Por Armando Casimiro Guzmán
Tras meses de espera y apenas unos días después de su estreno en la Unión Americana, llegó Guerra Mundial Z (World War Z, 2013), décimo largometraje del estadounidense nacido en Alemania, Marc Forster, una costosa (¡400 millones de dólares!), coproducción de Estados Unidos y Malta, que llamó la atención del gran público con sus impresionantes imágenes de las principales capitales del mundo arrasadas por endemoniadas hordas de zombis y que ha sido estrenada en nuestro país con más de 1200 copias, la mayoría de ellas en la cadena Cinépolis (que se abstuvo de presentar la tecera parte de la comedia ¿Qué pasó ayer?).
La cinta está basada en la novela Guerra Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombi (editada en español por Almuzara), del escritor y guionista estadounidense Max Brooks, quien por cierto se ha quejado amargamente de que de su texto únicamente lleva el nombre y ha criticado abiertamente la narración lineal de la versión cinematográfica (el libro está contado en tono periodístico con una serie de entrevistas con diferentes personajes que sobrevivieron al conflicto). Guerra Mundial Z (el filme), se enfoca en el punto de vista de Gerry Lane (un Brad Pitt desaliñado), ex investigador de las Naciones Unidas que es requerido para viajar por el mundo con el objetivo de descubrir el origen de una apocalíptica plaga de zombis que ha llevado al colapso a naciones enteras, a cambio de semejante favor, el emergente gobierno surgido del caos, garantizará la vida de los suyos.
Desde hace algunos años, la productora de Brad Pitt, Plan B, adquirió los derechos del libro, cuyo guión fue reescrito por diferentes personas en varias ocasiones. Tiempo después se reclutó a Marc Forster, quien llegó al proyecto cuando ya prácticamente todo estaba armado, incluida la participación de Pitt en el protagónico. Y así, entre retrasos por falta de recursos y rumores de pleitos al interior de la producción, el rodaje fue avanzando a trompicones hasta convertirse en uno de los productos más publicitados de la temporada.
El director, quien ha firmado títulos como el drama llorón El pasado nos condena (Monster’s ball, 2002), la comedia fantástica Más extraño que la ficción (Stranger than fiction, 2006), y la aburridísima 007: Quantum of solace (2008), afirmó en diferentes entrevistas, que su versión del apocalipsis zombi se acerca más a la cuestión biológica que a la crítica social, asimismo recalcó la importancia de eliminar la mayor parte de la violencia y la sangre de la pantalla para lograr una clasificación PG-13. El resultado de ambas aseveraciones se traduce en una película sosa e inofensiva, que simplemente va hilvanando una escena de acción tras otra, eso sí, haciendo gala de vistosos efectos especiales.
Distribuida también en un formato 3D completamente prescindible, Guerra Mundial Z es un filme tan vacío como las mentes de los muertos vivientes que nos presenta. La invulnerabilidad de Brad Pitt ante las catástrofes y el anodino desenlace del filme casi nos garantizan una secuela y hasta una trilogía. De confirmarse la noticia, sería evidente que una de las más dañinas epidemias de la cinematografía actual, son las cada vez más numerosas e intrascendentes películas de zombis.
Dice el crítico Jorge Ayala Blanco que existen dos clases de espectadores: “aquellos que siempre buscan la misma película y aquellos que siempre buscan una película diferente”. El hecho de que casi todos los filmes de superhéroes logren recaudaciones descomunales en la taquilla, nos indica que aquellos a quienes les gusta disfrutar de la misma fórmula pero con diferente disfraz, conforman un sector mayoritario de la audiencia.
El hombre de acero (Man of Steel, 2013), sexto largometraje del norteamericano Zack Snyder intenta revitalizar una franquicia que sufrió un duro revés en el 2006, con Superman returns de Bryan Singer, que resultó un tremendo fracaso en taquilla. Superman es uno de los más longevos personajes de la DC Comics y la versión que hizo Christopher Reeve en cuatro películas lanzadas entre 1978 y 1987, sigue siendo la más reconocida por buena parte de los fans.
En un intento por desligarse de sus predecesoras, los productores de El hombre de acero, decidieron hacer algunos “cambios sustanciales”, al menos en la vestimenta: un traje de tonos más oscuros y textura más rugosa, así como evitar los calzones encima de los pantalones. Y ya encarrerados en las novedades, los productores se decantaron por un joven protagonista que resulta prácticamente desconocido para el gran público, el actor de origen británico Henry Cavill. Pero eso fue todo, ahí terminaron las innovaciones.
