28 de diciembre de 2022. México-Mágico.
“Lionel Messi: un hombre sencillo en la cima del mundo”. “Argentina nos enseñó a llorar de nuevo por el futbol”. “Se maquilan ya millones de camisetas con las tres estrellas”. Así más o menos estaban redactados los últimos encabezados que leí antes de dormirme ayer martes. Todo parecía ya en su sitio y seguramente la rutina de las noticias de la final del Mundial de futbol en Qatar se iban acomodando en una herencia de sentimientos ya domesticados por la repetición exhaustiva.
Estábamos dulcemente agotados ante la cascada de fotos paradigmáticas que culminaban en la de Messi durmiendo con la Copa o con los 5 millones de personas que salieron a celebrar en Argentina en imponentes tomas aéreas. Quizás solamente quedaba la perturbación por la delicada salud de Pelé y la organización anticipada de sus funerales.
Quizás muchos, como yo, sintieron escalofríos al enterarse que ya estaban preparando la despedida de Edson Arantes do Nascimento, en una especie de bizarra adaptación contemporánea de los oficios de Pereira, el personaje de esa novela célebre de Antonio Tabucchi: nos proponen redactar ya en nuestras mentes y en nuestras emociones la nota necrológica del “jugador más grande del mundo”.
Crudo despertar
Yo también me desperté la mañana de este miércoles bajo las leyes del reino de alcaloides de liberación prolongada que fue soltando el resultado de la final de la Copa del Mundo. Yo también tuve que ajustar los lentes y la mirada al celular para leer, casi deletreando, el giro mortal: “La FIFA ordena la repetición inmediata de la final Argentina-Francia”; “Estallan protestas en Argentina: Francia celebra la decisión”; “Indignación en el mundo por la decisión de FIFA”.
Por su supuesto que es el abismo. Por supuesto que esta decisión es un hachazo en la historia rectilínea y corrupta del futbol. Habíamos pensado ingenuamente que de la tremenda final que ganó Argentina a Francia había resurgido algo muy poderoso de las ruinas del futbol popular. Se han documentado como nunca las historias de vida que oscilan aparentemente al revés del mundo capitalista, es decir, de abajo hacia arriba, con el futbol como símbolo de esa hojarasca que transforma destinos…o que los encauza hacia la unción global, que revierte selectivamente la desigualdad atroz que proviene de la pobreza o de la migración o de las tragedias personales.
Ahí está los ejemplos, regados a diestra y siniestra en la “prensa” mediática, espectral, fragmentaria y horrendamente mal escrita de nuestros días. Enzo Fernández, la revelación de Argentina casi adolescente en este Mundial y que a partir del encuentro y del golazo contra México se transformó en un indiscutible titular, con su sonrisa de similitud asombrosa con la de Gardel y su madre paraguaya: “los días no contados” de una familia “humilde y fanática de River”. Ángel di María y otra infancia “difícil”: el padre estafado y el futuro crack empaquetando y vendiendo carbón como un juego para llevar dinero a casa, mientras la madre lo lleva en bicicleta todos los días a los entrenamientos.
Un nuevo héroe ha nacido
El mismo Mbappé, con todo y su desprecio por el futbol latinoamericano -acentuado por la derrota en la final ahora anulada-, ha sido evocado como un héroe futbolístico ante las adversidades, de origen camerunés y argelino, hijo de un matrimonio de deportistas migrantes y con serias dificultades económicas, nacido en un “suburbio” del norte de París. Y así hasta llegar a la saturación de esas “historias de vida” multiplicadas en la aridez de los miles pasquines digitales que pueblan las redes sociales.
Se especula que FIFA ha sido orillada a esta decisión por intereses muy poderosos que provienen de los financiadores ocultos y más duros del Mundial. Quieren demostrarle a “Occidente” el poder de los “petrodólares” y uno de sus objetivos es obligar a que Argentina negocie de una vez por todas la “apertura total” y explotación de Vaca Muerta -formación geológica “poco convencional”, a 2500 metros de profundidad, que “contiene” petróleo y gas natural en infinitas cantidades, en la provincia del Neuquén- con las empresas de los emiratos.
