Guendalina Middei, mejor conocida en el mundo de las redes sociales como Professor X, es una chica dedicada a recomendar libros en YouTube, tiene poco más de treinta años, es una escuincla exitosa, un referente para muchísimos lectores y no tenía idea de su existencia.
Yo andaba navegando por la Web tranquilo, sin molestar a nadie, cuando me topé con el título de unos de sus libros: Enamorarse de Anna Karenina un sábado por la noche.
Confieso que esa señora (Anna Karenina) me cae bien y su vida me dejó profundas reflexiones guarecidas en un apartado especial. Me dije “algo nuevo descubriré sobre la señora Karenina…” y lo compré.
A los pocos días de comprar el libro de Guendalina -y abandonarlo para “más adelante”- leí un texto de Alberto Olmos. Este tipo escribe en un periódico español de paga: El Confidencial. El artículo salió el 2 de noviembre de 2025 y el título lo pondré al final para no “vender la trama” de mi escrito.
Van algunas “confesiones de parte”: Leo bastantes novelas y ensayos porque tengo un chorro de tiempo para hacerlo. Es más: desde que me jubilé, esa actividad la tengo como esencial y muy por encima del gusto por ver series en Netflix, Apple TV o Prime Video.
Desde hace unos cinco o seis años anoto los libros que voy leyendo, les pongo una calificación y escribo uno o dos folios con la opinión de cada lectura. Todo eso me lo permite la ociosidad de ser pensionado y la bendición de haber abandonado la lectura de libros en papel para acogerme a las versiones electrónicas -se ahorran miles de pesos.
¿Cuál fue mi experiencia con Guendalina, la chica mencionada más arriba? ¿Acaso me hizo una mala cara?
Nada de eso. Sólo se puso mamona y ya sabemos que entre mamones no nos andamos con esas… cosas y menos andar expeliendo lecciones extraordinarias de lecturas personalísimas. Guendalina todo lo pone como cita feisbuqueable o instagrameable. Van las palabras de Alberto Olmos ocupándose de las primeras páginas del libro de la señorita Middei:
“En la introducción, encontramos afirmaciones como estas: Crímen y castigo me enseñó a habitar y trascender el dolor; El gatopardo me enseñó que el adversario más importante de nuestra vida se llama tiempo; Los Buddenbook me reveló que el mayor reto es enfrentarse a uno mismo y al peso de los propios sueños; Jane Austen me descubrió los secretos del arte de amar…”.

Lo reconozco: me quedé muy apantallado porque a mí nunca me han provocado algo similar los libros leídos, al menos no para hacer públicas mis hecatombes lectoras. No es que Guendalina me haya agraviado, no. Me pareció una exageración y eso me prejuició. Por eso sólo he leído la mitad de su libro, pero ahora que han pasado algunos días, sus sentencias me siguen pareciendo sobradas, pero son lo de menos porque sus comentarios me han hecho querer leer a Leopardi, por ejemplo.
Como algunos de mis lectores recordarán (y si no se acuerdan está bien) hace una par de semanas me puse gemebundo por la relectura que hice de una novela. Algo en mi interior se reacomodó pero no sé cómo expresarlo y, como no sé cómo expresarlo, entonces la experiencia cae dentro de lo privado… pero lo hice público. Esto demuestra que la ciencia de la paremiología es exacta: “Cae más pronto un hablador que un cojo” o “¿No que no tronabas, pistolita?”
Pero lo confieso: no creo la literatura de ficción tenga como meta enseñar algo como si fuera una forma de docencia. De hecho, repele esa posibilidad. Es, incluso, amoral.
Y sí, leo más libros que la mayoría de mis vecinos porque tengo mucho tiempo libre. Nomás por eso, pero me pasa algo raro: el 87.987% de los libracos que leo, se me olvidan casi de inmediato. Prácticamente todas mis lecturas se convierten en ríos heracliteanos en donde jamás volveré a meterme.
Tanta capacidad para el olvido me ha conducido, como lo dije más arriba, al gusto por anotar detalles de casi todas las novelas, ensayos o crónicas que voy leyendo. Lo hago desde el 2020. También les pongo una calificaciónen del uno al diez y breves comentarios para acordarme de qué se tratan.
¿Cuántos libros se han llevado la más alta calificación en cinco años?
