Armando Casimiro Guzmán
Después de su paso aceptable en la ceremonia de entrega de los premios Oscar (con todo y caída de Jennifer Lawrence al momento de recibir su estatuilla), llegó el sexto largometraje del neoyorquino David O. Russell, Los juegos del destino (Silver linings playbook, 2012), una comedia romántica que sale de la norma y que ha tenido un desempeño fenomenal en la cartelera norteamericana. Basada en la novela Un final feliz del escritor estadounidense Matthew Quick (publicada en español por De Bolsillo y reeditada recientemente con el título de El lado bueno de las cosas).
El título original en inglés hace referencia al dicho popular “Every cloud has a silver lining”, frase que se usa para destacar que siempre es posible encontrar esperanza ante una amenaza en ciernes. Un dicho que podría aplicarse al optimista Pat, un profesor de historia que acaba de salir de una institución mental por atacar a golpes al amante de su esposa. La actitud positiva que intenta mantener para recuperar el amor de su ex mujer se viene abajo cuando conoce en una cita arreglada a Tiffany, una joven viuda que encuentra en las relaciones sexuales aleatorias un desahogo a sus problemas.
David O. Russell, un director egresado del cine independiente (resultó ganador en Sundance con su ópera prima), aprendió tras el fracaso de los detectives metafísicos de Extrañas coincidencias (I heart Huckabees, 2004) una manera de acercarse al gran público con el uso de personajes marginales, como el caso del boxeador emergido de una familia pobre e ignorante en El peleador (The fighter, 2010). El cineasta vuelve ahora con la historia de amor de una pareja de jóvenes inadaptados cuyo punto en común es que ambos padecen desórdenes mentales, un tema que debe resultar familiar para el propio Russell debido a que su hijo padece trastorno bipolar.
Los juegos del destino es una comedia de humor ácido que traza con soltura la personalidad de sus protagonistas: Bradley Cooper como el obsesivo y desesperante esposo engañado que sale a correr con una bolsa de basura puesta sobre la ropa, y por supuesto, Jennifer Lawrence que hace que la película gire en torno a ella, persiguiendo por las calles a su nueva conquista, y recitando de memoria los resultados de los encuentros de futbol americano de los Eagles de Filadelfia. Mención aparte merecen las secuencias de baile donde luce verdaderamente espectacular. Aunque el final es previsible y se ajusta sin problemas a las convenciones de la comedia romántica, es un filme que tiene los elementos suficientes para sobresalir en un género que se caracteriza por su escasa innovación. No descubre el hilo negro, ni es visualmente impresionante, pero este romance desencajado; agrada, funciona y desde un inicio cumple lo que promete. No podemos pedirle más.
Aunque previamente se había presentado como función inaugural de la más reciente edición del FICM, es recién ahora, casi cinco meses después y gracias a la nominación que obtuvo para los premios Oscar que llega a la cartelera No (2012), la última parte de la trilogía iniciada con Tony Manero (2008), seguida de Post mortem(2010), un grupo de cintas que analizan desde diferentes ángulos las implicaciones que tuvo la dictadura de Pinochet en la sociedad andina.
En 1988, después de quince años de dictadura militar, el gobierno de Augusto Pinochet convocó a un plebiscito para que el pueblo chileno decidiera si continuaba otros ocho años en el poder. Los partidos de oposición se aglutinaron en la Concertación de Partidos por el No, que adoptaron el arcoíris como símbolo de rechazo al régimen militar. Por primera vez en la historia chilena se realizaron “franjas televisivas” de 15 minutos en donde se permitía a ambas posiciones políticas exponer sus ideas. La película de Pablo Larraín se centra en la campaña publicitaria de quienes invitaban a votar “No”, una maniobra que buscaba la unión de todos los espectros políticos opositores, y el deseo optimista de un futuro mejor, opción que a la postre resultaría triunfadora y marcaría el inicio del fin del mandato de Pinochet.
No, es el proyecto más ambicioso a la fecha de Pablo Larraín, donde retoma mucho metraje de archivo y lo inserta de manera acertada en el filme. El director utilizó una cámara ochentera para darle una textura de formato antiguo de televisión de escasa definición. El recurso de cámara en mano le da también un aire casi documental (en ocasiones los actores salen de cuadro y se siguen escuchando los diálogos), técnicamente es un gran trabajo, tal vez hasta provocó nostalgia a quienes vivimos ese momento de la historia (por ejemplo, recordando la comercialización de los primeros hornos de microondas).
Sería interesante saber las razones por las que Larraín eligió a Gael García para interpretar al publicista René Saavedra, personaje inspirado en una de las muchas personas que participaron activamente en la campaña, el mexicano lo hace bien pero su acento chileno resulta ininteligible en buena parte de la película. Su contraparte, Alfredo Castro, quien protagonizó los anteriores filmes del director andino, en esta ocasión tiene un personaje de menor intensidad que el fanático imitador de John Travolta, que vimos en Tony Manero.
No es un filme para todos, resultará inaccesible para quienes no tengan el mínimo interés en la historia chilena reciente, y poco disfrutable para quien espere ver un filme en alta definición en vivos colores. Pero para los más pacientes, No resultará un buen thriller político en el mejor estilo de Costa-Gavras, además nos demuestra que hay muchas maneras de presentar un tema serio con compromiso y rigor.
La mayor apuesta de la Casa Disney para el inicio de la temporada primaveral es Oz, el poderoso (Oz the great and powerful, 2013), decimoquinto largometraje del estadounidense Sam Raimi, que tiene esperanzas de recaudar mucho más de los doscientos millones de dólares que costó producirla.
