Por Jorge A. Amaral
Antes de iniciar, preludio cargado de originalidad:
–Mire mijo, algún día, todos esos votos van a ser pa’ usté.
–¿Y las propuestas apá?
–Mire mijo, algún día, todos esos votos van a ser pa’ usté.
Siempre que he visto entrevistas con algún publicista mexicano o radicado en el país o con algún supuesto experto en la materia, he escuchado, casi como un lugar común, que en México hay grandes publicistas, con campañas muy exitosas reconocidas a nivel nacional e internacional. Y sí, hay marcas que consumo nada más porque me gusta el comercial y aquellas a las que, estando en el súper, de plano les digo que no, a sabiendas incluso de que es un producto de calidad, pero si su publicidad no me gusta, si sus campañas son idiotas, el producto en sí me cae gordo. Pero bueno, esas son manías de consumo de su servidor.
El caso es que en plena “fiesta democrática” (no recuerdo qué mamerto lo dijo así), con las campañas a tope, las guerritas de estiércol y la carrera por colocarse en el gusto del elector, los diferentes candidatos y partidos en los nueve estados donde habrá elecciones han echado la carne al asador a fin de ganar sufragios.
Ya en este medio se hablaba de algunas campañas publicitarias que van de lo ridículo a lo de plano patético (“no les volveré a fallar”, carajo, esa mujer no debería estar en esos menesteres, no por haber fallado, sino por carecer del cinismo natural de la clase política), y es cuando yo me pregunto dónde cabrones están los tan cacareados excelentes publicistas mexicanos.
Y bueno, si los publicistas cobran caro, todo candidato tiene asesores de imagen, de prensa, coordinadores de campaña. ¿A qué se dedican esos papanatas que dejan que su candidato se vaya al precipicio mediático con campañas que rayan en lo deprimente?, ¿no que muy fieles seguidores?, ¿no que desean ese hueso con toda el alma? Y es que todo candidato necesita un equipo de campaña que lo arrope, que lo proteja incluso de sí mismo, y todo empieza por publicidad que uno como elector se crea y termine comprando ese producto electoral. Eso no tiene nada de malo, así funciona, ya de cada quien depende lo que compra.
En estas campañas, a unos cuantos días de haber iniciado, ya hemos visto guerra sucia, difamaciones, canciones famosas adaptadas al candidato en cuestión, sonrisas inverosímiles, Photoshop, intenciones de volver a empezar, amenazas de poner orden, disculpas por haberla cagado, un tibio discurso de género (eso y los indígenas siempre venden), muchas fotos con niños y adultos mayores, agarrones de senos, impugnaciones, dádivas, denuncias, apelaciones, declinaciones, cambios de partido a última hora, multas, sanciones, desacatos y hasta camiones descargando despensas y demás mercancías en casas particulares.
Todo eso y lo que se me escape hemos visto en estos días, pero no hemos escuchado una sola propuesta. No, una cosa es prometer y otra muy distinta es proponer, porque los candidatos vendrán a prometernos las perlas de la Virgen, pero apuesto a que ninguno nos dirá cómo pretende conseguirlas.
Lamentablemente, eso de prometer sin decir cómo se hará ya es el pan nuestro de cada campaña, estamos muy mal acostumbrados, les aplaudimos a los candidatos que nos prometen carreteras, hospitales, escuelas, empleos para todos, seguridad pública de primer orden, alto a la corrupción, no más crimen organizado, pero a ninguno le preguntamos cómo va a trabajar, porque una cosa es el ejercicio de la función pública en el día a día y lidiando con los poderes fácticos y la oposición política y de sectores sociales y otra muy distinta es alcanzar esas metas que harán del estado el mejor de los mundos posibles. Como dijera el maestreo Miguel Ángel Prado ante problemas de carácter ontológico: está cabrón, ¿verdad?
Ahora bien, en gran parte eso se debe a una ciudadanía que se puede dividir entre el electorado condescendiente, ese que no exige nada más allá a sus políticos, y aquellos que en lugar de cuestionar, presionar y exigir a los candidatos, prefieren la salida fácil y ajena a toda responsabilidad que significa el acto de anular el voto o no votar; así, dicen, “no es mi pedo, yo ni siquiera voté por ese güey” y listo, manos lavadas y conciencia tranquila. Hay que recordar que los problemas no van a desaparecer si nos volteamos para el otro lado y los hacemos ajenos, como tampoco se van a resolver actuando como manada, haciendo sin cuestionar sólo porque toda “mi familia siempre ha sido” priista, o panista o perredista.
Por lo pronto, las ridículas campañas publicitarias electorales sólo seguirán sirviendo para chacotear de lo lindo y divertirnos con sus mediocres ocurrencias, con la esperanza de que por ahí se cuele alguna propuesta, lo cual dudo mucho.
Colofón de obviedades
En Radio Me lo Dijeron como no Queriendo escuché que Rodrigo Vallejo, el entrañable Gerber, iba a salir desde hace tiempo, pero todo se complicó cuando conocido documentalista oriundo de Arteaga se ganó una beca del gobierno federal para participar en una residencia en El Altiplano. Ahora la libertad “bajo caución” del hombre de las Tecate fue gracias a que su papá decidió apoyar, al menos de dientes para afuera, a candidatos priistas, pues su aún sólido y numeroso grupo estaba por apoyar a Silvano, porque quien crea que Fausto Vallejo está políticamente muerto, más equivocado no puede estar.