Alejandra Quintero
Con la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, aquel hongo gigante que destruyó todo a su alrededor, es que comienza la película Ginger & Rosa de la inglesa Sally Potter, la multipremiada y muy criticada directora invitada especial de esta edición del FICM, que presenta su filme más reciente.
Mientras el tiempo va cambiando al mundo, nacen dos niñas en el mismo hospital, que tras los años se volverán inseparables. Pasan los días juntas, experimentando, conociendo, se cuentan todo, se visten igual, pero a lo largo de la cinta nos quedará claro que no piensan de la misma manera.
Ya habían comenzado los años 60, la sociedad inglesa se revolucionaba, mientras la Guerra Fría los hacía permanecer a todos alerta. Ginger, que en realidad se llama África, criada por un padre escritor liberal, crece con la necesidad imperativa de hacer algo para que la amenaza de un holocausto nuclear no arruine un futuro en el que se visualiza como poeta, independiente y rebelde. Rosa, una chica aislada de sus raíces, a quien su padre abandonó desde muy pequeña, con una terrible relación con su madre, se refugia en la amistad con Ginger, quien es el centro de su atención, de un carácter más duro y una necesidad imperiosa por llenar una soledad que ella misma no comprende, cree en el amor que será para siempre.
Una historia nada común, en la que se quebrantan esquemas sociales, los sueños y hasta el futuro propio, sobre todo cuando con la intención de recuperar lo perdido se explota hasta el grado de no reconocer nada en su vida, como les sucede a ambas, al buscar lo que en realidad no saben qué es y todo termina en un caos que ninguna de ellas imaginó. Una excelente producción como se esperaba de la también directora de Vidas Furtivas.