París, 1935. Crecen los rumores de guerra debido al ascenso de las dictaduras europeas y las mujeres luchan por el derecho al voto, algo que conseguirán diez años más tarde. Mientras tanto, en la cartelera francesa debuta Billy Wilder con Mala semilla (Mauvaise graine, 1934) y lejos de los grandes escenarios, una joven actriz busca abrirse camino en una industria dominada por productores sin escrúpulos.
La joven es Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz), quien comparte un desvencijado departamento con Pauline (Rebecca Marder), una inexperta abogada sin empleo. Acosada por las deudas, Madeleine acude a la mansión de un productor con la promesa de un papel. Cuando la novel actriz descubre el verdadero motivo del encuentro, se produce un altercado y logra abandonar el lugar. Cuando al día siguiente se entera de la muerte del productor, la chica decide culparse a sí misma del crimen en un intento desesperado de impulsar su carrera.
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Todo esto y más sucede en Mi crimen (Mon crime, 2023), lo más reciente en la extensa filmografía de François Ozon, que llegó hace unos meses como parte del 27 Tour de Cine Francés. Ozon es uno de los directores favoritos del Tour, ésta es la séptima de sus producciones que ha formado parte de la muestra, entre las que destacan la cinta de época Frantz (2016), al igual que el drama voyerista En la casa (Dans la maison, 2012), con un extraordinario Fabrice Luchini.
La nueva película del cineasta francés está basada en la obra de vodevil del mismo nombre, escrita por los dramaturgos franceses Georges Berr y Louis Verneuil, la cual se estrenó en los escenarios en 1934. No es la primera vez que se adapta al cine, Hollywood ya lo había hecho en dos ocasiones, la primera fue Confesión sincera (True confession, 1937), y años más tarde se hizo una nueva versión, con el título Cross my heart (1946), ambas producciones de bajo presupuesto y sin un reparto de renombre.
En la primera adaptación la pareja es un matrimonio conformado por un abogado incompetente y su joven mujer, una mentirosa patológica. En la versión de Ozon, las protagonistas son dos jóvenes amigas, una actriz con un novio despistado y una abogada a la que le cuesta ocultar su atracción por las mujeres. Después de confesar un crimen que no cometió, Madeleine descubre que es una buena actriz al interpretar en el estrado los textos que le redacta su abogada. Pero además, durante el juicio se transforma en una mujer segura de sí misma y al ser puesta en libertad, ya es en un símbolo para todas las mujeres que han considerado librarse de sus opresores.
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Con la escena de apertura, un telón que se levanta, el director nos indica que todo es un juego, una representación, por lo que cualquier cosa puede suceder en ese espacio sin que tenga mayores consecuencias. Si a esto sumamos la teatralidad de los gestos y el tono engolado de los personajes, nos damos cuenta de que asistimos a un espectáculo de vodevil, en el que los enredos y las situaciones humorísticas se suceden ininterrumpidamente.
Esto no significa que el director francés eluda hablar de un tema serio, Madeleine ha sufrido un intento de violación y su agresor ha resultado muerto. Sin embargo, Ozon evita el mensaje grandilocuente, en cambio, decide utilizar el humor para formular su discurso. Para ello era necesario tomar distancia y situar la película en una época distinta y plantearla, desde el comportamiento de los personajes, como si fuera una inocente representación teatral.
El espectador que decida entrar en este juego de artificios disfrutará de una hilarante comedia de enredos, repleta de grandes actores y con buenas dosis de humor negro. Pero también encontrará una cinta en donde las protagonistas encuentran en la solidaridad la única manera de salir adelante en un ambiente tan adverso y que visto a la distancia, nos permite darnos cuenta de lo mucho que nos falta por hacer.