La película comienza con lo que ya es muy conocido: la apresurada fuga de Kryptón, un planeta al borde del colapso, su posterior la llegada a la Tierra con un aterrizaje en una granja del centro de los Estados Unidos. A partir de ahí, la cinta se mueve en flashbacks, evocando imágenes de la infancia del héroe y su difícil adaptación al entorno humano. Tras la reaparición del villano Zod, que como era de esperarse, es muy malo y además tiene como muy previsible objetivo acabar con la raza humana, todo se convierte en una vorágine de peleas sin sentido (¿para que pelean si no pueden hacerse daño?), destruyendo todo lo que encuentran a su paso y con la complicidad del metraje que oculta por supuesto, las pérdidas civiles.
En casi dos horas y media desfilan ante nosotros todos los clichés habidos y por haber en esta clase de productos: la chica linda que es rescatada por el protagonista, la salvación del mundo en el último minuto (aunque media ciudad de Nueva York quede completamente destruida), los buenos que son muy buenos y los malos que son malísimos, el ejército de los Estados Unidos como máximo ejemplo de rectitud y así por el estilo, suficiente para colmar la paciencia de los espectadores menos condescendientes.
No hay mucho que decir del elenco, si acaso destacar la torpeza de Amy Adams (o de su personaje), como la avispada reportera del Daily Planet, quien cuelga como un apéndice innecesario de una historia a la que ingresa con un tierno episodio de ñoñez: una improbable y facilona incursión en una instalación militar.
Al menos Zack Snyder se mantiene dentro de su línea: 300 (2006), Sucker Punch (2011) y The Watchmen (2009), nos dan una idea del tipo de película que le gusta hacer. Ya se prepara una segunda parte de El hombre de acero, que dirigirá el propio Snyder, así que mientras la franquicia siga generando ingresos, los incondicionales podrán disfrutar una y otra vez de la misma película, con los mismos lugares comunes de un género que desde hace ya muchos años llegó a su punto de agotamiento.
Seis sesiones de sexo (The sessions, 2013), es una comedia independiente de bajo presupuesto, que por estas fechas hizo su presentación en tierras michoacanas. El filme representa apenas el cuarto largometraje del veteranísimo australiano (de origen polaco) Ben Lewin, quien cuenta con amplia experiencia en documentales y series televisivas. A pesar de la escasa publicidad, el filme ha generado cierto interés debido a su exitoso paso por los festivales de Sundance y San Sebastián.
Con guión del propio Lewin, basándose principalmente en un artículo del periodista parapléjico Mark O’Brien, “On seeing a sex surrogate”, publicado a principios de 1990, Seis sesiones de sexo cuenta como el autor decide, cuando ronda los cuarenta años de edad, que es momento de tener su primera experiencia sexual, para lo cual recurre al consejo del párroco de la iglesia católica a la que asiste y a los servicios de una peculiar terapeuta sexual, que en tan solo seis sesiones lo llevará a conocer los placeres de la carne y un poco más. Todo el proceso será minuciosamente registrado en un artículo que el protagonista escribe para una importante publicación. Cabe hacer mención que el propio Mark O’Brien (muy bien interpretado por John Hawkes), además del periodismo, se dedicó a la poesía y fue en su tiempo, un ferviente activista en favor de los derechos de las personas discapacitadas.
Narrada con gran naturalidad y humor, la historia muestra al margen de las capacidades físicas de su protagonista, que también siente y desea, que sabe que quiere completarse como persona y que para ello debe perder su virginidad. Su firme convicción católica (O’Brien siempre afirmó que su religión fue factor importante para ayudarle a sobrellevar su condición), hace que cobre relevancia el papel de William H. Macy (estupendo con curiosa cabellera dorada), como mentor y comprensivo cura (casto, por cierto), con quien el periodista comparte sus cada vez más intensas fantasías sexuales. Y también es para destacar la personalidad que brinda Helen Hunt a su personaje, una singular terapista sexual que al final del día debe reportarse con su familia y pagar los gastos de su hipoteca, sin por ello dejar de tener fuertes sentimientos encontrados respecto a su actividad.
Seis sesiones de sexo, tiene la virtud de excluir lecciones de moral y toda clase de excesos melodramáticos que hubieran sido el desastre total, tampoco se excede en el metraje y no cuenta nada más allá de lo necesario. Aunque se le pueda acusar de que privilegia la ligereza sobre el estímulo intelectual, es una película altamente recomendable, divertida y hasta optimista.
Aunque ya pudimos verla durante la décima edición del Festival de Cine de Morelia y en la más reciente Muestra de la Cineteca, hizo su escala en la cartelera comercial de nuestra ciudad Cosmópolis (Cosmopolis, 2012), del experimentado cineasta canadiense David Cronenberg, como parte del concepto Sala de Arte de Cinépolis. La cinta ha generado sentimientos encontrados desde que fue presentada el año pasado en el Festival de Cannes y ha tenido un recorrido importante en el circuito de salas dedicadas a la exhibición de filmes con pocas posibilidades de éxito monetario.
