“Conocer los mitos es aprender
el secreto del origen de las cosas”
Mircea Eliade
Por Erandi Ávalos
Algunos artistas tienen la fortuna de consagrarse internacionalmente siendo todavía jóvenes. Es el caso de Daniel Lezama, quien presenta la excelente exposición Dispositivos, curada por el Maestro Erik Castillo.
Para un artista velozmente encumbrado, sería fácil caer en la trampa de la comodidad y aprovechar el éxito obtenido con series pasadas, en las que la reflexión sobre la mexicanidad es notoria. Lo mexicano está y seguramente seguirá estando en su obra, en los fenotipos de sus personajes, escenarios, paisajes o referencias a la bandera, pero no necesariamente como el eje principal. Me atrevo a afirmar que Lezama difícilmente caerá en esos hoyos conformistas que la fama le seguirá ofreciendo, porque su leitmotiv, su necesidad de crear a través de la pintura no se basa en algo exterior a esa necesidad en sí misma.
Sin ninguna pretensión académica -pero sí con ganas de compartir y enriquecer la experiencia estética de obras de primerísima calidad-, mencionaré desde mi óptica algunos de los elementos más destacados de este conjunto de pinturas y monotipos.
Del latín dispositus que significa “dispuesto”, un dispositivo es un aparato, artificio o mecanismo que desarrolla determinada acción para obtener cierto resultado. Tal dispositivo está dispuesto para cumplir con su objetivo, es una herramienta para conseguir un fin previsto.
Impresiona en Dispositivos el dominio de la figura humana y de la composición en gran formato, tanto en los cuadros de escenas abigarradas, como en los de elementos mínimos. Cada espacio del lienzo contiene lo justo para lograr una obra potente en su contenido y técnicamente sólida que permite disfrutar al espectador de su habilidad con la pincelada -suelta pero bien delimitada-, sin caer en el virtuosismo vacío con temáticas baratas. Los monotipos al óleo, en formato más pequeño, han sido realizados con pulcritud y destreza. En ambas técnicas la maestría en el trazo deleita.
Con escenarios que muestran combinaciones de culturas y tiempos estamos en realidad frente a obras con una carga mística tremenda. Lezama utiliza todos los elementos e influencias técnicas de pintores y artistas a lo largo de la historia del arte y usa libremente elementos míticos, históricos, científicos, personales y familiares para crear obras ante las cuales nadie puede quedar indiferente. Con fuerza y elegancia a la vez, las pinturas de Lezama llegan sin filtro al espectador. Crean un contacto íntimo emotivo de entrada, y dependiendo de cada receptor, un contacto intelectual profundo o superficial.
En su libro Mito y Realidad, el gran pensador rumano Mircea Eliade -quien basa sus postulados en el conocimiento que recibió del reconocido historiador de la Cultura Védica Surendranath Dasgupta durante su estancia en la India- sienta las bases para que Occidente reconsidere el valor histórico, psicológico, mental y espiritual de los mitos fundacionales y toda la parafernalia que los rodea; y la importancia del rito como actualizador de dichos mitos. Una de las aportaciones más relevantes de Eliade a la fenomenología es la aseveración de que la experiencia mística o espiritual modifica la percepción del espacio-tiempo. Otra gran aportación de Mircea Eliade es la creación del neologismo hierofanía del griego hieros =sagrado y faneia = manifestar. La hierofanía es la revelación de lo sacro en objetos naturales y artificiales con los que el ser humano tiene contacto; la manifestación de lo mítico, sacro o divino en el plano material.
Estas dos aportaciones de Eliade sin duda están presentes en los cuadros de Lezama: objetos simbólicos y la percepción del espacio tiempo más allá de lo común. Así, lo material adquiere múltiples significados logrando lecturas polisémicas que se actualizan dependiendo del bagaje cultural, intelectual e intuitivo de cada espectador.
