Suele decirse de forma más o menos corriente que una vez que el texto literario ha sido editado, no hay más nada qué hacer para su autor, ya que ahora éste forma parte de la tradición o del lenguaje, por lo que pertenece a los lectores.
Sólo con base en un presupuesto como el anterior es posible concebir el que se diga que todos los poemas son parte de un solo poema que está siendo escrito a través de los siglos, o que la suma de todos los textos literarios es igual a un solo texto que contiene en sí a toda la literatura.
No por nada, gracias a un cuento de Herman Melville (el autor de Moby Dick), el escritor mexicano Salvador Elizondo descubre que existe un lugar en el que tanto personajes como autores beben whisky, fuman tabaco holandés en sus pipas y esperan a ser contados una vez más, mientras escuchan las narraciones que en aquel preciso momento están teniendo lugar en el lenguaje. La vida parece ahí tan buena que, incluso, a veces hay gorrones.
Sin embargo (y esto no lo cuenta Elizondo), hay un pequeño jardín que da al bosque, en el que aquellos que se cansan del bullicio y la espera se reúnen de vez en cuando a charlar y a referir todo lo que ya no pueden contarse mientras se hallan en la verandah.
El dilema radica en que para realizar las reuniones en dicho jardín se necesita que haya quórum, mientras que en el salón donde se bebe whisky se juega en silencio al dominó también es indispensable dicho quórum; por eso, cuando llega a haber tertulia en el jardín todos quieren tomar la palabra al mismo tiempo, suscitando las más curiosas conversaciones.
Jacques Vaché: “Qué buena suerte que no haya vivido «lo romántico»”. Francis Picabia: “Si usted lee a André Gide en voz alta durante una hora, le olerá mal la boca”. André Gide: “Eso dice usted, pero sólo está de acuerdo consigo mismo”. Arthur Rimbaud: “Yo es otro”. Conde de Lautréamont: “Si existo, no soy otro”. Cesare Pavese: “Tú eras la vida y las cosas”. Fernando Pessoa: “No soy nada”. Friedrich Nietzsche: “Es extraño que algo muerto tanga la capacidad de ser”. León Felipe: “Que no quiero, que no quiero, que no quiero”. Bernardo Atxaga: “No, no es una cuestión de vista”.
Arthur Rimbaud: “Hay que ser absolutamente moderno”. André Breton: “No estoy a favor”. Arthur Rimbaud: “Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”. Salvador Dalí: “La belleza será comestible, o no será”. André Breton: “No estoy de acuerdo… La belleza será convulsiva, o no será”.
Francisco de Quevedo: “Ya no escribas más versillos”. José Gorostiza: “Hilillos de voz”. Jorge Luis Borges: “Casi siempre idioteces”. William Butler Yeats: “No hubiera dado un penique por esa canción”.
Orlando Barone: “¿Cuál?”. Juan García Ponce: “La errancia sin fin”. Salvador Elizondo: “El rito es nada más mirarlo”. Novalis: “Yo me vuelvo hacia la noche secreta”. Martin Heidegger: “La medianoche del mundo”. Sor Juana Inés de la Cruz: “Hombres necios”.
Alejandra Pizarnik: “No más inercia bajo el sol”. Stéphane Mallarmé: “Si quieres nos amaremos”. Edgar Allan Poe: “Nunca más”. Gabriel Zaid: “¿Habías vuelto a ver pájaros?” (cabe señalar que algunos autores aún no muertos ingresan a la verandah por vía onírica). Mario Benedetti: “El loro de Flaubert… la paloma de Picasso”. Rubén Darío: “El pájaro azul”. María Luisa Bombal: “Collar de aves”.
Mario Benedetti: “La asamblea anual de la Fauna Artística y Literaria fue convocada, en primera citación, a las 20 horas, y en segunda a las 21, pero sólo se logró el quórum necesario en el segundo llamado.
Francisco de Quevedo: “Chitón”…