Sólo uno.
Recuerdo que puse, como nota final al de las memorias de Stefan Zweig, lo siguiente: “este es uno de los mejores libros que he leído en toda mi pinche vida”.
Se titula El mundo de ayer y lo recomendé a más de seis amigos lectores. Todos me batearon y no los culpo. Los libros se topan con sus lectores ideales y les generan eclosiones, movimientos telúricos y fulguraciones sólo si se da el milagro de coincidir. No me atrevería a decirles que El mundo de ayer me enseñó tal o cual cosa porque no ocurrió: no me enseñó nada. Me provocó, eso sí, las suficientes emociones como para quedarme en silencio y decir “este es uno de los mejores libros que he leído en toda mi pinche vida”.
Me tendió un puente entre la Europa de finales del siglo XIX y los primeros cuarenta años del siglo XX. Con eso tuve para vincular esas memorias con el presente que estoy viviendo. Me sobrecogió cuán similares eran las condiciones políticas y los sentimientos sociales entre ese lapso recordado por Stefan Zweig y la manera como estoy viviendo este presente mío.
O sea, sólo tengo un libro con calificación de diez en cinco años. Se llama El mundo de ayer.
Pero hay varios en ese lustro con calificación de nueve y se los mencono en seguida: Mi boca florece como un corte, de Anne Sexton; Los amnésicos, de Géraldine Schwarz; Una carpa bajo el cielo, de Liudimila Uliskaya; Anatomía de un instante, de Javier Cercas; En la ciudad líquida, de Marta Rebón; Todo lo de cristal, de Rafael Pérez Gay; El desafío de crecer en el fin de la historia, de Lea Ypi y Desgracia, de JM Coetzee.
Para mí, esos fueron sendos librazos. El de Ane Sexton lo leí embelesado por la fuerza confesional de su poesía. Un testimonio doloroso sobre la jodidez de ser mujer en los sesenta del siglo pasado y porque es contemporánea de otra poeta de lujo: Sylvia Plath. Sylvia y Anne fueron rivales, también amigas y dos personas que, a fin de cuentas, se respetaban.
A Géraldine Schwarz la recomendé hasta caerle mal a varios amigos y amigas. Geraldine es de la generación X y al momento de escribir estas líneas está estrenando sus 51 años. Es la síntesis de dos vertientes familiares (francesa y alemana). Esta generación me ha cautivado por sus aportes en diferentes campos de la cultura, sobre todo las mujeres. La Géraldine, nieta curiosa, se pone a investigar sobre su familia y las circunstancias que rodearon esas vidas durante la Segunda Guerra Mundial.
Todos sabemos lo que pasa cuando alguien anda de preguntón: le suelen contestar y a veces no sabemos qué hacer desde el momento en que “ya sabemos”. Géraldine decidió que quería saber y lo supo. Su abuelo paterno, su abuela y casi todas las familias alemanas que siguieron sus vidas luego del fin de la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles y la fallida República de Weimar, se subieron al carro del nazismo como si fuesen autómatas. También por oportunismo, por ofuscación, por perseguir una ilusión y porque el nazismo le dio sentido a sus vidas y las cosas se dieron de manera “natural”.
La parte francesa de su familia también tiene algo por contar. No todos los franceses fueron parte de la mítica resistencia que nos conmueve. Muchos (más de lo imaginable) sí le veían futuro al modelo de Hitler. Una investigación, reportaje y biografía conmovedora la de Géraldine.

Otra historia, novela y crónica es la de Javier Cercas, Anatomía de un instante. Me puso en contacto directo con un hecho histórico que “viví” siendo muy joven: el intento de golpe de Estado por parte de Antonio Tejero y lo que éste provocó en relación a la consolidación de la democracia en España. Un libro cautivador.
Los libros de Lea Ypi y de Coetze son impecables. Intensos e interesantes. Si me quieren hacer caso, confío en no defraudarlos. Háganse un favor y léanlos.
Leer a Pérez Gay fue como si me estuviera leyendo a mí mismo en mi mejor versión. Eso de tener la misma edad hace que las coincidencias, las vivencias y los referentes sean como cemento.
Pero, si me permiten, seré moroso con Marta Rebón.
¡Ay, esta escuincla es esplendorosa y también de la generación X!