Encontramos hierofanías y símbolos simples y complejos en estas obras. Simples, como el hacha, que para los prehispánicos y otras culturas no solamente era una herramienta, sino que representaba jerarquías y estatus sociopolíticos y sagrados. El Árbol Cósmico, presente en prácticamente todas las culturas originarias: El Árbol de la Vida, el Árbol del Conocimiento, El Roble de Thor de los nórdicos, El Árbol del Cosmos, El Árbol de los Deseos de Vrindavan, etc. Al respecto de estos dos elementos, encontramos un interesante hipotexto; es decir, un elemento que se encuentra en una obra anterior a la obra de Lezama, está en el Códice Borgia (o Códice Yoalli Ehécatl), en el que una de sus láminas presenta a Tlahuizcalpantecuhtli, Señor de la Estrella del Alba con un hacha y un árbol cortado y sangrante en el mítico Paraíso Terrenal conocido como Tamoanchan, cuyo origen lingüístico no está del todo claro. Incluso el Doctor Patrick Johansson propone que la palabra “Tamoanchan” en realidad es el resultado de una erosión fonética que por su uso llegó a tener un significado intrínseco más allá de lo gramatical o geográfico y que llegó a ser importante por lo que su sonoridad significaba y por lo que remitía a la colectividad: el lugar originario de todos los seres, el verdadero hogar. En sus propias palabras, el vocablo Tamoanchan se habría convertido en una especie de “mantra”. Delicioso e intrincado el mito de Tamoanchan.
Los mitos no son mera fantasía e invenciones, sino que contienen información importantísima para la humanidad. En realidad un artista no puede crear un mito, en el sentido estricto de la palabra. La creación de un mito involucra lo colectivo, lo histórico, las convenciones y procesos históricos de pueblos y culturas enteras. Pero, lo que sí hace es actualizar los mitos; enriquecerlos con elementos contemporáneos y darles un espacio para encontrarse con el público actual para que surjan en nosotros los espectadores las emociones, reflexiones y experiencias estéticas propias de nuestro momento histórico.
Otro hipotexto se puede ver en el Códice Boturini o Tira de la Peregrinación, lámina III, donde aparece un árbol cortado, pero esta vez dos brazos antropomorfos están dibujados en la parte inferior del tronco. Aquí hay un génesis de los árboles antropomorfizados de Lezama, una actualización consciente o inconsciente del mito.
Aparecen también las tijeras -que ya en La Madre Pródiga, del 2008 vemos en manos de Las Parcas como herramienta para cortar el hilo de la vida-; el aliento vital, que también aparece en varias piezas, y en Monitor, del 2014 es utilizado para crear una interesantísima división de área en el lienzo, que divide el día y la noche.
El hongo es un elemento recurrente y en el contexto de los cuadros remite a lo enteógeno; neologismo que alude a la inspiración divina para estimular áreas del cerebro que están desactivadas y que el espíritu o deidad que habita en el hongo ayuda a activar. Los hongos alucinógenos, para los prehispánicos, era la carne de los Dioses. Para los científicos, para los hombres modernos; la deidad que habita en el hongo se denomina “Psilocibina”, “Psolocina” “Baeocistin” y su alias es “Sustancias psicotrópicas”.
Los elementos y hierofanías complejas, como la fundación de un pueblo y su historia, de una familia, del desarrollo del lenguaje pudieran estar presentes en el tríptico Conductores, del 2016. Aquí vemos en la primera pieza, una referencia al Zigurat Etemenanki, El templo de la creación del cielo y de la tierra, popularmente conocido como La Torre de Babel, combinado con una figura femenina, agotadoramente exhausta -o plácidamente dormida-, al término de su jornada de construcción de la civilización. Llama la atención el color oscuro de la forma masculina. Los cuatro elementos, fuego, agua, aire y tierra están presentes en el tríptico, cuya pieza central expresa una triada creadora: Tesis, Antítesis, Síntesis= Padre, Madre, Hijo. La unión de dos elementos para la creación de un tercero. En la última pieza se equilibra el elemento masculino ante el femenino de la primera.
