Por Jesús Janacua Benites
Con todo y que el señor Octavio Paz, premio Nobel de literatura en 1990, no goza de una buena reputación, pues su acercamiento al poder que en aquel tiempo encabezaba el Partido Revolucionario Institucional –como hoy- le restó credibilidad a lo que en libros tan leídos y debatidos como El laberinto de la soledad, El ogro filantrópico o Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe declaró, lo cierto es que en tales textos, revela una aguda percepción de la vida política y social de nuestro país, asequible aún hoy a lo que pasa en nuestro estado.
El señor Paz tiene a la fecha 17 años de fallecido y sus libros siguen siendo un referente y una oportunidad para acercarnos a conocer nuestra vida política. Sus libros, como él mismo lo dijo en una de las últimas entrevistas que le realizó Guillermo Sheridan, no son sino “unos librajos echados al mundo”, que alguna vez, cuando él los estaba escribiendo, no fueron sino respuestas personales a preguntas, también, personales.
Sin embargo, la vida del señor Paz –una vida longeva- le permitió atestiguar varios acontecimientos importantes a los que si no asistió de manera presencial, en cambio sí tuvo la oportunidad de escucharlos vía tradición oral ya sea a través de su padre, Octavio Paz Solórzano, emisario de Emiliano Zapata durante la Revolución o de su abuelo, Ireneo Paz, viejo caudillo que peleó junto y después contra Porfirio Díaz.
En los tres libros citados, Paz hace una crítica a nuestra vida política. Menciona en El ogro filantrópico que nuestra vida política actual es una combinación de la vida política de la Nueva España y el proceder político moderno, así, por ejemplo dice que el Estado moderno mexicano sigue siendo patrimonialista lo que indica que significa que los representantes del pueblo en el poder, piensan, sienten y consideran al Estado como una propiedad privada de la que pueden poner y disponer a su antojo.
De esta manera no es raro, piensa Paz, que alrededor del funcionario, del notario, del presidente municipal, del diputado, del senador, del gobernador o del Presidente, se arremolinen un conjunto de personas que hacen las veces de corte en busca del favor del apoderado.
En el Virreynato la cosa no era muy distinta. Paz se interesó en estudiar esta época histórica porque consideraba que en ella estaban los orígenes de la vida política actual. En Sor Juana Inés o las Trampas de la fe, Paz describe cómo la vida de la monja de la Orden de San Jerónimo, al igual que la vida de la mayoría de la sociedad de la Nueva España, giraba en torno al sol, sinónimo del Virrey, con la intención de ganarse el favor que les permitiese obtener un título con el cual hacer frente a la dura vida de la sociedad de los privilegios y no de los derechos.
Sor Juana Inés no obtuvo títulos, claro está, pero según lo escrito por Octavio Paz, obtuvo favores de distinta índole como el hecho de obtener recursos para la Orden o la importación de algunos textos de Europa –mismos que después estarían vetados por el virreinato-, o la obtención de algún puesto de trabajo para algún familiar o conocido. A cambio, Sor Juana les componía sonetos, canciones y poesías a los Virreyes.
No podemos, ni debemos juzgar la vida de una de las mejores poetizas de lengua hispana, sus acciones e intereses correspondían a otro universo, un universo aristotélico en el que el lugar de cada quien estaba asignado por quien ocupaba el centro, el Sol, el Virrey, el Rey. Sin embargo, más de 300 años después, no vivimos ya en Nueva España, pero sus efectos parecen seguirse sintiendo, como lo expresó Paz en El laberinto de la soledad.
Ahora, son prácticas y descubrimientos recurrentes el tráfico de influencias, el nepotismo y el cinismo con el que nuestros gobernantes hacen gala de propiedades, coches, vestidos y viajes mientras la mayoría tiene que vivir con menos de dos salarios mínimos. Ahora bien, debemos dejar en claro que en una democracia moderna no se puede –ni se debe- hablar de clase política, pues, en una sociedad realmente democrática, cualquier ciudadano tiene la capacidad de acceder a un puesto de elección popular.
En nuestro país, sin embargo, “clase política” parece entenderse de otro modo.
Y es que, como lo d-escribió Carlos Fuentes en La región más transparente, los primeros integrantes del poder político en el México posrevolucionario, fueron viendo la manera de hacer carrera y, en la medida de lo posible, dejar herederos en el poder que les pudiesen prodigar, en su futura vejez, de una estabilidad política y económica por demás innecesaria.
La teoría política moderna previene el nepotismo de los gobernantes y se sugiere la división de poderes. Con todo, lo anterior no siempre es garantía de una vida plenamente democrática pues hoy, los partidos políticos, alguna vez cruciales en el actuar político, se convierten cada vez más en mafias centralizadas al estilo de las sociedades aristotélicas del siglo XVII.
Uno de los más recientes síntomas de decadencia de los partidos políticos como parte del mecanismo de la democracia, es lo que ha estado ocurriendo con las diputaciones plurinominales o de representación proporcional y las candidaturas a puestos de elección popular. En las elecciones pasadas fuimos testigos de cómo los partidos políticos y sus dirigentes están más preocupados por la obtención del poder que de servir a la sociedad: no es raro, desde hace mucho tiempo, los partidos políticos ya no responden a ideologías o ideales para cambiar el mundo o la sociedad, sino a intereses de otro tipo.
Imagen de slide: Óleo sobre lienzo. 174 × 206 cm. Localización: Museo del Petit-Palais. París Autor: Gustave Courbet