Que dizque Chico Che anduvo con The Ventures, no hay nada comprobado, todo es una leyenda urbana pero ni falta que le hizo ese punto en el currículum para llegar a ser, en su tiempo, uno de los más grandes exponentes de la música popular al lado de Rigo Tovar, Acapulco Tropical y toda esa ola de agrupaciones que aún ahora siguen haciendo las delicias en las fiestas guapachosas.
Pero no sólo eso, sino que aún ahora, entre un sector amante del kitsch nacional, se ha alzado una especie de culto; lo malo es que ese culto no es en torno a su música, salvo dos o tres canciones que todos conocemos, sino alrededor del halo místico del personaje, ese provinciano de habla franca y música bullanguera: la representación de lo que siempre menospreciaron y ahora revaloran. Ni modo, así es la hipsteriza y mientras no se apropien de mis Broncos de Reynosa podemos llevar la fiesta en paz.
El caso es que el pasado 7 de diciembre Chico Che habría cumplido 69 años de edad pero, como a los grandes, la muerte lo requirió demasiado pronto, y a veces pienso que es mejor así, que se vayan cuando están en lo alto de sus carreras, no cuando aquello se vuelve lastimoso, casi ridículo, recordemos que no todos saben envejecer con dignidad.
Digo, prefiero al José José de hace 30 años que al de ahora, y no, no me imagino a Pedro (¡Pedrito!) Infante viejo. Y es que si escuchamos con detenimiento la música de Chico Che desde aquel primigenio Mi cafetal (1974) veremos que en realidad a lo largo de dos décadas no nos quedó a deber nada, que fue un artista completo, íntegro e integral, que no se conformó con la fórmula de la cumbia, sino que siempre fue más allá, mezclándola con el rock, con el folclor sudamericano (la muestra perfecta de ello es Camino a La Chontalpa, en el maravilloso Cañón, de 1979), el bolero y el son.
Incluso entre sus cumbias hay diferentes estilos que hacen ir del corazón de México a las montañas de Perú y Bolivia, sin contar que en Qué culpa tiene la estaca (1980) hay una agradable versión de La tertulia, aquella indispensable del maestro Chava Flores. En cuanto al folclor sudamericano, resulta verdaderamente buena la versión que en Las pelotas (1982) hizo de El arriero, de Atahualpa Yupanqui, un tema que en sí mismo encierra una gran belleza.
¿Sabría Chico Che lo que se estaba augurando cuando le puso a su grupo el nombre de La Crisis? Y es que en aquel lejano 1972, en pleno echeverriato y con todas las convulsiones sociales que se vivían, lo más palpable, entonces como ahora, era la crisis, esa perra cabrona con la que hemos de lidiar siempre, con la que batallaron nuestros padres y que para nosotros no es nueva, entonces hemos de aprehenderla, hacerla nuestra y jinetearla hasta bailar con ella.
Así, mexicanos al fin, tomamos nuestras pequeñas y grandes desgracias y las cantamos, las bailamos y terminamos burlándonos de ellas, a final de cuentas, si me preguntas si me duele, te contestaré que sólo cuando me río. Y es que ante los problemas muchas veces no hay más que cantar, no para lamerse las heridas con un rictus de autocompasión al estilo de Vicente Fernández, sino como soberano corte de mangas a las broncas que nos agobian, como diciéndoles “no pasarán”, y por eso dicharacheros encantadores como Chico Che, Chava Flores o Lalo Guerrero son tan queridos, tan entrañables, porque no necesitamos que nos digan lo jodidos que estamos, eso ya lo sabemos, sino que nos digan que lo importante es que tenemos salud.
Quizá por ello es que sin haber sido propiamente un músico virtuoso, sin que en La Crisis hubiera muchos solos apabullantes (el de clarinete en Soy campesino, en Pobrecito mi cigarro, de 1981, es imperdible), sin una gran voz, la franqueza de Chico Che se impone al paso del tiempo, y por eso su música no tiene falsas pretensiones. Hizo lo que le dio la gana y cantó lo que le gustó, tocó lo que le nació, llegando al grado de, en Ya no hay Beatles, cantar que La Crisis es mejor que The Beatles y The Rolling Stones (quizás él lo dijo de guasa pero yo sí lo creo).
Pero claro, hay temas que han hecho de Chico Che un inmortal de la cumbia en México y no se puede entender el sentido chilango-bullanguero sin Quen pompó, El restaurantito, De quen chon y todos esos temas que ya forman parte de una mexicanidad, de las muchas que hay, ávida de baile y desmadre, de bailar con La Crisis a pesar de la crisis, a final de cuentas todo se resume alzando los hombros y arguyendo qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta.
Así, en tanto que no sabemos quén pompó ni de quén chon, también habríamos de preguntarnos qué será lo que quiere el negro. Salud y que el cántico sea nuestro porvenir.