El oficio de guionista no es privativo de dramaturgos o novelistas, como no lo fue desde sus inicios; hoy, los escritores visuales aprovechan su habilidad de fotografiar, dirigir, realizar, pensar, diseñar, filosofar y escribir para comunicar ideas y generar libretos…
Por Josefina Magaña
Lo que queda bien en el papel, queda bien en la pantalla.
Doc Comparato
El guionista químicamente puro no existe, podríamos pensar que es una rara mixtura de chamán, mago, mitómano, maestro, escritor, poeta, guía o tutor y, lejos de buscar la piedra filosofal bajo la purificación como los alquimistas medievales, dirige su magia a la transmutación de significantes por imágenes o significados por símbolos y metáforas. Sin embargo y pese a esta compleja identidad creativa, puede decirse que quien crea ideas que derivan en conflictos dramáticos, cuyo desbroce sustenta historias interesantes y necesarias, convertidas en un texto escrito, es o puede llegar a ser un guionista. Ante esta paradoja, podemos desglosar una reflexión un poco más extensa.
En términos de un oficio especializado, el guionista moderno, nace en la primera década del siglo pasado; en La historia del guión, Enrique Martínez Salanova relata que Thomas Harper Ince exigía a sus directores la escritura de guiones detallados; antecedente que dio lugar al rol del guionista y las categorías textuales que conocemos como guión literario y guión técnico. Años después, los directores obviaban la escritura de guiones, si acaso en la comedia se ocupaba un gagmen; creador de chistes visuales. La figura del guionista, entonces, era francamente prescindible. Con el cine sonoro, la inclusión de diálogos obligó a buscar expertos en escritura, para entonces se contrató a novelistas y dramaturgos. De todos es sabido que William Faulkner, Sidney Aarón Chayefsky o Paul Auster construyeron guiones cinematográficos, debido, suponemos, a que los novelistas delinean personajes, crean historias reales o fantásticas, y por su habilidad con la pluma, el orden dramático y la imaginación pueden generar guiones para cine, TV u otras plataformas donde se producen y exhiben formatos tan diversos como cualidades de receptores, contextos geográficos, ideologías globales o ideas sofisticadas, existen.
El oficio de guionista no es privativo de dramaturgos o novelistas, como no lo fue desde sus inicios; hoy, los escritores visuales aprovechan su habilidad de fotografiar, dirigir, realizar, pensar, diseñar, filosofar y escribir para comunicar ideas y generar libretos; el guionista sabe del contenido y la forma, de la intención y la premisa, de líneas dramáticas y sus colindancias con la realidad objetiva y subjetiva de hechos y personajes que han de poblar sus textos; en un estado sensible de consciencia diseña escenarios, sugiere composiciones sui géneris de lenguajes que informan, mueven, documentan o educan. El guionista propone, es líder de una idea, si su propuesta audiovisual es fuerte, sustentada y necesaria, incluso, mágica o enigmática; si tiene espíritu y esencia: un poco de luna, como decía Jules Renard, resistirá la transmutación, de lo contrario, podrá ser una lábil sombra de sí misma y probablemente, quedará abandonada en el cajón de un director o en la mesa caótica de un empresario.
Guiones dramáticos y documentales y aquellos híbridos que surgen de amalgamar temas e historias, puestas en escena y acciones, o de fundir significantes y contenidos dan por hecho la existencia de guionistas multidisciplinarios; escritores que toman de la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura o la música rasgos y elementos para estructurar y fortalecer un texto que será interpretado por un equipo de producción, que por la fuerza de su mensaje y metamorfosis, ha de convertirse en un audiovisual polifuncional y ser parte del universo mediático y transmediático. Así, el guión y los guionistas son dos caras de una misma moneda, cuyo valor se juega en el tablero de quienes hacen volar la crisálida.
Imagen: Drew Coffman.