ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Omar Arriaga Garcés
Se habla del Centro Histórico de Morelia como uno de los más relevantes de México y, para ello, se esgrimen argumentos que van desde lo cultural, arquitectónico y artístico, hasta lo histórico, urbanístico y, si se quiere, lo sentimental. Motivos no faltan.
Empero, de una década a la fecha, distintas remodelaciones (algunas francamente absurdas, de carácter espectacular, buscando golpes de efecto), aunadas a los manejos poco adecuados del patrimonio de parte de los gobiernos estatales y municipales, han terminado por lesionar gravemente la imagen colonial de la metrópoli michoacana.
“Es muy difícil expresar con palabras el ambiente, el aura que el tiempo auténtico, el tiempo como proceso vivido, concede al juego de la luz en la piedra, en los patios, en los tejados. En el artificio de lo reconstruido, la luz tiene sabor a neón”, expresa George Steiner; y a pueblo, podríamos decir en muchas de las reconstrucciones de esta urbe.
“Dado el avanzado deterioro en que se encuentra la Zona de Sitios y Monumentos Históricos de Morelia, ya podría despedirse de su título de Patrimonio Cultural de la Humanidad si fuera el caso de que estuviera en el orden del reclamo ciudadano”, decía hace un par de meses Xavier Tavera Alfaro, cronista de la ciudad e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Y es que a escasos cinco meses de cumplir su vigésimo aniversario como Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad este 13 de diciembre, para las propias autoridades encargadas de proteger y rehabilitar los cerca de mil 113 edificios históricos, distribuidos en 343 kilómetros cuadrados, comprendiendo 220 manzanas y seis mil trescientos predios, no parecen claros ni los mecanismos ni las disposiciones para efectuar tales consignas.
Intervenciones sin conocimiento de causa en los inmuebles históricos y la desidia para responder en el caso de aquellos que padecen los estragos del tiempo, lo demuestran. Baste recordar ruinas que, o han sido derribadas completamente para convertirse en estacionamientos, o se han abandonado a su propia suerte.
Mas ¿para qué aludir a situaciones específicas? En la ciudad todos saben si se le han puesto foquitos a los templos barrocos, acomodado retablos que no estaban en los frontispicios, o bien, intervenido inmuebles en su totalidad en pos de restituirlos a las dinámicas sociales sin que las obras hayan sido concluidas; sin mencionar las plazas y sus nuevas ordenaciones, así como alguna fuente saltarina que se distingue en una de ellas.
No es pues de extrañar que si no se atienden los inmuebles emplazados dentro de la Zona de Sitios y Monumentos Históricos, lleguen a descuidarse los que se encuentran en las inmediaciones, en las llamadas zonas de transición; a pesar de que por sus condiciones culturales, técnicas, sentimentales, urbanísticas, históricas y artísticas, tendrían que ser declaradas parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Contingencia que padeció la casa dispuesta en la intersección de las calles Rafael Carrillo y Justo Mendoza, a espaldas del Bosque Cuauhtémoc, única en su género, “el ejemplo Art Déco más puro de Morelia… toda una joya”, la cual fue derrumbada el pasado jueves 23 de junio para construir en su lugar “un centro médico privado”.
Hasta que no nos convenzamos de que en la contemplación y el estudio del pasado está en juego el destino de nuestra alma y la construcción de un presente mejor, seguiremos siendo ajenos a las ciencias y al saber.
Sobre las artes decorativas e industriales modernas, donde tiene su ascendencia el término art déco, un arte de época mal valorado por su cercanía, el historiador Ramón Sánchez Reyna suscribe las palabras de Rocío Guerrero y Celia Delgado: “El término Art déco se emplea para definir una de las tendencias artísticas más interesantes de este siglo [el XX], su desarrollo se ubica en el período entreguerras, es decir, en las décadas de los años veinte y treinta, momento en el que el hombre habiendo enfrentado las experiencias de conflictos armados, tiene como fin primordial la búsqueda de una vida plena, constructiva y placentera, favorecida por los avances tecnológicos…”.
En lo tocante a esta casa de la familia Bravo, recientemente derruida, había sido diseñada por el arquitecto Adrián Giombini Montanari, de cuya obra Rose Ettinger Mc Enulty escribiría en el ensayo “Morelia, Patrimonio de la Humanidad. Contribuciones del siglo XX a un legado histórico”: “«Muestra un diseño sofisticado que delata la influencia de la escuela de Glasgow y, en particular, la arquitectura de Charles Rennie Mackintosh», en la que además de la «riqueza de su expresión formal», se revela «el sentido del humor del diseñador», quien empleó los materiales para crear una cara con boca, cejas y pelo: «Verdaderamente una extraordinaria composición»”.
Aunque se haya tratado de un inmueble histórico que debió estar protegido pese a su ubicación, una calle afuera de la Zona de Monumentos de Morelia, no se exime que lo ocurrido en este caso suceda de nuevo, aun a los edificios dentro del perímetro que, supuestamente, sí están amparados por el Decreto Presidencial de Inmuebles de 1990 y la Declaración de Morelia como Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, hecha por la UNESCO en 1991.
Con todo, a últimas fechas se ha hecho evidente que el centro de Morelia sufre un proceso de transformación acelerado, tal como Carlos Vidales González señalara en el artículo “Centro histórico”, donde menciona que “hay tres hipótesis sobre lo que puede ocurrir con los centros históricos”.
La primera correspondería al abandono de los centros históricos a causa del influjo de los centros urbanos, cuya importancia estaría aumentando paulatinamente, en detrimento de los antiguos espacios donde otrora se desplegaran las dinámicas sociales. Por la Internet y las nuevas tecnologías, la segunda hipótesis hablaría de una nueva centralidad de carácter virtual donde el Centro Histórico estaría vinculado a otros centros históricos, como una “ciudad red”.
En tanto que la tercera, supondría que los centros históricos están fortaleciéndose “sobre la base del desarrollo y no de la conservación”, lo que, como expresa Vidales, para Morelia específicamente, implicaría que la injerencia de los sectores empresariales bajo la forma de inversiones generará “cada vez más la privatización de los espacios públicos y, por ende, la privatización de la plaza pública”.
La profusión de negocios en el primer cuadro de la urbe, sobre todo de cafés y restaurantes que van adueñándose de los espacios públicos; las intervenciones continuas e irresponsables a edificios históricos y la indolencia para ocuparse de los que siguen en pie, donde debería incluirse el mal uso que de ellos hacen los limpia coches, quienes, asimismo, se apropian de los espacios públicos, son indicadores que no presagian la conservación del Centro Histórico tal como lo conocemos.
Y, si bien, “la casona del Bosque”, como comúnmente se la conocía, no estaba bajo resguardo, su demolición es un síntoma… de la importancia que revisten la historia y la cultura para las autoridades, pero también para nosotros, que permitimos que sujetos sin alma y sin escrúpulos guíen el destino de nuestra alma.
Como ya había escrito en algún otro lado: la cultura es mortal. Quizá se crea que la abundancia no terminará nunca, mas parafraseando a Paul Valéry, hasta el alma es perecedera. Y ya no todos somos cristianos para creer en su inmortalidad.