La obra del escritor estadounidense Frank Baum, El maravilloso mago de Oz (existe una buena edición de Losada) fue publicada con gran éxito a principios del siglo XX. Las altas ventas de la novela de Baum incentivaron la creación de otros trece libros con los mismos personajes. Dichos trabajos, a pesar de contar con una amplia difusión en su tiempo, no son tan conocidos como el material que les dio origen. A pesar de las innumerables adaptaciones para cine, teatro y televisión, la obra de Baum es conocida sobre todo por la versión que dirigió Victor Fleming, a finales de los años treinta con Judy Garland en el papel estelar (Wizard of Oz, 1939). Esta obra ha dado pie a una serie de rumores, como la supuesta misteriosa muerte de varios de sus protagonistas, o que el disco The dark side of the moon de Pink Floyd se empalma de manera perfecta al reproducirlo de manera simultánea con la película.
Desde hace tiempo los ejecutivos de Disney venían pensando en la manera de sacar provecho económico a las novelas menos conocidas de Baum. Se pensó incluso en hacer una nueva versión del clásico de Victor Fleming, pero al final se optó por recrear el origen del embustero ilusionista. El proyecto se le confió a Sam Raimi, quien acostumbra alternar grandes trabajos por encargo como la trilogía de Spider-Man (2002-2007) con pequeñas películas de corte más o menos independiente como la delirante Arrástrame al infierno (Drag me tohell, 2009).
Oz el poderoso comienza en una pobre feria de pueblo en donde el egocéntrico y torpe aspirante a mago, Oscar Diggs, es perseguido por un furioso esposo engañado, por lo que debe huir en globo en pleno tornado, nada menos que en el meritito centro de Kansas. Al igual que a la pequeña Dorothy, el remolino lo llevará al extraño mundo de Oz, donde involuntariamente cumplirá una profecía e intentará deshacerse de la malvada bruja que asola el lugar.
La película cumple con casi todos los postulados cursis de un filme de Disney: el héroe redimido, la suma de voluntades para lograr un objetivo común, malos que son muy malos y buenos que son muy buenos…lo único que evita son los típicos temas musicales, de hecho la única canción del filme es cortada por el propio protagonista justo cuando apenas va a comenzar. Prácticamente ninguno de los integrantes del elenco sale bien librado: ni James Franco como el taimado ilusionista, ni Rachel Weisz como la predecible bruja malvada, ni Michelle Williams quien luce tremendamente aburrida; pero el peor de todos es el insufrible simio volador que de ninguna manera desquita el tremendo gasto que se hizo en materia de efectos visuales.
Oz el poderoso al menos tiene la virtud de empalmar de manera más o menos coherente con la vieja versión de Victor Fleming, pero lamentablemente se sitúa en el limbo intrascendente en el que habitan la gran mayoría de las películas de corte familiar. Pero eso a Disney no le importa, la cinta se ha vendido muy bien y ya viene la segunda parte.
Aprovechando que los estudiantes están por iniciar el periodo vacacional las distribuidoras empiezan a soltarnos estrenos de cierta ligereza, es el caso de Jack el caza gigantes (Jack the giants layer, 2013), octavo largometraje del neoyorquino Bryan Singer, quien es conocido ante todo por sus películas de súper héroes como X-Men 1 y 2 (2000, 2003) y Superman Returns(2006), así como por haber sido durante muchos años productor ejecutivo de la teleserie House M.D.(2004-2012), aunque definitivamente su única gran película es el elaborado thriller Sospechosos comunes(The usual suspects, 1995).
Basada en el popular cuento infantil Juan y las habichuelas mágicas (aunque se encuentran diferentes versiones sobre el título original), un anónimo inglés atribuido erróneamente al escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, esta nueva versión de cuento de hadas se da a sí misma demasiadas libertades respecto al relato original (si es que hay alguno). Es el caso de la inclusión de los gigantes en esta historia, los enormes devoradores de hombres no aparecen hasta después de la primera media hora de metraje, y son meros comparsas en esta historia de aventuras instalada confortablemente en el más anodino convencionalismo.
Extrañamente la película se estrenó en México con clasificación B, pero los ligeros toques violentos de la cinta, unas pocas escenas de gigantes devorando personas, no parecen motivo suficiente para otorgarle esa categoría. Fue quizás por esta razón que se distribuyeron igual número de copias dobladas al español que con audio en inglés subtituladas, además de que está disponible también en formato 3D.
La cinta está situada en la Inglaterra precolombina, aunque se da la libertad de mezclar vestuarios, herramientas y armas de diferentes épocas. Es por su localización geográfica que la mayoría de los actores lucen un notorio acento inglés, sobre todo en el protagonista Nicholas Hoult, como el campesino embelesado por la joven soberana. Jack el caza gigantes también reúne a dos de los actores del clásico moderno Trainspotting (1996), Ewan McGregor y Ewen Bremner, aunque éste último tiene muy poco tiempo en la pantalla. El reparto lo completa Stanley Tucci con una extraña cabellera rizada, y una casi desconocida Eleanor Tomlinson como la princesa rebelde y enamoradiza.
Poco hay para destacar en este producto que se sitúa a medio camino entre la película infantil y la cinta de aventuras para adolescentes. Ni siquiera los efectos visuales que supondría una película de este nivel de presupuesto, son capaces de levantar un trabajo que parecía perdido desde un inicio. Apta solo para espectadores poco exigentes, este filme viene a confirmar aquella regla que dice: “Si no puedes hacerlo bien, hazlo en 3D”.