Qatar no es una fiesta. Es un Mundial que se ha gestado en medio del escándalo y que viene al final de una terrible pandemia. Joseph Blatter, ex presidente de FIFA y Michel Platini, ex presidente de la UEFA y uno de los más grandes jugadores de Francia, estuvieron bajo investigación por acusaciones de corrupción y violación de derechos humanos. Mediante sobornos millonarios, funcionarios de la FIFA jugaron tramposamente a favor de Qatar para que este país obtuviera la sede de la Copa del Mundo que está por iniciar.
Qatar obtuvo en diciembre de 2010 la designación como sede mundialista. El FIFA-Gate se resolvió mediante la absolución de todos los involucrados. “El más exótico de los mundiales”, como anuncian los encabezados más abiertamente discriminatorios, será también el más corrupto, el más cuestionado, bajo el signo de un neoliberalismo intensivo en el que el balompié encuentra su propio apocalipsis, para estar a tono con la época.
¿Qué se extingue en este Mundial? Quizás el futbol está en el tramo final de su extinción en la cultura popular, esto porque la misma cultura popular está herida de muerte, acorralada por una cultura de masas incorpórea, más digital, el streaming y el pago por evento en su momento de mercado más agresivo. La uniformidad tan violentamente mercantil bajo la cual se organiza el futbol se corresponde con la banalización racista y periodística con la que se exotiza a Qatar y a los países que no son potencias futbolísticas o económicas.
Basta ver y escuchar las estrategias de información y comunicación previas al Mundial por parte de los corporativos de la comunicación en México: comentaristas con turbante y chalina, la extracción de un rasgo y tocado que aspira a emblematizar el lugar donde se jugará el Mundial, pero que al cambiar de entorno y sentido cultural, una apropiación episódica, termina por trivializar y esencializar la complejidad de la cultura mimetizada. El antropólogo catalán Manuel Delgado afirma: “Redes cada vez más densas de mundialización que tienden a unificar culturalmente el universo humano”.
Además, creo que al Mundial no le ayuda su cambio de fecha y de estación: será un Mundial de otoño, a destiempo, lo cual lo puede transformar en un Mundial agónicamente desfasado. Era imposible por las altas temperaturas de su condición desértica que se jugaran partidos en el verano.
Presiento que Qatar no entusiasma a muchas hinchadas nacionales: su lejanía no sólo es geopolítica, también es económica ya que será el Mundial más caro de la historia, asistir representará un gasto de hasta 20 mil dólares por persona. La elitización capitalista del futbol encontrará en Qatar el escenario ideal para hacer de ella un espectáculo: estadios estupendos, casi artificiales, nunca habitados por hinchadas locales, conviven con cruceros y restaurantes de lujo, de excesivo lujo, con el mayor ingreso per cápita de Asia, con una poderosa economía petrolera…el paraíso del actual capitalismo virtualizado en selfis que se reproducen por billones.
Qatar es tan joven y tan emergentemente rico: se independizó en 1971. Quizás por esta misma juventud y su nula tradición futbolística, en el universo de las supersticiones y hábitos culturales del futbol, era tan poco probable que Qatar tuviera la sensibilidad para organizar un Mundial, al menos esto decían sus detractores. Sin embargo, Qatar tenía el capital y el exotismo necesarios para los organizadores como para intentar reanimar al moribundo futbol entendido como el mayor espectáculo emocional a escala mundial. El actual presidente de la FIFA, Gianni Infantino, afirmó que la competencia será vista por 5 mil millones de personas.
El Mundial en Qatar es un error incluso para los viejos tiburones de FIFA, para Joseph Blatter, por ejemplo. Es una equivocación del capitalismo que se mueve bajo la órbita oligárquica de la FIFA: a doce años de la elección de Qatar como sede, Blatter sostiene que lo mejor hubiera sido que este Mundial se hubiera jugado en Estados Unidos y el que le sigue, el de 2026, en Rusia.
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Así, las dos potencias económicas y militares hubieran tenido la oportunidad de competir simbólicamente por la organización de su propio Mundial, en una especie de frívola sublimación de su antagonismo bélico y económico. Fantasías pueriles de la elite corrupta y desplazada al interior de FIFA.
Qatar difícilmente será una ilusión popular para muchas regiones y países. Es más probable que se termine de transformar, más que en una sublimación de violencias, en un simulacro de cultura popular, como casi todo en el capitalismo y en la cultura de masas de las últimas décadas; o en un probable anuncio espectacular que nos dice en su lenguaje ambiguo que el balompié está a punto de extinguirse tal y como lo conocimos y vivimos en el último siglo.