Juan Cirerol, según dice uno de sus anarco-corridos, es adicto a la metanfeta; su atuendo es como el de un conjunto norteño pero su peinado le sonríe al punk. Solo es él y su guitarra, y sus temas que tienen mucho más de Los Originales de San Juan que de Johnny Cash, por aquello de las etiquetas que luego le quieren colgar algunos.
Como sucede en otros casos del rock mexicano, este veinteañero suena más a otros géneros que al propio rock, aunque sí, de pronto le hace guiños a Bob Dylan, a Rockdrigo González, y luego, como si nada, se acuerda del norte y compone como El Piporro, como Los Tucanes, o como cualquier otro conjunto de esos que el gobierno no quiere que suenen en la radio porque hace apología del narco y eso es un mal ejemplo para los niños.
El nacido en Mexicali, donde las drogas sintéticas circulan alegremente, se presentó en la azotea de un estacionamiento moreliano, terraza a donde se concentraron unos 200 jóvenes que como acto previo contemplaron el noise de Mr. Vampire, que se vale de una guitarra eléctrica y muchos efectos en computadora para meterse en un viaje ácido del que se sale muy bien librado. Le siguió Axel Catalán, que junto a su hermano elabora un rock bastante sencillo en lírica y música, un estilo bien pulido con algunas metáforas afortunadas y sentencias de una generación perdida entre la decepción y la embriaguez.
Avanzada la noche, Cirerol subió al pequeño escenario, concentró a todos en las primeras filas y cantó una tras otra sus rolas que hablan de mujeres ingratas, vatos de cuidado, prófugos de la justicia, amores perdidos, merca prohibida y soledad, mucha soledad.
Es todo un personaje, habla en inglés y en español, hace chistes de la nada e invoca a Satanás, como si un rockstar del heavy metal se le metiera en las entrañas. Su público se sabe la mayoría de las canciones, por esta noche se han olvidado de Carla Morrison y León Larregui para acompañar a Cirerol con temas que hablan de la peda, del pomo, del perico y, ya decíamos, de la metanfetamina, una de las drogas más adictivas y eufóricas, conocida también como ice o cristal.
Puede que su música no sea del agrado de todos, que algunos lo sientan sobrevalorado, pero en vivo Cirerol es simpático, ocurrente, canta bien y toca alegremente. Su cercanía a los fans le da el plus perfecto para sentir que esto no es un concierto, sino una fiesta donde el amigo más loco y atascado se ha subido a cantar sintiéndose Chava Flores, o Intocable, o Bob Dylan.
Concierto de caguamas, de un día lluvioso que amainó a tiempo para ver a este curioso exponente de algo difícil de nombrar, un antihéroe norteño que le pide a la soledad dejarlo solo mientras busca a su dealer para que le surta algo de ice.