INMORAL
Francisco Valenzuela
Se llama Francisco Negrete y es uno de los tipos más pesimistas que me ha tocado conocer. También es un excelente anfitrión, de esos que literalmente se queda sin comer o duerme en el suelo con tal de que las visitas se sientan cómodas. Nos conocimos en Morelia, pero fue Madrid la ciudad en la que comprobé que este flaco y de lentes está hecho de una sola pieza. Sufría yo de mis últimos días en Europa, los sufría porque el dinero se había terminado y sólo esperaba el vuelo de regreso a México.
Así, sin plata pero con la hospitalidad de Negrete, pasé esos últimos días caminando por las calles españolas, mirando en todas partes sin comprar nada de nada, esperando a que oscureciera para entonces sí conseguir una caña barata y beberla con prudencia, con la maldita calma que exige el bolsillo casi vacío.
Fue en una de esas juergas de bajo presupuesto que Negrete y un servidor nos enfrascamos en una larga discusión, un tema trascendental para nuestras vidas y, obviamente, fundamental para la humanidad: el futbol. Era época de receso en la llamada Liga de las Estrellas y a falta de juegos, las noticias eran acaparadas por los fichajes, los cuales presagiaban glorias para el equipo al que sigue mi amigo: el Real Madrid. Como sucede cada año, los cínicos dueños de ese club gastan fortunas para contratar a jugadores que ya gozan de otras hazañas en clubes de ligas más modestas. Total que los mencionados refuerzos eran nada menos que el brasileño Kaká y el portugués Cristiano Ronaldo, ahora conocido con el robótico apodo de CR-7. Molesto, Negrete lamentaba la llegada de dichos astros (o Galácticos, en la elegante jerga de Valdano) aduciendo que se trataba de mercadotecnia y no de futbol.
Me puse del otro lado. Alegué que un jugador como Kaká garantizaba el buen futbol, la elegancia y el buen trato de los brasileños. Y Ronaldo podría ser pedante, pero venía de figurar en el Manchester y prometía muchos goles para la causa merengue, equipo que por cierto detesto desde que Hugo Sánchez despachaba con chilenas.
Mi oponente en la mesa de discusión sacó un contra-argumento: “El futbol brasileño es odioso, es de toque, de pasecitos, de taconazos… ¡Joder; eso es circo, que se vayan con su espectáculo a otro lugar!”
Yo no entendía, no entiendo, cómo un aficionado al futbol prefiere los métodos rudimentarios que alejan a los aficionados de los estadios y hasta de los televisores. Pero Negrete, como León Tolstoi, afirma que la belleza no es más que una vulgar sonrisa para vender pasta dentífrica.
De esa discusión que se tornó en muchos otros temas (música, escritores, mujeres… lo de siempre) ha pasado casi un par de años. Yo supongo que Negrete está un poco contento porque su Real Madrid jugó muy feo, sobre todo bajo el mando de Mourinho, y un poco triste porque lo único que han ganado desde entonces es una vulgar Copa del Rey cuyos pedacitos lucen inmortalizados entre el pavimento de La Cibeles.
El androide CR-7 metió más goles que el odioso Hugo Sánchez, pero seguro eso no cuenta para Francisco, que jamás alabará a un metrosexual que ante todo cuida su peinado y su ángulo ante la cámara.
Por mi parte, sigo la escuela kafkiana en el sentido de admirar la belleza para no envejecer. A mí sí me gustan los pasecitos, los toques y los taconazos inventados en Brasil y ahora perfeccionados por el Barcelona, equipo al que admiro desde aquella época del odioso Hugo Sánchez.
Tuiter: @FValenzuelaM