Sentarse en un café y esperar, ver pasar gente, un vistazo al reloj de vez en cuando, leer el periódico o el libro en turno, voltear cada cierto tiempo a ver si la persona esperada llega…
Por Jorge A. Amaral
Mandar un mensaje para avisar que ya se está en el lugar acordado como presión diplomática o exhorto a la puntualidad. Demasiado ruido, no se puede leer el libro y el periódico ya se acabó, entonces sacar esa vieja Moleskine y hacer un recuento de lo que se ha visto pasar por lo cafés, los personajes con los que se ha tratado, los especímenes que se ha tenido la oportunidad de apreciar en un entorno controlado y sólo dejar que la pluma corra por el papel con la libertad del humo del cigarro al salir por la nariz.
El ganado humanar es tan variado, tan deliciosamente diverso, que basta sentarse en un café del Centro para ver pasar ejemplares de todas las razas, en especial esa que se sienta en un café para ver el tránsito de los peatones. Y es que el café es ese microcosmos donde confluye casi todo tipo de gente, claro, descontando los establecimientos para preparatorianos en que puedes tomar de todo, excepto un buen café.
Al igual que mucha gente que vive en esta ciudad, soy asiduo cafetero desde hace varios años, 14 para ser exacto, y por aquí he visto pasar de todo: los neohippies que vendían sus artesanías en los portales, guevaros, neozapatistas, trovadores, escritores en ciernes, filósofos high class, falsósofos, poetas que escribían “vagina” con “b”, genios que aducían lo conceptual y abstracto como pretexto para su mediocridad.
Mochileros apestosos que un buen día decidían irse a Chiapas no para conocer las comunidades zapatistas, sino porque otro mochilero apestoso les había contado que allá se conectaba buena mota y hongos chidos; pepsicólogos, esotéricos, universitarios que ahora son Godínez o flamantes funcionarios, toreros mala copa, el talentoso guitarrista que cierto día decidió entrar a asaltar un banco armado con una bomba casera que jamás estallaría, pues las latas de chiles en vinagre no son muy volátiles que digamos y menos si están vacías.
Periodistas que siguen en el oficio, muchachas que pensaban que el talento era una enfermedad venérea y por eso se empeñaban en contagiarse y lo único que pescaron fue una variedad de infecciones, ajedrecistas nefastos, gorrones de café y cigarros, gabachas dispuestas a todo por una grapa de coca, señores maduros que buscaban contagiarse de la juventud de sus contertulios, musiquillos mamones, buenos cuates y mejores camaradas.
Pero además, pedigüeños de todos los tipos: los pobres miserables que buscaban inspirar lástima por unas monedas, los arrogantes que mientan la madre si no se les da algo, los que, de no haber monedas, piden un cigarro, los niños que hemos visto crecer, los bien stoned, las niñas de ocho años vestidas como prostitutas, los gritones y ruidosos cuya estridencia obliga a ir al baño o ponerse los audífonos: Juan Penas, El Charro Desdentado, La Señora Pelícano, Los Camilos, Los Estorbantinos, Las Cara Derretida, Bocacuza, El Tirirí, El Beastie Boy, El Aullido, Los Batucados, Raúl El Ciego, Las Adelitas, El Músico de Hoja, Los Andinos Menonitas, El Flautista de Hamelín, los Bumburys, El Violinista del Colado, Micus Longus, El Mimo del Bandoneón. Ya me cansé. Aclaro: muchos de estos apodos los hemos puesto mis contertulios habituales y yo sólo como divertimento y para tener referencias pues el mercado de la mano estirada en esta ciudad está sobresaturado, por lo que es útil llevar un registro para al menos saber quién ya pasó.
Pero tal variedad de personajes sólo es posible de apreciar en los cafés al aire libre, ya sea en los portales o en Las Rosas, que constituyen auténticas pasarelas urbanas por donde transita todo tipo de ejemplares, desde gente común hasta bestias mitológicas, incluyendo celebridades vivas y muertas, reales o ficticias, y es que Morelia es una ciudad de clones, gracias a lo cual he conocido a Fidel Nadal, Chinaski, Liza Minnelli, John Fogerty, La Tigresa, El Chivo de Amores Perros, Billy Idol en su versión femenina, Nacho Ambriz, El Púas Olivares, Weird Al Yankovic, Nigga, Daddy Yankee, Maximiliano de Habsburgo y toda una constelación tardado de enlistar.
Por eso es tan reconfortante, aunque esté solo, llegar a un café, tomar una mesa con vista panorámica y pedir un americano fuerte para iniciar la sesión de voyerismo social; claro, antes de las seis de la tarde pues recordemos que a partir de esa hora el Centro de Morelia se convierte en la cantina más grande de Michoacán ya que el concepto de café se pierde e inicia el imperio de las promociones de cerveza con todo y su aglomeración y estridencia.
Escribo esto en espera de lo que llegue primero: un tema serio para escribir u Omar Arriaga, cuyo mensaje llegó dos días después.