La arcilla, la tierra, aparece transformada en las obras El Golem, que en la tradición judeocristiana medieval, es un ser creado con tierra, y animado a través de magia. El Golem se relaciona con hombres alienados y sin voluntad, y con creaciones que pueden llegar a salirse de control. Los colores podrían referir a alguna bandera.
Interesante como en el monotipo “El sueño de Acteón”, es la fémina quien que se transforma en cierva, y no el hombre .
Seres que explotan en luz, estados de éxtasis y momentos de cruce entre dos mundos (el sueño, el nacimiento, la unión sexual) son pintados por Lezama. La representación de la luminiscencia de figuras antropomorfas es remota, pero muy escasa en el arte contemporáneo. Auras, aureolas, halos o nimbos crucíferos, triangulares simples aparecen en casi todas las representaciones de seres santos, luminosos o divinos de todo el mundo y todas las épocas. La luz, como máxima representante de la energía visible, está íntimamente ligada al amor, a la sabiduría; a lo mítico y espiritual.
En el capítulo 8 del Bhagavad Gita, que es parte del poema épico Mahabarata, Arjuna le pregunta al Señor Krisnha: -“Dime, oh Tú, Señor, ¿quién es Brahman?, ¿quién es el alma?, ¿qué es el karma?, ¿qué es el Espíritu Supremo?, ¿qué es el reino terrenal?, ¿qué es el reino de la luz? Y dime, oh Tú, cuando llega el momento de la muerte, ¿cómo Te reconocen aquéllos que han vivido en consciencia de la Armonía? A lo que el Señor Krishna contesta: -“Brahman es el Principio Indestructible, lo Supremo y lo Eterno. Alma es el Espíritu en el hombre. Karma es la fuerza de la creación a partir de la cual toma vida todo lo que existe. La materia es el reino terrenal, que, llegada su hora, lo perdemos. Pero el Espíritu es el reino de la Luz, energía que da la vida a este cuerpo. Hay una recompensa que se obtiene de la lectura de los Vedas, o de la ofrenda de sacrificios, o de la vida austera, o de la caridad. Pero incomparablemente más alta, es la recompensa que obtiene el Yogui que, conociendo la Verdad, ve la Luz que disipa sus tinieblas: de este modo él regresa a su Hogar Eterno.”
Interesante como todos los mitos originarios tienen similitudes, que seguramente no son casualidades. Tamoanchan, el Paraíso Perdido de los Mesoamericanos; El Jardín del Edén judeocristiano, El Bosque de Vrindavan de la cultura Védica, por citar sólo algunos. Todos paraísos con sus respectivos árboles; todos objeto de búsqueda, todos considerados como el Verdadero Hogar a que hay que volver.
Vemos aquí obras en las el cuerpo humano es presentado como un dispositivo, a la par de dispositivos de generación o transmisión de energía industriales o naturales. Yo me pregunto, a partir de la reflexión de estas obras ¿será que el cuerpo humano es un dispositivo? ¿Literal o figuradamente? Y de ser así, ¿cuál será el objetivo para el que fue creado?
La forma de doble hélice del ADN, que con tanta insistencia han representado artistas de prácticamente todos los pueblos originarios -en Mesoamérica está representada principalmente en el árbol cósmico y en Quetzalcoatl o Kukulkan-, en oriente es llamada Kundalini y se dice que es una serpiente o un dragón enroscado en la base de la columna vertebral. En el “ocultismo”, esa forma helicoidal representa le movimiento de la creación, de la evolución. También en el ser humano, simboliza el logro de la iluminación, cuando la energía que se produce en la base de la columna vertebral sube por la misma y despierta el uso absoluto de la energía y de las capacidades físicas y mentales de un cuerpo -un dispositivo-, que alberga a una unidad de conciencia; un ser.
Esta forma de espiral en movimiento está presente en toda la creación material, ya que la forma helicoidal es el patrón más eficaz de agrupar material sin que se desordene por el espacio. Está ligado a la Sección áurea, Número de Oro o Divina Proporción. En las obras Rotor y Tamoanchan encontramos esta forma de doble espiral relacionada con momentos energéticos poderosos y con la transformación de la materia. La Alquimia que convierte el carbón en diamante, al plomo en oro, es la misma que convierte a un hombre común en un Hombre Verdadero.
