Enciendo el auto y conduzco hacia la entrada del estacionamiento. La gran avenida escupe autos incesantemente y salir de allí requiere pericia y prontitud. De pronto un hueco como caído del cielo. No utilizarlo implicaría esperar quién sabe cuánto tiempo más. Estoy a punto de acelerar cuando diviso a mi derecha una mujer que empuja una carriola con un niño pequeño. Me detengo y además retrocedo unos centímetros para despejarle plenamente el camino a riesgo de pegarle al auto de atrás el cual hace sonar el claxon.
La mujer sabe del caos vial y de la oportunidad que dejo pasar. Incluso así camina lentamente -esperaría como deferencia hacerlo deprisa para alcanzar a colarme en el tránsito. ¡Carajo! “Qué más da” -pienso-. No es su deber leerme el pensamiento ni corresponderme según mis expectativas. Sin embargo hay algo que es imposible perdonarle: ni siquiera me mira, mucho menos de sus labios se lee el movimiento de la palabra “gracias”. “Me vale madres sea una madre…” digo por la ventanilla y la mujer voltea indignada. “¿Cuánto pinche trabajo cuesta decir gracias?” Digo pretendiendo escuche.
Se abre el océano de coches y me introduzco para dejarme llevar por la corriente, al tiempo que veo a través del retrovisor a la mujer ahora sí moviendo la boca maldiciéndome. Mis acompañantes se ríen, yo también lo hago como consuelo. Causa coraje empero cual buen mexicano más vale recurrir al pitorreo para evitar engancharme con algo decepcionantemente cotidiano. ¿Exagero? A las pruebas me remito.
Cuadras adelante, teniendo preferencia, veo a un ciclista agobiado aguardando el momento preciso de cruzar la calle. A sabiendas de eso me tiento el corazón y detengo la marcha obligando al vehículo de mi carril paralelo a seguirme propiciando el paso del hombre. Cuánta poesía en el instante: el asfalto evaporando la humedad de la reciente lluvia, el caos del medio día y los motores rugiendo a la presa mientras ésta pasa lentamente frente a ellos. ¿Adivinan? El cabrón tampoco agradeció.
Existen otras palabras oralmente fáciles que entiendo cuesten trabajo emocionalmente pronunciar; por ejemplo “disculpa” o “perdón”. Disculparse no es mera cuestión de gramática, implica un acto de introspección tan fuerte que despoja de orgullo a quien la enuncia. ¿Pero, gracias? Uno agradece hasta por cosas que no debería. Es una palabra tan sencilla que oralmente requiere mínimo esfuerzo. Prueben: es posible decir “gracias” sin siquiera mover los labios.
La falta de gratitud suele sacarme de mis casillas. Es increíble creer existen personas insensibles incapaces de agradecer por lo más elemental: la comida, el sustento, el amor, los favores del otro. Vaya, incluso bastante gente carente de esto son agradecidos simplemente por la vida. La ingratitud es, hay que decirlo, una carencia del alma, un error del sistema humano tan sencillo de arreglar, mas del cual pocos parecen preocuparse.
Octavio Paz al recibir el Nobel de Literatura en 1990 comenzó su discurso enalteciendo el sentido de gratitud: Comienzo con una palabra que todos los hombres, desde que el hombre es hombre, han proferido: gracias. Es una palabra que tiene equivalente en todas las lenguas. Y en toda es rica la gama de significados… va de lo espiritual a lo físico, de la gracia que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerta a la gracia corporal de la muchacha que baila o a la del felino que salta en la maleza. Gracia es perdón, indulto, favor, beneficio, nombre, inspiración, felicidad en el estilo de hablar o de pintar, ademán que revela las buenas maneras y, en fin, acto que expresa bondad del alma.
Las palabras de Paz deberían ser inspiración cotidiana que nos invite a dirigirnos por la vida dejando a diestra y siniestra la palabra -sencilla, breve, precisa- bondadosa capaz de transmutar al otro y a nosotros mismos.
También puede interesarte: