Cómo seguir en el poder, a pesar de todo
Por Adrián González Camargo
#SpoilerAlert
De principio a fin, la tercera temporada de House of Cards ha puesto el dedo, o mejor dicho, ha abierto una herida y el dedo en ella. Más allá de lo que sucedió en las dos temporadas previas, somos los más próximos testigos de cómo el matrimonio Underwood, otrora piedra angular para llegar poder, se encuentra hoy en su peor momento.
Una gran y filosa aguja se acerca peligrosamente. La institución en la que se basó la carrera de Frank Underwood se pregunta si debe seguir existiendo. Y nosotros espectadores nos preguntamos, qué ha sido el matrimonio de Frank y Claire Underwood, sino el perfecto ejemplo del profesionalismo sobre el cariño, del pragmatismo por encima de lo visceral, de la pareja über alles.
Por dos temporadas, el matrimonio Underwood fue un matrimonio genuino. Era su matrimonio un paraíso donde ella es capaz de perdonar un ‘affaire’ con una periodista, que después él debe matar. Era un lugar sin límites, donde él le perdona a ella un ‘affaire’ con un ex-amante que después ella debe ‘matar’ públicamente. Era un territorio desacralizado y progresista, donde ambos comparten en un inesperado menage-a-trois a uno de sus más fieles servidores. A pesar de todo ello, la pareja y por consecuencia el poder, permanecían intactos. Ahora, en la cúspide, parece que la pareja también es vulnerable. Por consecuencia, el poder.
En esta temporada, Claire ha dedicado su tiempo a ser Primera Dama y luego Embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, gracias a un manotazo de Frank. Error estratégico, incluso levanta-cejas para los espectadores más exigentes. En general, la tercera temporada de House of Cards no dista mucho de las otras temporadas respecto a los obstáculos que Frank Underwood tiene que superar (y en momentos destrozar) para mantenerse en el poder. Antes deseaba el poder, ahora tiene que mantenerlo.
Si bien no llega al borde de una guerra mundial (aunque en momentos parece), su política internacional lo hace viajar primero a Moscú y después al Valle de Jordán (hogar del Tiberias y el Mar Muerto) para hacer un pacto con el presidente ruso, Petrov (fácil nombre para no nombrar a Putin). Tras incómodos encuentros entre Frank, Claire y Petrov, finalmente Petrov pone en la mesa el puesto de Claire como Embajadora en las Naciones Unidas. El callejón no tiene otra salida.
Dicen que los negocios y el placer no se mezclan. Desde el principio uno se preguntaba cómo era que esta pareja «perfecta» había mantenido fuera de la casa ese refrán. Ahora, parece que los terrenos del matrimonio comienzan a sacralizarse. Ahora, parece que Frank está dispuesto a pelear por casi todo, con tal de defender a su esposa. Ante un escalera de caracol, Petrov y Frank conversan. ¿Besa a todas las primeras damas? pregunta Underwood. No todas las primeras damas son como la suya, responde Petrov. Lo empujaría escaleras abajo y prendería su cuerpo en llamas solo para verlo arder, si no fuera porque esto desataría una guerra – nos dice Frank.
¿Era plausible, dentro de este esquema de pareja tan pragmática, que Claire Underwood fungiera como embajadora, a pesar de su nula experiencia? ¿O fue la nula experiencia de Frank, como Jefe de Estado? Dentro de su pragmatismo, dentro de la mente tan estratégica de Frank, el movimiento de piezas suena completamente irracional. Qué jugador de ajedrez lleva a su reina al frente, sin haber pensando las jugadas que siguen. Y sin embargo, lo hicieron.
House of Cards ha mostrado el interior, los desgarros, los gritos y susurros, las maquiavélicas formas del poder. El poder, como siempre es en la política, se utiliza para destruir enemigos y pocas veces para construir países o estados. Curiosamente el balance final es casi equitativo. Frank Underwood construye 50 mil (apenas) empleos, pero destruye un hacker, una inocente prostituta, una ingenua abogada con pretensiones de ser candidata, una congresista indefinida sentimentalmente, un afroamericano lobbyista aún joven para seguir su vida, un soldado enviado al matadero, un anciano miembro de la suprema corte, un senador hispano, una reportera del Telegraph, un escritor que está moda y así. El que estorbe será removido, legal o ilegalmente, con memorándum o con pala.
¿Qué ha fallado en la ecuación, entonces? ¿Será la reina, quien destrone al Rey? ¿O viceversa? Los Underwood eran los más cínicos. Y esto los hacía también los más sinceros, hablando de ‘pareja’. La sinceridad también ha sido puesta en la guillotina. El matrimonio Underwood era ejemplo de cómo la hipocresía de la sociedad estadounidense siempre sale a flote, como sale la basura que se tira al río. Y al parecer, el cinismo y el pragmatismo, también han perdido las boyas de las que se sujetaban para seguir flotando.
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