Cosmópolis, está basada en la novela del mismo nombre del escritor norteamericano Don DeLillo y que está editada en español por Seix Barral. DeLillo es considerado como uno de los máximos representantes vivos del posmodernismo literario de los Estados Unidos. Desde un primer momento se nota que ni la novela ni la adaptación cinematográfica cuentan una historia convencional: la del millonario Eric Packer quien se traslada de punta a punta en la isla de Manhattan, a bordo de su limusina, buscando un buen lugar para efectuar un corte de cabello. El viaje es complicado, en ese mismo momento el presidente está de visita en la ciudad y las manifestaciones anarquistas están a la orden del día. Por si fuera poco, el joven Packer está a punto de caer en bancarrota debido a una serie de malas inversiones en el mercado de valores. Durante el recorrido entrará en contacto con distintos personajes: su esposa distante (y también millonaria), un médico que le hace un examen prostático dentro del auto, su asesora financiera que hace ejercicio por el parque y diferentes amantes con las que sostiene relaciones sexuales mientras la limusina sigue avanzando. Una especie de vistazo al final de los tiempos del sistema económico que nos ha tocado vivir.
La principal carta de presentación de Cosmópolis, al menos para el gran público, es el rol protagónico interpretado por Robert Pattinson, quien no lo hace tan mal como en Bel Ami (recientemente también en cartelera), lo que habla más del buen trabajo de Cronenberg que de la aptitud de Pattinson. Aunque hay que decirlo, la película está plagada de actores mucho más interesantes como Juliette Binoche, Samantha Morton, Paul Giamatti y el francés Mathieu Almaric.
Esta producción hace evidente el talento de Cronenberg al trabajar con un material difícil, desgraciadamente por grandes lapsos resulta tediosa e incomprensible. El cineasta canadiense tiene una prolífica e interesante trayectoria con trabajos como Crash (1996), Una historia violenta (A history of violence, 2005) y la más reciente Un método peligroso (A dangerous method, 2011), que dan muestra de su capacidad, pero es muy probable que para quienes hayan gustado de alguna de las mencionadas, en esta ocasión quedarán decepcionados.
Con mucho atraso y como película de relleno se presentó en cartelera Bel Ami: el seductor (Bel Ami, 2012), largometraje debut de los ingleses Declan Donnellan y Nick Ormerod con amplia experiencia en el ámbito teatral. Es una coproducción británico-italiana de presupuesto no muy alto que tiene como principal atractivo para el público adolescente la presencia del imperturbable Robert Pattinson, quien es acompañado por una tercia de reconocidas actrices de habla inglesa.
Basada en la novela homónima del escritor francés Guy de Maupassant (de la cual existe una edición muy recomendable en DeBolsillo), Bel Ami nos adentra en el París de finales del siglo XIX, en donde las intrigas colonialistas del gobierno francés provocan el ascenso de un joven sin talento pero ambicioso, quien aprovecha su personalidad y buen porte para congraciarse con las esposas de hombres con amplia influencia en la política y la opinión pública.
Con un buen trabajo de producción, sacando el máximo provecho del reducido presupuesto, Bel Ami logra una ambientación aceptable, combinando con corrección locaciones, vestuarios y música. Aunque la historia refleja ciertos paralelismos con la actualidad: la manipulación de la opinión pública por parte de los medios y la velada invasión a otros países para controlar sus codiciados recursos naturales, termina decantándose hacia el éxito de un descarado arribista que utiliza todos los trucos a su alcance para fijarse una buena posición económica, muy al estilo (aunque con mucho menor fortuna), que el Chris Wilton de Match point (2005).
La elección del reparto femenino parece acertada: Uma Thurman, Kristin Scott Thomas y Christina Ricci, funcionan bien dentro del filme. No así el ídolo teen Robert Pattinson, quien lucha por sacudirse la imagen de vampiro cursilón ganada a pulso con horas y horas de metraje insulso (ya lo intentó sin suerte con Cosmopólis de David Cronenberg), pero nuevamente se queda corto, en un papel que acentúa sus carencias como intérprete. Y no, no es solo porque aborrezca la franquicia creada por Stephenie Meyer, de verdad no hay más que ver la cinta para darse cuenta de lo mal que lo hace.
Si bien pudiera considerarse como punto de partida para revisar la obra de Maupassant (quien más que por sus novelas es conocido por sus historias cortas), lo cierto es que la película está muy lejos de ser una adaptación decente de una obra literaria. Carente de fuerza, fragmentada y con una confusa motivación política, Bel Ami alcanzará apenas para transmitirse por televisión en horarios no estelares y satisfacer las bajas expectativas de las seguidoras de un ídolo post adolescente en constante decadencia.