La Marta es una muestra acabada de cómo culminar un proyecto de “literatura de no ficción” a partir de los viajes, de los encuentros ficticios con autores esenciales. Este libro es autobiografía, historia, ensayo, crítica literaria, anecdotario. En síntesis: es como viajar con Marta. Una delicia.
Les chismeo dos cositas vinculadas al libro de esta escuincla: hasta hace una semana lo anduve buscando por todo el mundo (no es broma). Se lo quería regalar a un amigo (Víctor Rodríguez) porque hace poco se despertó y ya tenía sesenta años. ¿Cómo puede uno irse a dormir siendo una persona ajena a los cambios esenciales y despertar siendo oficialmente un joven vejete? Pues así: durmiendo muchas noches, transcurriendo hasta llegar a una de las primeras metas postreras.

Como no volverá a cumplir otros sesenta, me dije “se merece leer el libro de la Marta Rebón” y nomás no lo pude encontrar. Bueno, al final sí lo encontré a través de Amazon. Un sujeto en Argentina tiene un ejemplar en papel y pasta dura. Todo bien bonito. Mediante no sé que maniobras lo puso en esa plataforma pero, oiga usted, una cosa es dar por descontada la existencia de humanoides dispuestos a invertir “lo que sea” por un libro… y otra que abusen: pagar casi cuatro mil pesos por el texto de Marta (En la ciudad líquida) me parece un abuso artero. A mí me costó doscientos (versión Kindle).
No importa. A fin de cuentas, conseguiré ese libro. Es cosa de acogerme a la sabiduría de los cazadores furtivos cuya paciencia, a la hora de cazar venados, se cifra en una frase ahíta de ontología: “ten paciencia, solitos bajan al agua”, un axioma que los cocodrilos suscriben con malévola sonrisa -no hay foto de esos animalitos en donde no salgan sonriendo, como si supieran algo ajeno a los demás seres vivos.
Se saben reptiles del género gourmet.
Por otra parte, no están ustedes para saberlo, pero yo sí para contarles: recordar ese libro de ciudades acuosas me hace ruborizar.
Me trae a la memoria el día en que hace unos tres meses, un amigo me pidió un texto sobre la experiencia de viajar para incluirlo en un libro en proceso de editarse y chance termine incluyendo mi escrito. Me emocionó la petición y me puse en “modo Marta Rebón” por varias semanas. Le entregué un legajo electrónico que empezó muy bien (digamos que doce páginas están chidas) pero luego me puse lírico, sentimental y cursi. Resultado: el mamotreto empezó (creo) a chafear. Eso me tiene muy jodido.
Por este medio y casi en secreto, te ofrezco disculpas no pedidas, querido RS.
Para terminar y volver al meollo del asunto, coincido con la opinión de Alberto Olmos en El Confidencial respecto a Guendalina y las primeras páginas de su libro… aunque de repente experimento emociones como para ponerme mamón, pontificador y docente a la hora de recomendar libros.
Les dejo dos párrafos del artículo de Alberto Olmos. Si alguien anda ganoso de leer el artículo completo, nomás me avisa y le mando un copy/paste. No hay forma de leerlo gratis. Van los párrafos:
1. “Cuando un libro se titula Historia de Francia en el siglo XIX, aprendes historia de Francia en el siglo XIX. Cuando se titulaRojo y negroo Don Quijote de la Mancha, no aprendes nada. Querer dotar a la ficción de una rentabilidad formativa inmediata degrada la literatura, como si fuera un billete de tren hacia alguna parte, un recetario o un botiquín con supositorios y tiritas. La literatura no vale para nada, y por eso es un arte”.
2. “Sin embargo, Guendalina, y parece que también Juan Gabriel Vásquez en la entrevista que no encuentro, detectan en cada libro una enseñanza, además única, negando de paso la polisemia y profundidad de cualquier clásico. Si quiere aprender de amor, lea Romeo y Julieta; si quiere aprender de soledad, lea El extranjero. En realidad es: si quiere una historia de amor, lea Romeo y Julieta,si quiere una historia de soledad, lea El extranjero”.
El artículo de Alberto Olmos se llama “¿Qué has aprendido de las novelas? Yo nada”. Y pues, es todo, amigos lectores. Les agradezco el tiempo dedicado a leer mis escritos. Gracias por eso. Siempre.
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