Omar Arriaga Garcés
De acuerdo al Refranero mexicano, de Herón Pérez Martínez, el dicho “algún día mi gato comerá sandía” es una simple variante de la expresión popular “algún día”, aunque no tan simple como para que su sentido y tendencia al barroco, propio de la cultura mexicana, no se pongan de manifiesto, lo que denota la rima en esta frase que persigue “el sólo sonido estupendo”, si hemos de hacer caso al compilador de los refranes.
Mucho se ha discutido sobre la excelsitud del barroco mexicano en comparación a la pobreza de algunas expresiones artísticas traídas desde distintas latitudes e injertadas artificialmente en nuestra cultura que, por esta misma razón, parecieran no terminar de encajar ni de ser aceptadas, con lo que, además de quedar fuera de contexto, afearían el conjunto y su presencia carecería de justificación plena.
En uno de los últimos capítulos de La ruta de Hernán Cortés, esta impresión es la que Fernando Benítez tiene de ciertos retablos supuestamente barrocos, mas importados desde Europa (quizá desde Barcelona, escribe) e insertados a lo largo y ancho del país. Con todo, parafraseando a Benítez, luego ya ni siquiera sería un “falso barroco” el invasor de las iglesias de México, sino un neoclasicismo ajeno a su respiración. Esto en el siglo XIX.
Actualmente, un caso ejemplar de la inserción de elementos impropios a ese barroco mexicano es el que sufren muchos monumentos arquitectónicos al ser restaurados, ya que como describe George Steiner en uno de sus libros, la piedra con siglos de existencia pierde con las remodelaciones sucesivas parte de su majestad, adquiriendo un burdo resabio a lupanar y luces de neón.
Ahora bien, dejando de lado el hecho de que sistemáticamente dicho patrimonio arquitectónico esté perdiéndose ¿qué hay en la sangre, el suelo y la mente de México para que el barroco haya sido el vehículo más apropiado a su conformación? Unas palabras de la poeta Leonarda Rivera en una charla de café es instructiva para tales fines.
Tras referir que el “barrueco” en Portugal tuvo como causa el miedo que suscitaba el espacio vacío, Leonarda contó cómo la nobleza española, antes de ser embestida por las fuerzas de Inglaterra y Francia, y ante la inminencia de la derrota, tuvo a bien gastar fuertes sumas de dinero en la fiesta patronal de Santiago Apóstol, a pesar de que el panorama no estaba para celebraciones. Es decir, frente al escenario de la guerra y una más que posible rendición, la gente se dedicó a festejar.
De este modo y con eso que fue dado llamar mestizaje, tal barroquismo vino ya no sólo a formar parte de España, sino de México. Es ese el sentido del refrán que intitula esta serie de pequeños textos, mediante los que se busca una anestesia contra el vacío que desde los cuatro puntos cardinales amenaza con abatirnos.
Ojalá alguna vez nos sea dado al conjurar el miedo, llenar este pequeño espacio no sólo con el sonido de las palabras, sino también con su sentido. Ojalá y algún día. Algún día.