Con Annette (2021), la más reciente película de Alexandre Dupont, mejor conocido como Leos Carax, inician las actividades del 19 Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). La coproducción mexicana tuvo su estreno en Cannes, en donde además de ser la cinta inaugural, se alzó con el premio a la mejor dirección. La obra que marca el regreso a las pantallas de Carax después de Holy motors (2012), tendrá una corrida limitada en salas mexicanas y formará parte de la programación de Mubi a partir del 26 de noviembre.
No es un cineasta muy prolífico, pero con apenas media docena de largometrajes Léos Carax ha sido capaz de dotar de un carácter distintivo a cada uno de ellos. Annette remite a las complejas relaciones de pareja de sus tres primeras producciones, en ese sentido, parece más cercana al amor doliente de Los amantes del Pont-Neuf (Les amants du Pont-Neuf, 1991), al tiempo que se aleja del entusiasmo casi adolescente de Chico conoce chica (Boy meets girl, 1984).
En esta ocasión la pareja protagónica luce francamente desigual. Henry (Adam Driver), es un comediante que fascina a su público por medio de sus presentaciones cargadas de agresividad y autocomplacencia. Mientas que Ann (Marion Cotillard), es una delicada y exitosa cantante de ópera. De este amor, puntualizado a cada tanto por los noticieros de la farándula, nacerá la pequeña Annette, una niña-muñeca que irá desarrollando su misterioso don mientras se descompone, de la peor manera posible, el matrimonio de sus progenitores.
Parece una historia simple, pero Carax se encarga de complicarla. El hecho de que sea un musical sin diálogos (cada frase es entonada por los actores) y en donde Annette, la niña del título, es literalmente una muñeca de madera articulada, son situaciones que por sí mismas exigen cierta predisposición del espectador. ¿De dónde viene esta faceta musical de Carax? Es la cristalización de una idea previa que se sumó al guion del dueto musical californiano Sparks. De hecho, fueron los músicos Ron y Russell Mael quienes subieron al estrado de Cannes a recibir el premio en nombre del director.
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Es la primera película del cineasta hablada (o mejor dicho cantada) completamente en inglés. La historia se desarrolla en Los Angeles, donde dos figuras opuestas del mundo del espectáculo sufren los embates de los paparazzi y la prensa rosa. El monstruo del espectáculo cobra otra víctima cuando una niña encabeza el entretiempo del Hyperbowl. Ese sería su acto final, después de que su progenitor dirimiera mediante asesinato una disputa de paternidad.
Carax acompaña a sus personajes con complejos juegos visuales (el bosque que se abre detrás de un escenario teatral), una elaborada epopeya náutica, así como con referencias a los cuentos clásicos (Ann como la Blancanieves con su manzana y el muñeco de madera que cobra vida como en Pinocho), sin dejar de lado el neón verdoso característico de su película anterior.
Es la historia de un hombre frustrado que no sabe manejar la paternidad ni los celos profesionales, provocando en el camino la muerte de su pareja. Se intuye que hay algo muy personal cuando en la secuencia inicial el propio Carax pide a su hija Nastya que se acerque para observar el espectáculo que está a punto de comenzar. Hay que recordar que la actriz Yekaterina Golubeva, madre de Nastya, y en ese entonces pareja de Carax, se suicidó en 2011.
A diferencia de Holy motors, lo nuevo del cineasta francés divide opiniones. Y es que Adam Driver no es Denis Lavant reinventándose cada veinte minutos. Pero la emotiva secuencia que abre la película nos invita a seguirlo, embelesados, recorriendo el amor y posterior enfrentamiento entre dos personalidades opuestas que termina en tragedia, para cerrar con el amargo reclamo, no sin justa razón, de una niña marioneta.