En el cuadro Reactor, el parto se muestra como un acto ontológico, pero también como un registro de la experiencia a nivel físico. He vivido cuatro partos totalmente naturales y estoy segura que el estado extático y de trance es real en ese momento, que hay conexión con otras realidades y que se abren puertas energéticas a través del cuerpo. Es, en lo personal, la experiencia más cercana a sentir el cuerpo como un dispositivo energético, generador de más energía, portador de una poderosa chispa de luz.
Como mexicana me siento completamente emparentada al fenotipo de las mujeres aquí representadas. Agradezco que Lezama pinte esos cuerpos morenos, de pezones grandes y prietos, Venus de Willendorf maternales y eróticas, de vientres cálidos y amplios que han dado paso a la vida. Discriminadas por casi todos los artistas mexicanos; e invisibles nuestro propio país pigmentocrático, donde los editores de revistas y de secciones socialité cuidarán que jamás aparezcamos en sus páginas.
Regresando al pensamiento de Mircea Eliade, él hace evidente la principal diferencia entre el hombre arcaico y el hombre moderno. El primero basa su cosmovisión en lo sagrado y universal, sin que esto entre en contradicción con lo pragmático e individual; mientras que para el hombre moderno todo -la materia, el pensamiento, el cuerpo, las acciones, la palabra, la historia, el arte- son profanos.
En ese sentido, Lezama me parece más un creador arcaico. Considero es uno de los pocos artistas contemporáneos que de forma natural utiliza esa capacidad chamánica de ir a las regiones más profundas de lo que Carl Jung -quien también basó la mayoría de sus aportaciones en los Vedas-, definió como Inconsciente Colectivo. Pinta algo que surge de lo íntimo, y recién salido del horno se convierte ya en universal. Trae de estas regiones arquetipos y elementos como Eros y Tánatos, el día y la noche, lo femenino y lo masculino, el nacimiento y la muerte. Daniel Lezama es un creador diegético, no mimético; que no teme utilizar lo que su honestidad le dicta, y que lo hace de una manera más allá de lo contemporáneo. Es vanguardista, rompe paradigmas y se inscribe en el Arte Universal.
Es muy importante señalar que para la actualización del mito, el arte es un instrumento imprescindible. Danza, teatro, literatura, música, pintura son en el Proceso Creativo Poético, portales entre el mundo tangible y el intangible. Los artistas primigenios, y en general los grandes artistas mundiales no han sido los que dibujaban “más bonito” o los que bailan o cantan mejor. Son los que tienen la capacidad de tender puentes entre el mundo sutil y el manifiesto. “Quien mira hacia afuera, duerme; quien mira hacia adentro, despierta”. El artista debe poder ver hacia adentro y hacia afuera simultáneamente. Y en este juego la estética, la belleza y la poesía, son intrínsecos.
El trabajo creativo de Daniel Lezama está lleno de mensajes conscientes e inconscientes, está cargado de información en varios niveles y es tremendamente disfrutable a nivel estético. Lezama es, por así decirlo, un literato visual que narra a partir de elementos sincréticos culturales e íntimos personales algo que de alguna misteriosa manera nos comunica y nos toca algo de nosotros mismos.
Es un artista verdadero, y eso no se aprende en la universidad ni es algo que te el contar con un currículum impresionante. Eso se logra única y exclusivamente con disciplina en la técnica y con honestidad en el mensaje.
Finalmente, la obra de arte una vez expuesta es -además de una puerta o una ventana-un gran espejo. Daniel Lezama y Erik Castillo presentan con Dispositivos una magnífica muestra de arte actual y mis observaciones son meramente apreciaciones individuales, reflejos de mí misma. Disfruten ustedes de estas historias visuales. Piérdase y encuéntrese en lo que estos espejos van a mostrarles.