Armando Casimiro Guzmán
Viernes, último día que se presentaron largometrajes mexicanos en competencia del FICM. Y tocó turno a Malaventura (2011), ópera prima del capitalino Michel Lipkes, que pareció dejar satisfechos a buena parte de los asistentes a la función de prensa con su puesta en escena muy al estilo de las películas de Carlos Reygadas y Amat Escalante (sobre todo este último).
Malaventura cuenta la historia del último día de un anciano (¿deberíamos decir un “adulto mayor” para no herir susceptibilidades?), cuya trama va exactamente como sigue: después de una larga toma de más de diez minutos el viejo se levanta, toma el metro, se prepara una teporocha, vende globos, le quitan el dinero, asiste a un cine porno, se come unos tacos, se toma un trago en una cantina, habla por teléfono y muere junto a la fuente de una plaza pública. No es broma, en estas pocas líneas acabo de resumir 74 minutos de película. Resulta especialmente fastidiosa la escena donde un viejo repite una y otra vez unos versos del poeta William Blake.
El propio Michel Lipkes dice en su favor: “Me interesaba construir la historia de una persona que pueda pasar desapercibida en la calle, quería darle un sentido épico a la vida de este individuo”. El individuo en cuestión es Isaac López, un anciano de 89 años que en un principio se mostró renuente a participar en esta experiencia, ya que nunca en su vida se había parado frente a una cámara.
Malaventura fue filmada principalmente en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el personaje se muestra siempre en tomas amplias, de manera frontal y estática. Y aunque la película no es tan fastidiosa como parece, este tipo de cine se ve tanto en festivales que uno agradece que de repente se presenten películas con estructuras mucho más convencionales y si es posible, con actores profesionales.
Hace un tiempo que este tipo de películas dejaron de ser provocadoras y propositivas, el cine contemplativo es ahora una moda. Al parecer, la mayor controversia que provocó Malaventura durante su exhibición fue un ligero altercado producido por los desagradables ronquidos de unos de los espectadores. Ni hablar, a esto hemos llegado.