Icono del sitio Revés Online

Zona de interés: un retrato sin apasionamientos

Zona de interés

Aunque Jonathan Glazer ya había dirigido algunos videos musicales para Massive Attack, Blur y Jamiroquai, es su colaboración con Radiohead, para el video de Karma police, por el que saltó a la fama a finales de los noventa. Poco después vendría su primer largometraje, Bestia salvaje (Sexy beast, 2000), con un enloquecido Ben Kingsley, al que siguió Reencarnación (Birth, 2004), un extraordinario retrato de una mujer que no puede dejar su pasado atrás.

Años más tarde llegó el curioso experimento Bajo la piel (Under the skin, 2013), un recorrido nocturno por las calles de Glasgow, hasta llegar diez años después a Zona de interés (The zone of interest, 2013), que se presentó en Cannes y dio mucho de qué hablar tras sus nominaciones al Oscar.

Glazer creció en una comunidad judía del norte de Londres, la idea de Zona de interés vino después de leer la novela homónima del escritor británico Martin Amis, publicada originalmente en 2014. En ella, Amis recrea las relaciones que se tejen entre el comandante de un campo de concentración y su esposa, con un atildado funcionario alemán y un prisionero judío.

A pesar de que los nombres de sus personajes son ficticios, el escritor hizo una extensa investigación para documentar su novela, la cual levantó cierta controversia por retratar con cotidianidad y numerosos equívocos, el día a día de sus protagonistas. El título es el término ambiguo que utilizaba el régimen nazi para referirse a los campos de concentración.

Te puede interesar:

Said Sandoval: el villano de El Halcón

Desde un inicio el cineasta inglés decidió tomar distancia de la novela, primero llamando por su nombre real a los protagonistas, Rudolf Hoss y su esposa Hedwig, y segundo, profundizando no en la ficción creada por Amis, sino en las fuentes documentales que consultó el escritor.

Hoss fue comandante de Auschwitz entre 1940 y 1944. Y a diferencia de otros funcionarios nazis, decidió instalarse con su familia justo al costado de las nefastas instalaciones. Apelando quizás a un exceso de realismo, Glazer consiguió el permiso del  actual museo de Auschwitz, para recrear por fuera de las instalaciones del campo, la casa de la familia Hoss.

Buena parte de la película fue rodada con pequeñas cámaras estáticas colocadas en todos los rincones de la casa, sin que los actores tuvieran conocimiento exacto de su ubicación. Con ellas se registran momentos ordinarios de la familia Hoss, sin que parezca importarles lo que sucede a unos pocos metros de distancia.

Vemos cómo se esparcen las cenizas de los prisioneros como abono para los parterres de flores, mientras Hedwig se prueba un abrigo de pieles y el lápiz labial arrebatados a algunas de las víctimas. Los niños no están exentos de esa violencia, por las noches cuentan los empastes de oro arrancados de las dentaduras y juegan a encerrarse en el invernadero simulando el sonido de las cámaras de gas.

Con detalles, más que con diálogos, nos damos cuenta de que los orígenes de la familia Hoss son más bien modestos. La denominada “reina de Auschwitz” deja escapar su ánimo revanchista cuando hablan del destino de la familia judía que empleaba a su madre como sirvienta, quien no pudo quedarse con sus cortinas cuando fueron deportados. Aun así, sorprende que Hedwig ruegue quedarse en Auschwitz cuando se entera de un traslado temporal de su marido acompañado de una posible mudanza: “¡Vivimos como siempre deseamos!”, exclama exaltada.

Más de cine:

Ambulante presenta Intersecciones

¿Y cómo es la vida idílica la familia Hoss? Maltratando a los prisioneros que tiene a su servicio, expulsando a diario las cenizas de sus fosas nasales, aspirando el penetrante hedor de los hornos crematorios y traficando con las pertenencias de miles de víctimas sin remordimiento alguno. Glazer los retrata sin apasionamientos, se diría que desde un punto de vista contemplativo y casi imparcial, a fin de cuentas a los personajes los juzgan sus propios actos.

La cinta se permite algunos artilugios formales. Comienza con dos minutos de una pantalla en negro acompañada de sonidos electrónicos, que paulatinamente se transforman en trinos de aves hasta que aparece la imagen de un picnic de la familia Hoss, junto a un hermoso lago de la Polonia ocupada. Una obertura que nos prepara para el contraste que vendrá. Más adelante, la pantalla se tiñe de rojo sangre y en algún momento, un confundido Rudolf Hoss sale de su época y deambula por el actual museo de Auschwitz.

Las imágenes de los campos de concentración nazis son ampliamente conocidas, por lo que Glazer y su equipo eligieron recrearlas por medio de sonidos, juntos crearon un paisaje sonoro plagado de ruidos industriales, ladridos de perros guardianes, gritos interminables y llantos de los prisioneros que día y noche son conducidos a las cámaras de gas. De esta manera se cuentan dos películas, una que nos muestra la vida cotidiana de los perpetradores y otra la del sufrimiento de las víctimas, a quienes no vemos, pero que están presentes por medio de los sonidos.

¿Cómo pudieron los Hoss vivir de esta manera? La filósofa Hannah Arendt describía a los nazis como seres no pensantes, todo el tiempo el régimen los mantenía ocupados, sin detenerse, porque la persona que se detiene piensa, reflexiona. Tal vez por eso vemos al personaje interpretado por Sandra Hüller siempre en torpe movimiento, aunque sus acciones rara vez reportan alguna utilidad.

También lee:

Se viene otra Muestra de la Cineteca

Esta idea de negarse a la reflexión, aplica aún ahora para todas aquellas familias y entidades, en donde vivir a costa del sufrimiento de los demás se considera algo natural. Brigitt, una de las hijas de Hoss, llegó a declarar desde su exilio: “para mí era el hombre más bueno del mundo”. Para ese entonces Rudolf Hoss ya había sido ahorcado en el patíbulo que él mismo mandó instalar en un patio de Auschwitz.

El Holocausto es un tema que sigue presente en el cine y la literatura, pero más importante que su presencia es la forma en que se aborda. Las nuevas generaciones de escritores y cineastas deben encontrar nuevas maneras de contar estas historias que seguirán vigentes mientras la humanidad no logre romper el ciclo de violencia en el que está inmersa.

Para cerrar, vale la pena recordar las palabras de Primo Levi, en Si esto es un hombre, un estremecedor recuento de sus experiencias en Auschwitz: “Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser verdaderamente peligrosos. Más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y actuar sin hacer preguntas”.

Lecturas recomendadas:

La zona de interés. Martin Amis. Editorial Anagrama. México. 2015

Historia de los campos de concentración nazis. Nikolaus Wachsmann. Editorial Crítica. México. 2017

Si esto es un hombre. Primo Levi. Editorial Austral. México. 2019

Sobre la violencia. Hannah Arendt. Editorial Alianza. España. 2018

Salir de la versión móvil