SEGUNDA DE TRES PARTES
El ‘Greek Theatre’ está enclavado en el parque Griffith, en la colina del Observatorio Griffith, famoso por haber presenciado a James Dean actuando en Rebelde sin causa. Rodeado de árboles, el Greek es un anfiteatro que alberga a unas cinco mil personas y que tiene problemas graves de personalidad.
Tanto pueden presentarse bandas como The Decemberists y Hot Chip o irse al extremo y presentar a Gloria Trevi o Polo Polo. El concierto empezará a las 8 y algo. La banda telonera, Lucius, un dúo de aburridas hermanas, acompaña a que la noche comience a bajar su lento telón. A las 8:30, Colin Meloy y su banda aparecen. Colin sería el estereotipo de cualquier ‘hipster’, si uno se lo encuentra en un bar, comprando café orgánico o caminando por la calle: barba abundante pero bien recortada, lentes (por leer mucho), el corte de cabello con la de del 2 por los costados y abundante en la parte superior… vistiendo un traje sin corbata y con una copa de vino.
Así se presenta el treintañero de Portland. Solo él y su guitarra comienzan el show, cantando una satírica canción que habla de esa devoción que tienen los cantantes (pop) hacia sus fans, a tal grado que anuncian shampoo y lo ‘hacen por ellos’, por los fans. Algunos reímos. Es un buen comienzo y la noche tendrá risas garantizadas. Los que ven el concierto al fondo del Greek (o parte trasera), son los fans por los que más se preocupa Meloy: ¿no los ha atacado ningún oso? ¿O algún jaguar? La gracia y carisma parecen no pertenecer a su físico: su pecho no se agita, prácticamente no ríe pero dice muchas bromas; Colin es una exacta combinación entre cantante, autor y comediante. El concierto sigue el tono esperado de su título más reciente: Qué mundo tan terrible, Qué mundo tan hermoso. La artisticidad de The Decemberists no florece solo en el escenario, en la música, en la infinidad de instrumentos que tocan.
Tiene presencia desde antes, desde la mesa de productos donde uno puede comprar la playera que lo presume haber estado en ese concierto… o un contado número de posters realizados a mano; de esta orgullosa artisticidad (artisticidad de a deveras, no de la que hablaba Kanye West) viene la obra de Nate Duvall a crear este póster:
Y por supuesto, compré mi póster como recuerdo.
Hacia las 9 llega el primer momento cumbre de la noche. La canción es Crane Wife, partes 1, 2 y 3. Un tríptico obscuro y fantástico, basado en cuento japonés que cuenta la historia de un hombre que se encuentra con una grulla. Después de curarla, un día aparece una mujer misteriosa, con la que finalmente se casa. La mujer comienza a hacer ropa que él puede vender, con la condición de que él nunca la vea trabajar. Un día el hombre abre la puerta y descubre que su esposa es la grulla. El encanto se rompe y la grulla se va, volando. En vivo hay canciones que se vuelven legendarias y Crane Wife es una de ellas. Los Angeles I’m yours (Los Ángeles, soy tuyo) es otro de sus ‘highlights’. Inevitable cantarla. Inevitable también no hacer el comentario sobre la «encantadora, encantadora» ciudad en la que vivimos. No conozco Portland, pero me imagino que es un poco más encantadora que L.A. Menos mal que aquí en el Greek, por unas horas, podemos alejarnos del estrés del asfalto, de ir en uno de los 321 mil coches que cruzan por la 101 casi diariamente. Sin embargo, la canción habla de cómo se rinde uno ante una ciudad. Paradoja. ¿Cómo se apropia una ciudad de alguien? ¿Qué hacen las ciudades para que se conviertan en canciones?
El concierto prácticamente termina a las 10:00 pm. Sé que no puedo irme aún. Sé que tienen que cantar la gran canción, el gran final. The Decemberists vuelven por el ‘encore’ y por fortuna me puedo zafar de mi cómodo pero aburrido asiento. Abajo hay un pasillo donde algunos asistentes han visto el concierto de pie. Claro, si así es como se debe ver un concierto: bailando, brincando, cantando. Así, después de regresar con aplausos y tocar 12/17/12… llega el gran finale: The mariner’s revenge song. Si bien la historia suena fantástica y trágica, el performance de los Decemberists ha roto con ese tono trágico y fabulesco.
Antes de iniciar la canción, piden al público qué, ante cierta señal, todos griten como si estuvieran siendo atacados por una ballena. Si es que no han sido tragados por un oso, claro. (Aquí un video de su performance en Londres, dentro de la misma gira, aunque en Los Ángeles hubo una ocurrencia más linda que los londinenses se perdieron: los hijos de Colin aparecieron con una ballena).
El público, por supuesto, responde con gritos. El coro responde, todos hemos sido engullidos por la ballena. Todos cantamos como si fuéramos a bordo de ese barco. Mi corazón deja de latir, relajado al fin. Uno de mis pocos sueños musicales se ha cumplido. Colin Meloy se despide y yo me echo a correr para alcanzar a escuchar lo más que pueda de otro de mis sueños musicales: los Manic Street Preachers o Los predicadores de la calle maníaca.
PRIMERA PARTE: LA NOCHE DIVIDIDA: EL SERVICIO POSTAL Y CHARLES BUKOWSKI