con una reautorización, pero otros países sí.
¿Tu documental ha ayudado en esta lucha y sumado en una agenda mediática para mostrar lo que ocurre en Sudamérica?
No sé si ha permitido ayudar, pero sé que cada vez que lo proyectamos permite abrir el debate y traer nuevos argumentos sobre una realidad desconocida en Colombia. Algunos extractos del documental fueron proyectados ante el Congreso de la República en Bogotá, en octubre 2016. Era un debate, organizado por un senador, de control político sobre las implicaciones y consecuencias en el territorio colombiano, del Programa de erradicación de cultivos ilícitos mediante aspersión aérea con el herbicida glifosato. Y participaron en este algunos de los grandes defensores de las fumigaciones”.
Háblame de DynCorp
DynCorp es un empresa privada norteamericana que vende sus servicios de guerra al Departamento de Estado de los Estados Unidos y al Pentágono. Son mercenarios, es decir, soldados que a cambio de dinero sirven en la guerra un poder extranjero. Están o han sido desplegados por el Pentágono en los países donde los Estados Unidos están en guerra: Bosnia, Irak… Y también Colombia. Tenemos que hablar de privatización de la guerra. Es más fácil para Estados Unidos desplegar mercenarios que soldados suyos. Por ejemplo, si un mercenario muere en la guerra, el efecto es diferente sobre la opinión publica norteamericana que si murió un soldado del ejército. Así, el pueblo de Estados Unidos no tiene la impresión que su país está en guerra fuera de sus fronteras. Y para esas compañías de mercenarios, la guerra es un negocio muy lucrativo.
En Colombia, la presencia de los mercenarios de la compañía DynCorp fue negada durante mucho tiempo por las autoridades colombianas mientras que eran los encargados de las fumigaciones. Son ellos que cargan los químicos en las avionetas de fumigación y que después las pilotan. Eran escondidos sobre las bases.
Durante esta investigación, cada vez que pronunciamos el nombre de DynCorp pude observar una vergüenza y/o el miedo por parte de nuestros interlocutores. El coronel, número dos de la Policía Antinarcóticos, que entrevistamos. habló de “contratistas” para no utilizar la palabra “mercenarios”.
Ellos tienen muy mala imagen. Logramos encontrar y entrevistar un exmercenario de esta empresa que confirma que muchos de estos mercenarios encargados de hacer las fumigaciones para erradicar coca ganan muy bien en su vida y gastan su dinero con prostitutas, tomando alcohol, heroína y cocaína…
¿Qué obstáculos tuviste para hacer Colombia: veneno contra veneno?
Tuvimos algunos. El primero es que nos robaron todo el equipo de trabajo con las cámaras y tal en Ecuador. Grabamos una buena parte del documental en este país porque los campesinos que viven a la frontera con Colombia recibieron esas fumigaciones realizadas por Colombia, y hay muchas víctimas por este lado también. Con este robo, perdimos casi todo el dinero del premio de periodismo que recibimos en Francia para poder realizar el documental.
Otros obstáculos eran vinculados a la opacidad, la falta de transparencia sobre este tema. Teníamos las autorizaciones para grabar con la Policía Antinarcóticos de Colombia y seguir operaciones de fumigaciones, pero seis días antes de llegar a Bogotá, la policía las canceló. Intentamos también entrevistar a los responsables de la Embajada de los Estados Unidos en Colombia o los jefes de la compañía DynCorp, pero rechazaron todas nuestras solicitudes.
Recientemente recibiste un premio en Bolivia, ¿qué sigue para el filme?
Sí, recibimos el premio Pukañawi al Ojo Internacional en el Festival internacional de Cine de los Derechos Humanos de Sucre, en Bolivia. Fue un reconocimiento importante para este trabajo que realicé de manera independiente con mi colega Maud Rieu, que estuvo detrás de la videocámara.
El film fue seleccionado en varios festivales de cine en Colombia, Panamá, Chile, Perú, Francia, México. Espero que seguirá así con otros festivales y otros países. También, el objetivo sería encontrar una manera de difundirlo a un publico más largo en Colombia, Ecuador… Y en los Estados Unidos porque por el momento no fue proyectado en este país. Tenemos una versión subtitulada en español y otra en inglés, así que si alguien tiene una idea, una propuesta, estoy interesado.
¿Qué significa para ti hacer un documental independiente? Me refiero si es mejor emprender un proyecto sin ataduras o es mejor con el apoyo de algún medio con recursos económicos.
Significa mucho. He elegido ser periodista para hacer este tipo de investigación, me encanta buscar informaciones, explicarlas al público e ir más allá de la comunicación que está por todas partes en nuestra sociedad hoy en día. Pero que difícil fue ser un director independiente. He puesto adentro de este proyecto toda mi energía y todos mis ahorros. Sin producción, tuve que aprender todo. Fue un trabajo de varios años. Seguro que con el apoyo de algún medio con recursos económicos habría sido totalmente diferente.
Sin embargo, fue una muy buena experiencia y oportunidad para aprender. Quizás esas dificultades son el precio de la independencia y de la libertad. Aprovecho esta entrevista para agradecer todas las personas que nos ayudaron a lo largo del proyecto. Son esas energías positivas y esas ayudas que nos han permitido seguir adelante.
Pienso que la solución hoy son los proyectos independientes que son realizados por cooperativas de periodistas o directores. Eso funciona como lo ha demostrado las investigaciones internacionales sobre los Panamá Papers o Paradise Papers.
Marc, háblanos de tu trayectoria como periodista.
Hace cinco años que soy periodista. Antes de estudiar el periodismo en Burdeos en Francia, había estudiado historia en la ciudad de Lyon. He empezado a trabajar en la televisión regional del canal France 3. Y después decidí dedicarme al periodismo investigativo. Trabajé sobre el parte y la responsabilidad de Francia durante el genocidio de los Tutsi en Ruanda. Colombia: veneno contra veneno (2016), es mi primer documental como director.