Solo me interesan los mareos de meniscos destrozados en alta mar, la prolongada desolación al patear un balón dirigido hacia la intuición del travesaño sin red y desnudo en medio de la tarde lluviosa…porterías que se extendían como bandera de astronautas en la luna ante el naufragio en el lodazal bíblico del campo La Fragata. Sólo me interesan esas porterías casi de barro en la memoria, ni blancas, ni grises, ni negras, manchadas de una tierra dura que no permitía el idilio entre gol y acrobacia, ni la felicidad de los gestos en perfectos close-ups para la televisión; sonrisas ligeras que como prótesis invisibles nos ayudaban a soportar el capitalismo todavía no tan salvaje, las donas artificiales de los centros comerciales y las muelas endurecidas de los que se iban de repente y sin velorio concurrido en la caótica suma de ciudades amargas y sin muerte.
Quizás por eso ahora sólo me interesan los países que se han quedado sin país: Afganistán, México, Croacia, Serbia, Colombia. La amargura de Uruguay. La soledad ensordecedora de Argentina ante el manchón del penal. Sobre todo, me interesan las naciones que viven en el estómago de otras naciones y que quizás algún día renacerán sin goles y sin transmisión en vivo y en directo… me interesan las canciones tristes y abatidas de los que no merecen ganar ante millones de espectadores una Copa del Mundo: Portugal, Grecia, Japón, Túnez… llorando en su silencio casi festivo el día feliz que nunca llegará para perderse en los callejones sin salida de esos barrios que también agonizan ante monumentales torres departamentales. Por suerte todavía existen los boleros y los fados y las chilenas y el tango y las cuecas y los pasillos y los viejos alejandrinos que recitan sus tragedias ya sin ese fervor de castigados por la vida. Sólo me interesa el nunca más, el desprecio de los dioses por las cosas de este mundo.
*Foto: Flickr/Esfema