Negocios internacionales
Le cambiarán al presidente argentino Alberto Fernández el predio de Vaca Muerta por un nuevo y definitivo triunfo de la selección argentina que evitaría el estallamiento de una crisis social en uno de los momentos más vulnerables de su gobierno; sin tiempo para negociar nada más.
Se creía que el Mundial de Qatar había sido un capricho y una estrategia para “diversificar” la economía petro-dolarizada de la región del Golfo Pérsico y en la que se encuentran las mayores reservas mundiales de petróleo y gas natural. Tal parece que conforme avanzaba el Mundial -y Argentina hacia la final- se encontraron con un yacimiento de posibilidades para extraer todo el beneficio de una crisis que comenzaría en una “zona” poco sospechosa de poder generar un periodo prolongado de inestabilidad de gran alcance internacional: la final del Mundial de Qatar, con su espantoso arbitraje, su dramática definición a favor de Messi y Argentina.
Una petición en redes sociales, iniciada en Francia, para que se anulara la final se identifica como el comienzo furtivo de este maremoto: un delirio magnifico y ridículo que se transformó en una brillante y temeraria decisión geo-política. Algunos analistas expertos en energía de la región del Golfo Pérsico ya apuntan a que detrás de esta anulación también se encuentra, obviamente, la mano de Vladimir Putin y la posibilidad de asestar un golpe estratégico en la batalla internacional por el petróleo y el gas natural ante la crisis en Europa generada por la invasión militar de Rusia en Ucrania.
Contundentes anomalías: FIFA
El mundo que nació justo en el momento en el que Gonzalo Montiel pateó el último penal se viene abajo. Ahora, la FIFA discute los detalles técnicos de la repetición del partido, en una especie de mundo paralelo cuyo horror es absolutamente invisible. El partido Argentina- Francia que repetirá la final del Mundial de Qatar 2022, anulada según FIFA por “contundentes anomalías en el arbitraje, por el uso de un lenguaje violento inducido por el portero de Argentina en los penales, aunado a la degradación en la recepción de los premios y de la Copa misma a partir del comportamiento de los jugadores argentinos, sus familias, cuerpo técnico y seguidores”.
Tendrá que ser el 31 de diciembre de este año, es decir, el próximo sábado, ya que no puede haber campeón del mundo en un año distinto a la realización del Mundial; además, tiene que estar perfectamente sincronizado con todos los relojes y husos horarios del planeta para que, en caso de que se vayan a tiempos extras o a penales, se tenga un “nuevo” campeón del mundo todavía en 2022, de no ser así, el derrotado podría impugnar el partido por no cumplir con este requisito.
No se sabe nada del traslado efectivo de jugadores y de cuerpo técnico, de la imposible logística para “reponer” la presencia de los espectadores. Sin embargo, todo indica que el partido se jugará a puerta cerrada, solamente ante las miradas gozosas de las oligarquías petrolera y de FIFA, que tal parece que ya son una sola.
¿Y las cábalas?
Mi confusión sólo me dicta lo siguiente: poco a poco se van difuminando poderosas imágenes que acababan de nacer. Los silencios y gritos de mi amigo Omar con su playera azul de Argentina viendo la final ahora anulada, sus cábalas para no arruinar la posibilidad inminente del triunfo. El regreso maldito de Francia al partido, el vacío de todos los estómagos; pienso en mi amigo Francisco “Chino” en Buenos Aires, celebrando con Javiera y Vanina en las calles. Los rostros amargos en el vaivén del partido.
Camila, Pablo, Nicolás, El Güero, Luis Mario, Cande y Axel…Coquena; la poesía en el gol de Ángel Di María… la soledad criminal que cubre como sentencia de muerte al predio de Vaca Muerta antes del partido repetido. Pienso, quizás de manera romántica y poniendo por delante todo mi escepticismo por el futbol, que una vez más esa abstracción llamada “capitalismo” nos ha robado el pasado, el maldito y hermoso pasado, esas ruinas de las cuales extraemos lo poco que nos queda esperanza.