Por Omar Arriaga Garcés
El nombre del poeta nacido en Nishapur el año 1048, el persa Omar Jayyám (muerto en 1131, año 509 de la Hégira, aunque Borges afirma que había sido en el 517), recién comenzaba a ganar adeptos entre algunos grupos de estudiosos en Europa hacia 1870, según establece un relato ficticio (la novela publicada en 1988 por el escritor libanés Amin Maalouf: Samarcande, en francés en el original).
¿Cuál era la razón para que luego de 700 años de anonimato, Ghiyath al-Din Abu l-Fath Umar ibn Ibrahim Al-Nishaburi al-Khayyami (nombre verdadero de Omar Jayyám) cobrara de pronto relevancia en Occidente? Que un obscuro poeta inglés, más sensible y triste que aquel poeta persa, dice Borges, de nombre Edward Fitzgerald, hubiera publicado en 1859 la primera versión a una lengua occidental de los Ruba’iyyat, obra hoy más que célebre del también astrónomo y matemático.
Ruba’i es en la poesía árabe una estrofa de cuatro versos (un cuarteto o un par de dísticos) con rima AABA (generalmente), por lo que puede considerarse que la traducción de Ruba’iyyat sería “colección de cuartetos”, o “conjunto de cuartetos”: Los cuartetos. Algunos autores exponen que hasta dos mil asciende el número de estas estrofas escritas por Jayyám, aunque otros menos ostentosos refieren que son casi un millar; con todo, Borges señala que son alrededor de 500 (no sé si se habrá atenido a la edición del poeta iraní Sadegh Hedayay) y, en este caso, parecería más propicio ponerse del lado de Borges.
En Los cuartetos de Jayyám puede leerse: “Cuando el dolor te abrume, cuando llegues a desear que una noche eterna caiga sobre el mundo, piensa en el verdor que resplandece después de la lluvia, piensa en el despertar de un niño”, “Si no sabes amar de qué te sirve que el sol salga y se ponga”, o “Paraíso, infierno, habrá alguien que haya visitado esas singulares regiones”. El que se conozcan estas palabras es para Borges un verdadero milagro, ya que se trataría de la simbiosis entre un poeta persa del siglo XI y uno inglés del XIX que nada tendrían que ver entre sí; sin embargo, el argentino (con su humor habitual) propone en “El enigma de Edward Fitzgerald”, que si existe el panteísmo o la transmigración de las almas (si no lo malinterpreto), entonces quizá esos dos poetas sean uno, y Fitzgerald resulte ser Jayyám luego de varios siglos.
Curiosa teoría la de Borges. No obstante, lo que parece más milagroso (sin acudir a versiones metafísicas o de literatura fantástica) es que después de que le fue robado el cuaderno de cuero en el que escribía sus poemas, y de haber muerto creyéndolo perdido para siempre, el Manuscrito de Samarcanda haya resistido casi cien años en Alamut (fortaleza de la famosa Secta de los Asesinos), hasta que Hulagu Kan (nieto de Gengis Kan) asoló la región, destruyó el castillo y mandó quemar la biblioteca de los Asesinos, cuyo incendio, cuenta Maalouf, duró siete días y siete noches, sin que a la fecha pueda precisarse qué libros ardieron.
Si a Jayyám le fue arrebatado súbitamente su cuaderno y si éste permaneció tanto tiempo en la fortaleza de los Asesinos, cuya biblioteca fue quemada por los invasores del imperio mogol, no parecería viable que alguien hubiera hecho una copia de los Ruba’iyyat. ¿Cómo se salvó el manuscrito y dónde estuvo hasta entonces? ¿Cómo pasaron siete siglos hasta que Edward Cowell, amigo de Fitzgerald, encontró en la biblioteca de Bodleian, de Oxford, Inglaterra, “un manuscrito de Omar”? En todo caso, ¿de dónde salió ese “manuscrito”? ¿Era ése, “el manuscrito” del propio Jayyám o se trataba ya de una copia? Ni Borges en una novela fantástica habría podido resolver el misterio.