Por Héctor Dimas
Hace años, el cronista de futbol, Christian Martinoli, apuntó que las barras, o grupos de animación, son la piel del estadio; pintorescas y festivas comparsas que visten con banderas, trapos (mantas) y bengalas las gradas de los templos del balompié mundial.
Es una experiencia exquisita tener la posibilidad de presenciar un espectáculo como sólo las barras en el estadio lo pueden llegar a ofrecer, un auténtico carnaval que eriza pieles y emana cierta magia.
Sin embargo, a lo largo de los años han acaecido situaciones adversas y trágicas que manchan el colorido folclor de los mencionados grupos alrededor del planeta, circunstancias que han terminado en asesinatos, factor que coloca en el ojo del huracán a los hinchas o barrabravas, estos últimos, aficionados radicales del equipo.
Dentro de tanto trapo, humo y fervorosos cánticos, se esconde un mal que convalecen las barras. Estas asociaciones están a menudo, mucho muy a menudo, relacionadas con narcotráfico, corrupción, delincuencia, extorsiones y homicidios. Un gran porcentaje de sus integrantes (barristas) son individuos socialmente marginados, personas a quienes les seducen las prácticas referidas y que de causa sucinta pueden llevar a cabo.
Gustavo Grabia, editor del diario deportivo en la Argentina, ‘Olé’, además de ser un amplio conocedor del balompié argentino, es un experto en las barras locales. En una entrevista para el periodista español Jon Sistiaga, Grabia sostuvo que los barras son “mercaderes del aliento”, puesto que muchas veces están coludidos con las esferas políticas y gubernamentales: “están organizados como una organización mafiosa”. Quitan y colocan tanto jugadores como directores técnicos.
El 24 de noviembre pasado se iba a disputar el juego de Vuelta de la Final de la Copa Libertadores, entre River Plate y Boca Juniors, uno de los derbis más importantes de todo el mundo, que a título personal, sólo después del Barcelona-Real Madrid.
El partido no se jugó. El motivo: Boca, al dejar su concentración para dirigirse al Estadio Antonio Vespucio Liberti, mejor conocido como ‘El Monumental’, y casa del Club Atlético River Plate, su autobús fue agredido por hinchas del Millonario en las inmediaciones del inmueble. Algunos jugadores sufrieron daños, quizá el mediocampista Xeneize, Pablo Pérez, fue el que más. El capitán del conjunto visitante sufrió cortes en un brazo y fue lesionado de su ojo izquierdo cuando estallaron los cristales del ómnibus. Por eso, el ex jugador de Newell’s Old Boys debió ser trasladado al Sanatorio Otamendi.
El médico Alejandro Weremczuk, que lo atendió en dicho centro de salud, confirmó más tarde que Pablo Pérez sufrió una «conjuntivitis química, erosión conjuntival inferior» y que se encontraba «molesto». «Me siento dolido porque esto tenía que ser una fiesta y parecía que era una guerra», expresó el futbolista al salir del vestuario y retirarse del estadio.
Tres días después, y luego de una reunión en Luque, Paraguay, entre Alejandro Domínguez, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), Rodolfo D’Onofrio y Daniel Angelici, presidentes de River y Boca, respectivamente, acordaron la nueva fecha para la disputa de la final de la Copa Libertadores 2018.
De acuerdo con el fallo de la Conmebol, el partido entre el Millonario y el Xeneize se jugaría el sábado 8 o el domingo 9 de diciembre, en horario y sede a definir, el anuncio incluía un detalle: “será fuera de Argentina”. Se especula que podría jugarse en Asunción, Paraguay. Finalmente, el portal ibérico ‘El País’ reveló que se disputaría el 9 de diciembre en Madrid, en el Santiago Bernabéu.
Durante muchos años en México prevaleció el asistir al estadio a “echar porras”, que no pasaban de mentadas de madre al árbitro o a la escuadra visitante, sentarse aficionados de equipos rivales juntos, hasta que al final de la década de los 90 comenzaron a “argentinizarse” los hinchas más jóvenes, los más inestables, los más volátiles.
Surgió “La Ultra-Tuza” en Pachuca, “La Monumental” del América, “La Adicción” en Monterrey, “Libres y Lokos” de la UANL, “La Rebel” de Pumas, por mencionar algunas, mismas que adoptaron toda la parafernalia de las barras argentinas o sudamericanas, y como en todo, también todo el mal que acarrean se imitó a la perfección.
La Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) supo actuar a tiempo. Hace más de 10 años prohibieron la entrada de trapos o mantas alusivas a los barrios y que arengaban pandillerismo marcando territorios. Comenzaron a negar la entrada con banderas, específicamente los palos, así como también bengalas y artefactos pirotécnicos.
Las barras, lastimosamente, y pese al gran colorido que le brindan al futbol, son semilleros de la delincuencia, trampolines invariables del hampa y demás males que aquejan a la sociedad, que debieran, en teoría, estar lejos de una actividad lúdica como el futbol. Imposible.