Todo está aquí, en mi piel;
no hay más que mirar.
Ray Bradbury, en El Hombre ilustrado.
Por Virginia Rico
Conocí recientemente el cine de José Luis Valle en la Ciudad de Oaxaca, cuando la organización Oaxacacine proyectó el tercer largometraje del cineasta salvadoreño titulado Las búsquedas. En el momento posterior a la proyección en el Teatro Macedonio Alcalá, comenzaron a apoderarse de mí toda una serie de preguntas sobre mi propia cotidianidad y pudiendo ir aún más allá de ella, me surgieron dudas sobre la posición que debía asumir frente a la vida y al fenómeno cinematográfico, obsesión que me ha prendido por completo y es por eso que, a manera de respuesta, escribo estas líneas.
Workers, segundo largometraje de José Luis Valle, realizada en Tijuana y presentada por primera vez en el Festival de Cine de Berlín en 2013, forma parte de ese cine cuyas intenciones son construir imágenes más allá de lo que se ve en pantalla, mediante una trama ambientada en la cotidianidad de sus personajes, misma que es transgredida por el camino que toman sus respectivas vidas, unidas por el recuerdo de la muerte, después de dedicar tantos años al “simple hecho” de sobrevivir en un país como el nuestro.
Entre la primera y la última secuencia de Workers, de más de 5 minutos de duración cada una, nos presentan dos formas distintas de observar un mismo acontecimiento, intercalando la mirada de los que parecieran ser los personajes principales de la historia, Lidia y Rafael, frente a dos amantes separados por la frontera México-Estados Unidos: difíciles diez años de la vida de dos trabajadores mexicanos, resignados ante la idea de un mejor mañana.
En un primer momento pensé en la ardua tarea de estar frente a una película de dos horas que, por su calma y sus largos y profundos planos-secuencia, pareciera ser de más de 8 horas duración. Pero sucedió algo aún más interesante: mientras veo dentro de cuadro cómo se desenvuelven las vidas de Rafael y de Lidia y su incansable espera para poder dominar su destino mediante una silenciosa resistencia al día a día, caigo en la conclusión de que Workers es una película en la que el tiempo se vuelve no sólo el cómplice de la propia trama, sino también uno de los personajes principales de la misma, sin descuidar otros temas importantes, como lo pueden ser la soledad y la injusticia laboral en Tijuana, ciudad tan ambivalente como el país que la resguarda.
Desde sus orígenes, el cine siempre ha trabajado junto al tiempo y pese al transcurrir del mismo, por lo que hemos podido ser parte de una revolución cinematográfica al ver cómo, por citar un ejemplo, decenas o incluso millones de años se condensan al interior de una escena que, a pesar de comprimirse en minutos que nos parecen eternos, suele concentrar dentro de cuadro toda la potencia del cine. Sin embargo, afortunadamente, para algunos nos sigue sorprendiendo el poder presenciar esta posibilidad cinematográfica.
Mi relación con el cine me ha llevado a la constante de que, al encontrarme ante películas que despiertan en mí las emociones más adversas y aparentemente contradictorias, siempre termino preguntándome si entre las tantas intenciones del realizador, puede encontrarse la idea de deformar la moral, haciéndola visible ante los ojos del observador para admitir que, como en este caso, resulta aceptable el pensar que puede justificarse el acto de matar en nombre de la desigualdad social y que la venganza a largo plazo es menos amarga por el trabajo que conlleva la larga espera de hacer justicia por cuenta propia.
Al igual que en Las búsquedas, José Luis Valle le da al tiempo y a la venganza los papeles principales de la historia, mismos que hablan y actúan a través de los rostros de los actores que en carne viva, representan las figuraciones humanas de la perseverancia y la moral, endebles por la injusticia social, pudiendo alejar principios, normas o leyes que eviten que Lidia y Rafael restauren su futuro accidentado.
Y así, los años pasan y se ven reflejados en los minutos de una de las escenas en la que presenciamos un atardecer cualquiera, capturado en el plano secuencia de Workers, cuyo centro es el exterior del motel donde una prostituta tatúa el muro de la vergüenza en la espalda de Rafael, metáfora indeleble de la ciudad donde se lleva a cabo esta historia, en una especie de analogía al libro El Hombre ilustrado de Ray Bradbury, quien en su piel cargaba los signos de las desgracias de las personas que conoció en su camino.
No puedo darme el lujo de considerar la película Workers como una historia con tintes de humor negro. Ante la urdimbre que retrata imágenes necesarias para nosotros, los observadores de un mundo aparentemente tranquilo, nosotros que estamos acostumbrados a que la vida por sí misma retome su propio camino, estando dispuestos a esperar un momento que quizás nunca llegará.
La resistencia artística del director José Luis Valle habita en la oportunidad de ver reflejada su propia vida en Rafael y Lidia, mediante la creación de imágenes en movimiento que logren evocar acciones perseverantes que obligadamente nos llevan a una autocrítica, surgida de la misma película, por lo que tendremos que preguntarnos bajo cualquier circunstancia: ¿tendremos que esperar tanto tiempo para que la vida nos haga justicia o seremos nosotros quienes decidamos qué y cómo vivir?
Workers
Producción y Dirección: José Luis Valle.
Año: 2013
Coproducción: México-Alemania.
Fotografía: César Gutiérrez Miranda.
Sonido: Pablo Támez.
Edición: Oscar Figueroa.
Reparto: Susana Salazar, Jesús Padilla, Barbara Perrin, Giancarlo Ruiz, Sergio Limon.