Entre el 17 y 18 de noviembre de 1901, se llevó a cabo una reunión de carácter clandestino en una mansión de la calle de la Paz (hoy Ezequiel Montes), en la colonia Tabacalera de la Ciudad de México. Seguramente alertados por algún delator, varios gendarmes hicieron una redada en donde detuvieron a 41 hombres, algunos de ellos vestidos de mujer. Aunque se quiso echar tierra sobre el asunto, rápidamente corrió el rumor de que Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz, fue el detenido número 42, pero que el dictador en su afán de evitar un escándalo ordenó que lo liberaran. Tanta repercusión tuvo el mentado baile, que desde entonces el número 41 se asocia a la homosexualidad. Recuerdo que hace algunos años una señora rechazó un turno bancario con esa cifra, para inmediatamente santiguarse y pedir otro, haciendo gala de su ignorancia y mojigatería.
El cineasta David Pablos se basó en esta historia para su tercer largometraje El baile de los 41 (2020). Con guion de Monika Revilla, la película tiene como protagonista a Ignacio de la Torre, rico terrateniente y exitoso empresario azucarero. A pesar de sus conocidos devaneos homosexuales, a los 22 años contrae matrimonio con Amada, la mayor de las hijas de Porfirio Díaz. Un claro matrimonio por interés: el dictador consigue la unión socialmente aceptable de una hija nacida fuera del matrimonio, mientras que Nachito obtiene acceso directo al círculo íntimo del presidente, y además, como regalo de bodas, una diputación.
El matrimonio está destinado al fracaso. Ignacio (Alfonso Herrera), no abandona sus viejos hábitos y a los pocos días empieza a evitar a su esposa. En este momento el guion nos presenta a un tercer personaje, Evaristo (Emiliano Zurita), un joven empleado de gobierno que se convierte en amante del diputado. Eva, como es llamado cariñosamente, sabe dominar con ternura el carácter altivo del terrateniente, quien lo invita a formar parte del club de los entonces 41, al que se ingresa con una peculiar ceremonia iniciática.
La película plantea que la tensión al interior del matrimonio de Ignacio y Amada es el detonante de la famosa redada. Una batida no solo ilegal, sino que también debió hacer malabares jurídicos al sacarse de la manga sanciones para los pecados sociales. Al final, según la versión más aceptada, solo los menos influyentes sufrieron los rigores del castigo, mientras que el resto se libró comprando su libertad. Un caso más de la aplicación selectiva de la “justicia”.
Es interesante el peso que tiene en la película el personaje de Amada (Mabel Cadena), que muy pronto pasa del entusiasmo de su casamiento (bendecido por el propio arzobispo Pelagio Antonio de Labastida), al enojo por los hábitos de su marido. A pesar del respaldo de su padre, la joven esposa, termina por aceptar con resignación el papel de la mujer en la sociedad de la época, seguramente influenciada por la esposa del dictador, Carmen Romero Rubio, la esposa virgen y férrea defensora de las “buenas costumbres”.
En ese sentido, el filme ofrece un compendio de los vicios sociales de la rígida sociedad porfiriana. Que no solo afectaban a la comunidad homosexual de la época sino también a las mujeres, incluso las que formaban parte de las clases privilegiadas. Mención aparte merecerían, el racismo y la abismal diferencia entre las clases sociales producto del positivismo tan en boga en ese momento. Pero no son el tema de la película.
Aunque normalmente los dramas históricos suelen recrearse con tomas fijas, como pinturas de época, David Pablos eligió un aspecto más contemporáneo para su filme, en el que destacan sus colores vistosos y un gran manejo de cámara en interiores. Se sentirán decepcionados quienes esperen encontrar un melodrama escandaloso, ya que El baile de los 41 es más bien un retrato de un momento histórico en el que ajustarse a las convenciones sociales se traducía, en muchos casos, en la infelicidad de las personas.