Cansados de esperar los tan prometidos apoyos gubernamentales, los habitantes de una alejada sierra al sur de Puebla han optado por agregar a su dieta la nada agradable fibra del carbón. “Nos ofrecieron mejores empleos y mire, ya no tenemos ni pal mais”, confesó una anciana mientras le echaba salsa verde al oscuro mineral.
Pero por extraño que parezca, ya le empiezan a encontrar beneficios a tan tremenda ingesta: “Desde que desayuno carbón mi pelo ya no se cae tanto”, aseguró otra señora que por cierto ya casi no tiene dientes, por lo que prefiere chupar el carbón, como si se tratara de una paleta de postre. Alejados de la urbe, sin la presencia de cadenas comerciales ni tiendas del ISSSTE, los pobladores se han sabido organizar para incluso ir más allá del autoconsumo.
Cenadurías, comida rápida, hamburguesas, caldos y raspados son tan sólo algunos de los menús preparados con carbón y ofrecidos a los pocos turistas que pueden acceder hasta ese lugar que está tan lejos de Dios y tan cerca de los pinches pipopes.