Por Armando Casimiro Guzmán
A pesar de contar con una nominación a los premios Oscar en el rubro de Mejor vestuario, Anónimo (Anonymous, 2011), la nueva producción del apocalíptico Roland Emmerich, tuvo una exhibición muy limitada en nuestro país. Para el caso específico de nuestra ciudad, se exhibió únicamente en los complejos Cinemex.
William Shakespeare ha sido uno de los autores más importantes en la historia de la literatura, con obras del tamaño de Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta, Macbeth… el dramaturgo británico ha sobrevivido hasta nuestros días y sigue representándose con la misma fascinación con que se hacía hace casi 400 años. Sin embargo, dada la magnitud de la obra de Shakespeare, hay quienes dudan que tremendo acervo haya sido obra de una sola persona. Si a esto sumamos que casi todos los retratos del escritor que se conocen son apócrifos y el poco conocimiento que se tiene de su vida personal, tenemos los elementos suficientes para empezar a armar una teoría de conspiración. Y Justo es eso lo que intenta la nueva película del cineasta de origen alemán, quien, como dato curioso, financió toda la película para evitar la intromisión de los estudios.
Anónimo cuenta la historia de Edward de Vere, un erudito miembro de la nobleza británica, que imposibilitado por su posición social se ve obligado a mantener ocultas las obras que ha escrito a lo largo de su vida. Finalmente, harto de la situación y en complicidad con un dramaturgo de poca monta se propone dar a conocer sus trabajos, el escritorzuelo a su vez es timado por un actor analfabeta que se apunta como el autor, su nombre: William Shakespeare.
La historia es en sí misma ya es bastante complicada. Pero al enredo sobre la autoría intelectual de las obras se suma una especie de complot palaciego para minar el poder de la reina Elizabeth I. Detalle que resultará exasperante para los espectadores menos pacientes. Pese a todo, la película tiene algunos aspectos interesantes, no solo en los aspectos del vestuario y la ambientación, también la actuación de Rhys Ifans (como Edward de Vere) y de Vanessa Redgrave como la reina Elizabeth I son para destacar.
Roland Emmerich no tiene antecedentes notables, con películas muy malas de destrucción masiva como 2012 (2009), El día después de mañana (The day after tomorrow, 2004) y Godzilla (1998), ahora se propone destruir la reputación de Shakespeare (al menos eso dijo el vocero de una asociación que preserva el legado del autor). Pero no es para tanto, dada la complejidad de la trama, Anónimo parece solo una especie de rompecabezas cuyas piezas no encajan del todo bien. No obstante, si uno no se pone exigente y se deja llevar por el discurso planteado, puede resultar un producto entretenido y hasta disfrutable.
Después de haber formado parte del Festival Internacional de Cine de Morelia y de la Muestra de Cine, se exhibió por tercera ocasión en nuestra ciudad la nueva película del prolífico realizador finlandés Aki Kaurismaki, Le Havre (Le Havre, 2011), que luego de su exitosa presentación en Cannes ha venido recogiendo reconocimientos en los numerosos festivales donde ha sido presentada.
Le Havre toma su nombre del puerto francés donde se desarrolla la historia, Kaurismaki retoma veinte años después al personaje de Marcel Marx (André Wilms), protagonista de La vida bohemia (1992), un escritor venido a menos que ahora se dedica a lustrar botas en las calles, en la estación del metro o cualquier otro lugar donde la policía no lo moleste. En una ocasión Marx, es testigo de la captura de unos inmigrantes africanos que intentaban ingresar de manera ilegal al país, todos son deportados a excepción de un adolescente, que se convierte en su protegido mientras es buscado por un tenaz inspector de policía.
Kaurismaki retoma ese humor lacónico habitual en sus filmes, los personajes inexpresivos y casi inmóviles resultan inmejorables para evitar el tremendismo en el que comúnmente se cae al hablar de un tema tan complicado como la migración. La historia es una especie de cuento de hadas, los colores fuertes y brillantes acentúan la sensación de irrealidad que permea toda la película. Cantantes de rock, tenderos, migrantes, boleros… no es nada nuevo que el cineasta finlandés utilice personajes marginales y desposeídos, pero en esta ocasión lo hace con un encanto y una gracia de la que había carecido en otros trabajos como Luces al amanecer (Laitakaunpungin valot, 2006).
Pese al pesimismo habitual que tiene Kaurismaki respecto a la humanidad en general, Le Havre es una película amigable y solidaria, un trabajo que desde los primeros minutos desarma al espectador con su sencillez y honestidad. Este es sin duda, el mejor punto de entrada a la interesante filmografía del cineasta, de quien son imprescindibles El hombre sin pasado (Miesvailla menneisyyttä, 2002) y Vientos de cambio (Kauas pilvet karkaavat, 1996).
Como parte de la sección Ambulante 3D de la gira de documentales del mismo nombre, se presentó La cueva de los sueños olvidados (Cave of forgotten dreams, 2010), del cineasta alemán Werner Herzog, que con este trabajo entra de lleno y con mejor fortuna que su compatriota Wim Wenders (quien presentó Pina en el mismo formato) a este terreno aún novedoso de la tecnología de tercera dimensión aplicada a los documentales.
En 1994 un grupo de espeleólogos franceses descubrió en el sur de Francia una cueva perfectamente preservada por más de 20 mil años. La gruta tomó el nombre de uno de sus descubridores, Chauvet y es famosa por contener la pinturas rupestres más antiguas de las que se tiene conocimiento (se calcula una edad de 32 mil años para las impresiones más antiguas). En 1940 tuvo lugar un descubrimiento similar en Lascaux, se permitió el acceso al público pero el dióxido de carbono producido por los más de 1200 visitantes que se recibían diariamente, dañó las pinturas hasta que finalmente las autoridades decidieron cerrar la cavidad en el año de 1963. Conociendo la importancia cultural de Chauvet, el gobierno francés decidió restringir el acceso a unos pocos científicos. Debido a su insistencia, Herzog obtuvo un permiso limitado para filmar dentro de las cavernas y examinar a detalle las extraordinarias obras de arte pintadas en sus paredes.
El documental saca el máximo provecho de la tecnología de tercera dimensión, recurso más que acertado dada la sinuosidad de los interiores de la cueva. Paso a paso, La cueva de los sueños olvidados nos muestra la impresionante colección de leones, rinocerontes y caballos, que se suman a las marcas de manos, el pubis de una mujer y las huellas de un niño como los únicos elementos humanos del conjunto. Herzog complementa el filme con una serie de entrevistas a paleontólogos, arqueólogos, artistas y buscadores de pinturas rupestres que reflexionan sobre la vida en la tierra hace más de treinta mil años.
Esta película se suma a la imprescindible lista de trabajos documentales del realizador germano: Mi mejor amigo (Mein liebster feind, 1999), Grizzly man (2005) y Mundo remoto, salvaje y azul (The wild blue yonder, 2005). Cabe hacer mención que éste último también formó parte de la selección de Ambulante en este 2012.
Fue asombroso ver una sala llena para presentar el más reciente trabajo de Herzog (había gente hasta en los pasillos). A pesar de los miles de años transcurridos, la cueva de Chauvet nos demuestra la imprescindible necesidad de la comunicación de los seres humanos, sin importar la época ni el lugar. Las pinturas son muy detalladas, algunas de ellas dan incluso la sensación de movimiento, tienden sin proponérselo, un puente entre el pasado y el presente. La cueva de los sueños olvidados no solo por haberse filmado bajo tierra, es una obra profunda, misteriosa y completamente absorbente.
Dentro de la sección Observatorio del mismo Ambulante se presentó el más reciente trabajo del neoyorquino Errol Morris, Tabloide (Tabloid, 2010), que muestra la reacción de la prensa sensacionalista británica al caso conocido como “el mormón encadenado”, que tuvo lugar en la década de los setenta en Inglaterra y que causó revuelo por su extravagancia.
Treinta años antes de que Britney Spears y Lindsay Lohan llenaran con sus estupideces las planas de los tabloides de todo el mundo, tuvo lugar este peculiar caso que acaparó durante varios meses la atención de los medios. La protagonista del escándalo fue una ex Miss Wyoming de nombre Joyce McKinney, hermosa, rubia y millonaria, con cociente intelectual de 168, pero más loca que una cabra.
Joyce McKinney vivía obsesionada con un joven llamado Kirk Anderson, que luego de un tiempo de noviazgo se hizo misionero mormón y se fue a vivir a Inglaterra. Pensando que a su amado le habían hecho un lavado de cerebro, la novia despechada armó una peculiar pandilla para recuperarlo, contrató un detective privado, un piloto y reclutó a uno de sus tantos admiradores para llevar a cabo su propósito: secuestrarlo y tener sexo con él hasta hacerlo recuperar la conciencia.
La cuadrilla pronto se desbandó y únicamente quedaron Joyce y su amigo. Armados con una pistola y un frasco de cloroformo, secuestraron al misionero en Londres y lo llevaron a una alejada cabaña donde pasaron un delirante fin de semana. Tiempo después, Anderson alegó que todo ese tiempo lo habían encadenado a la cama y su ex novia lo había violado, rompiendo así sus votos sagrados como miembro de la comunidad mormona.
El caso pronto tomó interés para los diarios sensacionalistas del Reino Unido y desató un enfrentamiento formal entre The Daily Mirror y The Daily Express, que peleaban palmo a palmo por cada uno de los detalles de la peculiar historia. La pareja de secuestradores pronto escapó a los Estados Unidos (con pasaportes falsos, fingiendo ser sordomudos). Al poco tiempo se descubrió el origen de la fortuna de Joyce, quien tenía una larga carrera en el mundo de la prostitución y a pesar que ella lo negó, un acervo de cientos de fotografías sirvió para atestiguarlo.
Morris armó el documental a partir de entrevistas realizadas a una jovial Joyce McKinney, quien al parecer sigue creyendo que no hizo nada malo, así como a los redactores de los diarios británicos y los miembros de la pandilla. Anderson, el mormón violado declinó participar en el filme y el cómplice de Joyce murió unos años atrás, por lo que fue imposible tomar su versión de los hechos.
Morris no es ningún novato, ya tiene en su haber varios muy buenos documentales, incluso ganó un Oscar por La niebla de la guerra (The fog of war, 2003), elaborado con una serie de entrevistas con el ex secretario de Estado norteamericano Robert McNamara. Tabloide es un trabajo intenso, divertido y superficial, con cierto aire de sensacionalismo, pero sale adelante gracias al gran oficio del director, quien consigue capturar la personalidad caótica de McKinney. Sin trabajos y en apenas noventa minutos logra condensar esta historia tan obsesiva, compleja y descabellada.